Los humanos de Atapuerca sufrían numerosas lesiones craneales
Nuestros ancestros que vivieron en el yacimiento de Atapuerca (Burgos) estuvieron expuestos a episodios generalizados que causaban impactos no letales en la región craneal.
El CENIEH
(Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana) ha publicado en
The Anatomical Record un artículo sobre la catalogación de procesos ocurridos
antes de la muerte (ante mortem), en el momento próximo a la muerte (peri
mortem) y tras la muerte (post mortem) de la mayor colección de cráneos y
mandíbulas de la paleontología humana hallada en la sierra de Atapuerca, formada
por más de 2.000 fragmentos.
"Hasta
la fecha, contamos en la colección con 20 individuos representados por sus
cráneos y mandíbulas, de los 29 estimados por la dentición. Este número tan
elevado de especímenes ha permitido un estudio sobre la tafonomía forense de
una población fósil, algo impensable fuera de las paredes de esta sima
burgalesa", comenta en un comunicado Nohemi Sala, investigadora autora del
estudio.
Se han
documentado 57 lesiones craneales de 20 individuos de la Sima de los Huesos con
signos de curación, así que, indudablemente fueron producidas antes de la
muerte. Estas lesiones de morfología circular que afectan a la bóveda craneal
de la práctica totalidad de los individuos (17 de los 20 especímenes), han sido
interpretadas como traumatismos que producen la depresión del hueso y que
fueron producidos por golpes contundentes en las diferentes regiones del
cráneo.
Se ha
realizado un análisis sobre la incidencia de estos golpes a nivel poblacional y
se ha podido constatar que afectan a individuos de todas las edades y sexos y,
por tanto, no hay un patrón preferencial por un grupo concreto de esta
población fósil. Estos datos indican que este grupo estaba expuesto a episodios
generalizados que causaban impactos no letales en la región craneal.
Por otro
lado, se ha podido constatar la presencia de un individuo nuevo con fracturas
craneales peri mortem, es decir, producidas en un momento próximo a la muerte.
Con este ya son nueve individuos con evidencias de traumatismos craneales que
pudieron ser letales. Uno de los casos más conocido es el del cráneo 17,
publicado hace algunos años en la revista PLOS ONE.
Pero lo más
llamativo del análisis, es que de los nueve individuos con traumatismos peri
mortem, seis de ellos presentan fracturas penetrantes (agujeros circulares con
similar tamaño) en la región izquierda de la nuca. Este patrón es tan
recurrente que deja poco margen a la interpretación. Esta localización no es la
esperable para traumatismos accidentales y son más compatibles con lesiones
producidas intencionadamente y, por tanto, son interpretadas como posibles
casos de violencia.
Por último,
se han documentado modificaciones post mortem y se ha podido constatar que, tras
la muerte de los individuos, sólo alteraciones características de ambientes de
interior de cueva han actuado sobre los esqueletos: fracturación post mortem
por peso de sedimentos y precipitación de minerales (calcita y óxidos de hierro
y manganeso). No se han documentado marcas que atestigüen largo transporte de
los restos en el interior de la cavidad.
"Podemos
interpretar que los esqueletos llegaron completos a la cueva y poco tiempo
después de su muerte", explica Nohemi Sala.
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