Próximo objetivo de la ciencia: resucitar al extinto Dodo
La primera vez que mencioné la desextinción en
público fue en una tertulia radiofónica de temas muy variados. Mi principal
aportación fue comentar que un equipo de científicos había logrado reactivar el
ADN de una pequeña ranita australiana que llevaba extinguida cerca de 30 años.
Además, me aventuré a vaticinar que, una vez logrado
este hito, no se tardaría mucho en intentar desextinguir un mamut. En esa
tertulia participaba el humorista Dani Martínez, que me replicó: “buena
calentada”. Después añadió una broma del tipo: “venga, ya tenemos la pequeña
ranita, sujétame el cubata y vamos a por el mamut”. Este original debate tuvo
lugar hace cerca de una década y todavía no hay mamut resucitado, pero sí hay
un ambicioso proyecto para conseguirlo.
La desextinción persigue emplear herramientas
genéticas y celulares para devolver la vida a seres vivos de especies
desaparecidas, como ocurre en Parque Jurásico y otros relatos de ciencia
ficción. Sin embargo, existe debate en la comunidad científica sobre si esto
realmente es posible o estamos vendiendo humo.
Primero, veamos en qué consiste el asunto.
Imaginemos que nos proponemos resucitar mamuts. La clave residirá en reactivar
su ADN. Para ello, partiremos de muestras de material genético aisladas a
partir de pedazos de carne extraídos de alguno de los ejemplares congelados de
la tundra. Este ADN hará de manual de instrucciones para producir mamuts: si es
leído por la maquinaria adecuada, dirigirá la producción del embrión, las
patas, el pelo, los colmillos, etcétera.
Pero para ello es necesario introducirlo en una
célula que esté viva, que tenga el equipamiento de lectura y procesamiento de
ADN plenamente operativo. Como no hay células vivas de mamut, tendremos que
recurrir a alguna especie cercana, donde el ADN se sienta casi como en casa.
Por ejemplo, un óvulo de elefanta al que se le reemplazará su propio ADN por el
de mamut.
Esta célula que alberga el ADN de la especie a
desextinguir es la otra pieza elemental del proceso: en ella está la maquinaria
que sabe leer. Como la vida no se puede crear desde cero –hay que heredarla–,
el primer mamut resucitado será hijo de elefantes, no mamut al 100 %. Por eso
muchos científicos afirman que la desextinción es imposible. Y en rigor, tienen
razón.
El mamut desextinguido tendrá una inmensa mayoría de
características de mamut producidas por su ADN, pero el óvulo de elefanta
también dejará su huella. Para empezar, porque en el óvulo vaciado queda una
pequeña parte del ADN de la elefanta; por ejemplo, el de unos importantes orgánulos
llamados mitocondrias.
Para continuar, porque la gestación será
responsabilidad de una elefanta, no de una inexistente madre mamut. Podría
intentarse en un útero artificial de laboratorio, pero supondría una gran
dificultad añadida.
El primer animal desextinguido fue el bucardo, una
cabra pirenaica. Llevaba décadas amenazado cuando se tomó una muestra de la
piel del último ejemplar y se preservó congelada. Un par de años más tarde, se
extrajo el ADN de esas células y se implantó en un óvulo (sin su propio ADN) de
cabra doméstica, especie evolutivamente cercana.
Se ensayaron varios procesos simultáneamente y
varias cabras portaron embarazos subrogados con óvulos propios y ADN de
bucardos extintos. Una de las gestaciones resultó exitosa y el nuevo bucardo nació,
pero falleció pocos minutos después por problemas respiratorios.
El problema en este procedimiento es la inadecuada
calidad del ADN de la especie extinguida. La muestra de la piel albergaba un
ADN veterano y especializado. Y ése no es un material apto para iniciar el
proceso de la vida en un óvulo que tiene que dar lugar a todo un embrión de un
futuro recién nacido.
Aunque podamos pensar que todas las células de
nuestro cuerpo tienen copias idénticas de nuestra molécula de ADN única y
personal, no es completamente cierto. Es verdad que los 40 billones de células
que conforman un organismo proceden de la expansión geométrica de una sola
célula original, un óvulo materno fecundado que porta una mezcla de ADN de
nuestros padres. Sin embargo, esas reproducciones se especializan, lo cual
conlleva que modifiquen sutilmente el ADN que contienen.
