Adán y Eva frente a Darwin
Este mes nos hemos interesado por el último libro
del Dr. Antonio Cruz titulado Adán y Eva frente a Darwin de la editorial
Kerigma. Por este motivo le hemos realizado unas preguntas que dejamos a
continuación.
1. ¿Qué te
motivó a escribir un libro como éste?
Principalmente fue la lectura de la obra del
filósofo cristiano, William Lane Craig, El Adán histórico (Kerigma, 2021). En
ella trata el tema de la historicidad de Adán y Eva desde una perspectiva
bíblica, teológica, filosófica y científica, procurando entrelazar todo esto
con una visión cristiana ortodoxa que tiende a respetar el texto de la
Escritura. Craig llega a la conclusión de que la insuficiencia de los datos
científicos -siempre provisionales- seguramente hará imposible determinar con exactitud
quiénes fueron realmente Adán y Eva o a qué grupo humano pertenecieron. No
obstante, él cree en la historicidad de nuestros primeros padres y asume que
pudieron vivir en algún momento entre hace un millón de años y unos 750 000
años. Algo que coincidiría con los actuales datos proporcionados por la
genética de poblaciones y por la ciencia de los fósiles. Además, sugiere que
podrían haber pertenecido a la especie Homo heidelbergensis, antecesora de Homo
sapiens según las propuestas de la paleoantropología evolucionista.
Por mi parte, en el libro Adán y Eva frente a Darwin
(Kerigma, 2022), reconozco la relevancia e importancia actual de la obra del
filósofo estadounidense, que está muy bien documentada y mantiene -como
decimos- la tesis de que las ciencias convencionales del estudio de los fósiles
y de la genética se pueden reconciliar con el Adán y la Eva tradicionales,
frente a la opinión de otros cristianos evolucionistas -como Francis Collins y
el equipo de BioLogos- que dicen lo contrario. Sin embargo, aunque estoy de
acuerdo en líneas generales con la obra de Craig y admiro su innegable mérito,
creo que posee algunos argumentos que, desde mi punto de vista, son de dudosa
validez y por ello decidí escribir el libro.
2. Para
algunos, un título en el que se incluya a Adán y Eva es problemático, es
más, ni lo consideran serio ya que para
ellos un mito no puede colocarse a la par de una teoría científica como la de
Darwin. ¿Qué les dirías?
Es importante definir lo que se entiende por mito.
En el imaginario colectivo actual, el mito viene a ser sinónimo de falsedad o
de leyenda irreal inventada. De hecho, en algunas civilizaciones antiguas, los
mitos eran narrativas tradicionales, que podían ser orales o escritas, que se
transmitían de generación en generación y solían tener carácter sagrado. Casi
siempre estaban ambientados en una época primigenia, en la que intervenían
dioses, titanes o héroes, con el fin de explicar las realidades del presente.
Tales mitos estaban recargados de elementos fantásticos y no tenían problema
con sus contradicciones lógicas. Es natural, por tanto, que el mito se
considere simple y llanamente como una mentira.
Sin embargo, cuando se comparan los relatos de
Génesis sobre la creación del mundo, el origen de la humanidad o su casi
destrucción total por el diluvio, con los mitos babilónicos, asirios y
egipcios, se observan notables diferencias. Ninguno de tales mitos del
Creciente Fértil tiene nada parecido a la historia de Adán y Eva, la tentación,
la caída moral o la construcción de la torre de Babel. Por tanto, ¿es el relato
bíblico una copia de los mitos extrabíblicos? Algunos autores, como Hermann
Gunkel (1862-1932) y la escuela panbabilónica posterior creían que sí. Pero,
actualmente, son pocos los académicos que defienden esta tesis de la
dependencia o de la “paralelomanía”. Uno de los primeros en rechazarla fue el
rabino estadounidense Samuel Sandmel (1911-1979), quien creía que, en efecto,
en las narrativas de Génesis 1-11 hay parecidos con los mitos, pero esto no
sería suficiente para clasificarlas como tales porque en ellas siempre se
evidencia un interés especial por la historia verdadera, algo que no se da en
los mitos. Es verdad que en Génesis, Dios aparece de manera antropomórfica,
formando al hombre del polvo de la tierra, soplando en su nariz aliento de
vida, se pasea por el Edén buscando a la primera pareja escondida, se
arrepiente de haberles creado, le resulta grato el olor de los holocaustos,
baja del cielo para examinar la torre de Babel, etc. A primera vista, todo esto
parece incompatible con el majestuoso Dios trascendente del primer capítulo,
que es el creador del universo.