Cuando una copia de una copia de lo que un día fue
el óvulo materno fecundado adquiere el destino de convertirse en, por ejemplo,
célula del cerebro o la piel, es porque lee una parte concreta de la
información de la molécula ADN. Simultáneamente, archiva mediante procesos
químicos otra parte que no necesitará. Es decir, aunque todas nuestras células
reciben un ejemplar idéntico de nuestro ADN, censuran distintas partes.
Por tanto, cuando los científicos emplearon ADN
procedente de la piel del último bucardo, estaban empleando un manual de
instrucciones con parte del texto tachado. Por eso fracasó.
Hoy en día existen herramientas de edición genética,
como la popular CRISPR-Cas9, que pueden intentar compensar este contratiempo.
El objetivo es corregir el texto del ADN, esto es, recuperar mediante
manipulación genética la fracción inutilizada o perdida.
Sin embargo, este enfoque supone inventarse parte
del contenido, o copiarlo de una especie parecida. Por ejemplo, si en la
muestra de ADN recuperada de la piel del último bucardo aparecía tachado el
texto para producir pulmones funcionales, se intentaría sustituir ese fragmento
de la molécula por las instrucciones para producir pulmones presentes en el ADN
de la cabra doméstica.
Los más estrictos analistas afirmarán que un bucardo
que posee pulmones de cabra (y además nace de una madre cabra) ya no será
exactamente un bucardo. Entonces, ¿cuánto ADN tiene que ser original para
considerarlo bucardo? Si es necesario el 100 % debemos asumir que nunca será
posible.
Hemos de aceptar que los procesos de desextinción
van a requerir que les donen el chispazo de la vida, es decir, como mínimo una
célula hospedadora de otra especie y, casi siempre, reparaciones del tipo corta
y pega de fragmentos de ADN. Esto último supondrá importar o copiar genes de
especies cercanas. Y por supuesto, implicará otra serie de consideraciones
alejadas de la genética, desde legales hasta ecológicas.
Aunque es un asunto que avanza mucho más lento de lo
que prometía, hoy existen numerosas empresas y grupos de investigación
interesados en la desextinción. Una parte del desafío consiste en desarrollar
herramientas genéticas con el inmenso grado de sofisticación requerido.
Técnicas que, además, podrían tener aplicaciones en la medicina o la
bioingeniería.
Otra parte del reto se sustenta en el puro interés
de recuperar especies como el dodo, la paloma migratoria, la rata de Maclear o
el tigre de Tasmania. En este grupo podemos incluir también la sorprendente
propuesta de resucitar a los neandertales, lo cual encontrará conflictos éticos
antes de siquiera intentarse.
Finalmente, otros equipos de trabajo probablemente
sólo anhelan impacto social y rentabilidad a través de iniciativas
sorprendentes del tipo Parque Jurásico. Por eso el mamut es un objetivo
prioritario, a pesar de que ninguno de los intentos más modestos de
desextinción haya sido realmente exitoso (y este es el “calentón” vaticinado
por Dani Martínez).
Nunca volverán los dinosaurios
En ese sentido, aunque el mamut sea un reto
accesible que seguramente (o no) aparecerá dentro de unos años gracias a los
elefantes, los dinosaurios, extinguidos hace 65 millones de años, nunca lo
serán. La imprescindible molécula de ADN no puede mantener su integridad tantos
millones de años, así que habría que inventarse una parte demasiado grande del
texto, porque tampoco hay parientes cercanos a quien copiárselo.
Sin embargo, eso no parece haber desmotivado a
auténticos fanáticos del tema, como el paleontólogo galáctico Jack Horner, que
lleva décadas soñando con desextinguir dinosaurios. Puesto que no ha tenido
éxito por el camino de recuperar lo perdido, hace años decidió intentarlo
modificando gallinas genéticamente (recordemos que las aves son dinosaurios).
Un logro sonado de sus colaboradores ha sido conseguir gallinas con dientes
que, afortunadamente, conservan el pequeño tamaño.
La conclusión es que la vocación de Doctor
Frankenstein de la especie humana se mantiene incombustible a pesar de las
dificultades (y del terrible desenlace de la novela). Sería estupendo que fuera
igual de potente la vocación de preservar que la de resucitar.
Miguel Pita, Doctor en Genética y Biología Celular,
Universidad Autónoma de Madrid. Este artículo fue publicado originalmente en
The Conversation. Aquí puedes leer el texto original.
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