No obstante, es muy posible que el autor humano de
estos relatos no pretendiera que se interpretaran literalmente sino que creyera
que los lectores los entenderían como simbólicos. Los hebreos de la antigüedad
sabían, tan bien como nosotros hoy, que las serpientes no hablan y
probablemente entenderían que el relato se refería simbólicamente al poder del
mal opuesto a Dios. También eran conscientes de que en un día de 24 horas no es
posible que las aguas de todos los océanos de la Tierra se retiren y surjan los
continentes (sobre todo cuando esto se compara con Gn. 8:3, donde se dice que
las aguas del diluvio “decrecían gradualmente” durante 150 días). Asimismo,
sabían que las semillas no se convierten en hierba verde o en árboles frutales
con semillas, de la noche a la mañana, etc., etc. Por tanto, sería un grave
error confundir estos antropomorfismos y otros recursos literarios simbólicos
con la realidad de los milagros bíblicos y creer -como hacen algunos autores-
que siempre que aparece el milagro en un relato bíblico es señal de que éste es
mítico.
Unos autores,
como el asiriólogo danés Thorkild Jacobsen (1904-1993), consideran que el género
literario de estos primeros capítulos bíblicos podría definirse como
“mito-histórico”. Otros, como el teólogo británico Gordon Whenham, prefieren el término
“protohistoria”. No obstante, ambos conceptos se refieren a lo mismo, se trata
de narrativas históricas, que aunque posean elementos figurativos o simbólicos,
exponen verdades teológicas profundas para toda la humanidad. De manera que el
autor de Génesis tenía un interés histórico y quería que su audiencia creyera
que los eventos registrados realmente sucedieron.
Por tanto, comparar la historicidad de Adán y Eva
con la teoría evolucionista de Darwin -como ha hecho también William L. Craig-
no me parece descabellado sino todo lo contrario, un intento de concordismo que
viene a llenar un espacio en el que, hasta ahora, no había nada. Muchos creen
que el neodarwinismo refleja la ciencia genuina, sin embargo, mi opinión es que
constituye también un mito moderno. Más que una teoría científica es un
planteamiento metafísico. Cuando se analizan a fondo los múltiples inconvenientes
que presenta, uno descubre que todo parece apuntar, más que al azar o la
casualidad, hacia un diseño inteligente de las leyes del universo, de la
información que contiene el ADN de los seres vivos, así como de la complejidad
del ser humano.
3. ¿Es posible
el concordismo? ¿Tiene algo que decirnos la creación del ser humano en el
Génesis más allá de su sentido religioso?
Desde mi punto de vista, si Dios creó al ser humano
de manera sobrenatural y como una primera pareja hecha a su imagen y semejanza e
independientemente del resto de los seres vivos, tal como parece indicar la
Escritura, entonces el concordismo no sólo es posible sino necesario y la
ciencia debería descubrir evidencias de ello. La creencia de que el hombre, el
resto de los organismos y el mundo en general son el producto del azar sin
propósito es mantenida hoy por muchos, sin embargo los últimos descubrimientos
de las ciencias experimentales no parecen darles la razón. El mecanismo de las
mutaciones y la selección natural no crea especies nuevas. El registro fósil
presenta importantes lagunas sistemáticas entre los principales grupos de
clasificación, cuando según el gradualismo evolucionista debería haber miles de
fósiles intermedios. La compleja información biológica existente en el ADN de
las diversas especies no puede haberse originado por mutaciones casuales. De la
misma manera, el origen de la información epigenética (la influencia del
ambiente sobre los seres vivos) también demanda una planificación y, en fin, la
intuición de un diseño universal empapa todo estudio y observación atenta de
los organismos de la biosfera.
Del relato de Génesis sobre la creación se desprende
que la vida humana tiene sentido y que Dios tiene un propósito para cada
criatura. El hombre y la mujer son seres libres y por tanto responsables de sus
actos delante del creador. Tenemos conciencia y podemos discernir el bien del
mal, de manera que no debemos conformarnos a las malas costumbres de la
sociedad sino que tenemos que transformar nuestro entendimiento continuamente,
buscando siempre la voluntad de Dios en nuestra vida. Este discurso bíblico
dignifica al ser humano frente a las demás cosmovisiones míticas, tanto del
pasado como del presente. Semejante dignificación llega a su máxima expresión
con el Señor Jesucristo, quién se entregó por nosotros y murió en una cruz. La
Escritura ratifica la fidelidad de Dios y menciona en varias ocasiones que él
no cambia ni es voluble como el hombre. Por tanto, se puede confiar en todas
sus promesas.
La cosmovisión bíblica tampoco acepta la dualidad
ontológica pagana del bien y el mal sino que reafirma la unidad o existencia de
un único principio, el del bien. Sólo existe un Dios que es bueno. El origen de
la maldad estuvo en la rebeldía humana pero, al final de la historia, el bien
volverá a triunfar sobre el mal. Si en los mitos paganos se aseguraba que el
ser humano fue creado para servir a los dioses, la Biblia afirma que la
humanidad fue hecha a imagen y semejanza de Dios con el propósito de
administrar la creación. Hay aquí un elevado concepto del hombre y la mujer. Y,
a pesar de que se opusieron a la voluntad divina, el creador tomó la iniciativa
para redimirlos y hacerlos reyes y sacerdotes. Las normas éticas de la Biblia
son estables porque están basadas en la misma naturaleza inmutable de Dios. La
historia tiene sentido, el mundo se dirige a una meta concreta porque la
divinidad posee el control del desarrollo de todos los acontecimientos según
sus planes predeterminados.
4. ¿A qué
crees que se debe que la teoría de la evolución humana se presente como un
hecho sin discusión?
Quizás a que se entiende como el único planteamiento
que apela a causas exclusivamente materiales para explicar el origen del ser
humano. La ciencia, por su propia naturaleza metodológica, no se puede permitir
que “un pie divino se cuele por la puerta”, tal como dijo el biólogo
evolucionista de Harvard, Richard Lewontin, a finales del siglo pasado.[1] La
adhesión de la ciencia al materialismo es como un gran acto de fe. Se trata de
algo a priori que solamente puede aportar explicaciones naturalistas o
materialistas de la realidad. El método científico, que se emplea para estudiar
el mundo, se fundamenta en el materialismo más absoluto. Parte de la base de
que en el cosmos sólo hay materia, energía, espacio y tiempo. Nada más. Ni Dios
ni ninguna otra realidad sobrenatural porque, aunque las hubiera, la
investigación científica jamás podría tener acceso a ellas.
No obstante, la ciencia es incapaz de responder a
preguntas acerca del sentido de la realidad. ¿Por qué existe el universo? ¿Hay
alguna finalidad en el mismo? ¿Qué sentido tiene nuestra vida? ¿Somos seres
exclusivamente materiales o hay algo trascendente en el ser humano? Las propias
relaciones humanas muestran, por ejemplo, que aunque resulte difícil medir con
precisión el amor que un esposo o esposa siente hacia su cónyuge, éste puede
ser algo muy real. La ciencia sirve de bien poco cuando se pretende conocer los
sentimientos más íntimos de una persona. Considerar la subjetividad de un ser humano
como si sólo fuera un objeto de estudio más de la naturaleza, sería un grave
error, tanto desde el punto de vista moral como del propio conocimiento.
El método científico no resulta del todo eficaz para
medir los sentimientos que reflejan, pongamos por caso, el brillo de los ojos
de una persona enamorada. Para entender dicha verdad es menester abandonar la
razón y dejarse llevar por esa otra realidad del sentimiento amoroso. Hay
espacios de la existencia en los que el método controlador de las ciencias
naturales no puede entrar. Lo mismo ocurre cuando nos admiramos ante una obra
de arte o frente a la belleza de la naturaleza. El análisis objetivo es incapaz
de explicar el valor estético o las emociones que se producen en el alma humana
al contemplar la hermosura o la bondad.
Pues bien, algo parecido ocurre con el misterio de
Dios. Lo esencial para llegar a descubrirlo no son las pruebas impersonales a
favor de la “hipótesis científica” de su posible existencia, sino la
experiencia íntima y personal. Para conocerle es menester arriesgarse a
experimentar un profundo cambio de vida porque sin semejante transformación
personal no es posible descubrir a Dios. Desde luego, la ciencia no puede
demostrar a Dios porque éste no entra en su reducido terreno de estudio. Sin
embargo, ¿acaso el cosmos no ofrece indicios de sabiduría, susceptibles de ser
explicados mejor en el marco de un agente creador inteligente, que mediante el
ciego materialismo darwinista?
¿Estaba errado el salmista al afirmar que los cielos
cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos? Yo
creo que estaba en lo cierto.
La evolución humana a partir de los animales
inferiores podría ser un hecho si la realidad fuera exclusivamente material.
Pero si existe un Dios creador, tal como dice la Biblia, él ha podido hacernos
a su imagen y semejanza de una manera sobrenatural, a la cual la ciencia humana
probablemente jamás podrá tener acceso.
5. ¿Qué
aspectos relevantes trata de aportar tu libro en torno a Adán y Eva frente a
Darwin?
Craig parece asumir la idea evolucionista de que el
ser humano y los simios descienden de un antepasado común, mediante mutaciones
en el ADN y selección natural. El principal argumento que aporta para sostener
dicha creencia es la existencia de pseudogenes rotos que compartimos con los
chimpancés. Tales trozos de ADN se interpretan como antiguos genes estropeados
que en el pasado tuvieron alguna función pero que mutaron y dejaron de tenerla.
Si humanos y chimpancés los tenemos hoy sería porque ambas especies
descenderíamos de un antiguo simio común.
Sin embargo, yo planteo en mi libro las siguientes
dudas. ¿Es seguro que tales pseudogenes actuales no sirven para nada? ¿No
ocurrirá lo mismo que con el famoso “ADN basura” de los años 70, que después se
le han descubierto importantes funciones? De hecho, si resultara que los
pseudogenes sí tienen funciones en las células y están ahí por algo, entonces
no serían un argumento en favor del antepasado común sino de un diseño común.
Esto es lo que parece estar ocurriendo cuando uno analiza la abundante
bibliografía actual sobre las funciones descubiertas en tantos pseudogenes. En
mi libro se aporta una extensa muestra de tal bibliografía, que generalmente
existe en inglés.
Por otro lado, desde una perspectiva bíblica, si se
defiende la ascendencia común de simios y humanos, resulta difícil explicar el
concepto bíblico de una primera pareja humana creada “de novo”
sobrenaturalmente. Algunos, desde el evolucionismo teísta, suponen que Dios
pudo tomar una pareja determinada de algún homínido ya existente para crear a
Adán y Eva, como piensa Craig. Desde luego, el creador pudo hacer lo que
quisiera puesto que es omnipotente. Sin embargo, en mi opinión, ésta no parece
ser la versión que ofrece el Génesis.
Otro aspecto problemático, que señalo en mi texto,
es la elección de la especie Homo heidelbergensis como mejor candidata para
Adán y Eva. Resulta que algunos paleoantropólogos evolucionistas ni siquiera la
consideran como una especie válida. A pesar de todo, es posible que Craig tenga
razón pues otros autores sí la aceptan. Sin embargo, en mi opinión, son muchas
las posibles especies fósiles candidatas, como Homo erectus, H.
neanderthalensis, H. denisova, H. antecessor y otros H. sapiens antiguos. El
hecho de que algunas de estas especies se pudieran cruzar entre sí con
descendencia fértil indica hasta qué punto se parecían genéticamente y podrían
ser en realidad variedades humanas originadas por microevolución a partir de
una sola pareja original. Cualquiera de ellas podría encajar con el perfil de
Adán y Eva. Por lo que se hace muy difícil la determinación exacta.
Entre los simios y las personas no sólo existe un
gran abismo intelectual, moral y espiritual sino también una gran laguna
sistemática en el registro fósil. Es lo mismo que ocurre entre los grandes
grupos de clasificación como invertebrados, peces, anfibios, aves y mamíferos.
Es decir, que faltan los miles de fósiles intermedios o de transición que
debería haber entre unos y otros, si se supone que la evolución es un proceso
lento y gradual como asegura el neodarwinismo. Esto mismo es lo que ocurre
también entre los simios y los seres verdaderamente humanos. Todo esto lo
explico en mi libro. Así como también las demás dificultades actuales que
presenta el evolucionismo, que son analizadas en los cinco primeros capítulos
del mismo.
(Antonio Cruz,
18/10/2022)
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