¿Qué debemos hacer con los cetáceos en acuarios?
Cetáceos en
acuarios ¿qué hacer?. Hablamos, en particular, de los mamíferos acuáticos, por
un instante en el centro de la escena, a propósito de la reciente promulgación
de la Ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales.
Esta nueva
normativa permite la continuidad de los cetáceos en aquellos acuarios que
tengan como propósito la conservación, la investigación y la divulgación,
aunque los mantengan en su programación lúdica y animando espectáculos con
asistencia de público, “bajo supervisión de sus cuidadores”.
También dispone,
para aquellos cetáceos que, “en el momento de entrada en vigor de la Ley, sean
objeto de tenencia en cautividad fuera de los centros de conservación”, que
puedan permanecer donde están, “siempre que no sean reintroducibles en el medio
natural”, entre otras condiciones encaminadas a su protección, según se lee en
la ‘disposición transitoria’.
Si se genera
conocimiento, se contribuye a preservar la biodiversidad, también en las
instalaciones zoológicas o los centros de interpretación. Así lo entienden
algunos de los expertos directamente implicados, tanto en tareas de
investigación como en la gestión de zoos, entre los que participaron, hace
algunas semanas, en el 50º Simposio Anual de la Asociación Europea de Mamíferos
Acuáticos (EAAM, por sus siglas en inglés), que se desarrolló en el
Oceanogràfic de Valencia, entre el 7 y el 10 de marzo.
Allí se trato el
asunto de los animales como sujetos de derechos, a los que hay que garantizar
«la protección de su dignidad», según los postulados de la normativa.
Amenazas
Nadie puede negar
actualmente que los mamíferos marinos se enfrentan a amenazas de diversos
tipos, y en todo el planeta. Hoy, el calentamiento global inexorable y
creciente se suma a peligros anteriores como la contaminación acústica y
química, la captura accidental, el agotamiento de presas y, más recientemente,
la gripe aviar, que está golpeando a poblaciones de lobos marinos que viven en
las costas de Sudamérica.
“La vida de los
que viven libres no está desprovista de sufrimiento en absoluto, algo que en
parte causamos directa o indirectamente los humanos”, argumenta Manteca.
Para evaluar el
bienestar de un animal, sugiere, “lo primero que hay que conocer es su
biología, así como sus necesidades específicas de alimentación, de
comportamiento, etcétera, y, una vez que sabemos eso, entonces podemos ver si
los cuidados y el entorno que les proporcionamos satisfacen o no esas
necesidades”.Por su parte, Alejandro Grajal, presidente del Woodland Park Zoo
en Seattle (EEUU), coincide en que “el problema no es solo el bienestar de unos
cuantos animales en zoológicos y acuarios, sino que todos los peces, aves y
mamíferos del mundo están sufriendo por la avalancha de polución, cambio
climático y destrucción a raíz de las actividades humanas”.
Por lo tanto, en
su opinión, “la función de los zoológicos y acuarios modernos tiene que ser
salvar a todas las especies” y mantenerlas “en las mejores condiciones
posibles”. Además, el reto debe ser “crear una revolución social sobre la
conservación y el medio ambiente”, alienta. “Esa es la única razón ética por la
que debemos existir”, en sus palabras.
El director de
operaciones zoológicas del Oceanogràfic y director científico de la Fundación
Oceanogràfic, Daniel García, remarca que suele confundirse lo que es el derecho
con el bienestar animal. A su juicio, “el bienestar animal apunta a cómo se
encuentra ese animal, y el derecho a la vida es algo más ético (o etéreo), y a
veces nuestra sociedad pone el derecho a la vida por encima de cualquier otra
cosa”. De ahí, asevera, la importancia de utilizar criterios científicos sobre
el bienestar animal.
Según el Animal
Welfare Institute (AWI), una de las organizaciones de bienestar animal más
antiguas de Estados Unidos, los zoológicos y acuarios están diseñados para que
los animales se vean con facilidad, no necesariamente para que estén cómodos.
En efecto, Grajal
explica que, “aunque para representar la biodiversidad del planeta en un
zoológico, la mayoría de las especies deberían ser gusanos e insectos, la razón
por la que tenemos a delfines, tucanes o chimpancés es porque estos resultan
más afines que un gusano, una oruga o un escarabajo”.
Sin embargo, se
niega a dar la razón a quienes “critican fácilmente” la existencia de los
animales silvestres en cautividad, porque, la mayoría de las veces, “no hacen
estudios de comportamiento de animales” ni aportan “datos sólidos basados en
ciencia”.
A este respecto,
se muestra tajante: “No voy a cuestionar que en ciertos momentos algunos
animales puedan tener estrés, pero como lo podemos tener los humanos. Pueden
tener estrés por maternidad, alimento o contexto social, pero lo que estamos
tratando de lograr aquí no es solo reducir la ansiedad de los animales en
cautiverio sino ayudar a todo el planeta. Y por eso existen los zoológicos y
acuarios”. Quienes no lo estén haciendo, sugiere, esos sí “deberían cerrar”.
Ciertamente, los
animales con una cognición elevada como los delfines o los primates tienen una
vida compleja, por lo que, además, este tipo de instalaciones requiere destinar
muchos más recursos para mantenerlos. En el caso de los mamíferos marinos, los
problemas éticos que plantea el cautiverio son notables, en especial para los
cetáceos.
Ante la pregunta
sobre si la existencia de los mamíferos marinos en cautividad es objetivamente
peor, en lo que a bienestar se refiere, Xavier Manteca explica que “la vida y
el entorno de estos animales es, sin duda, diferente”. Hay, a su juicio, una
ambivalencia que él ejemplifica en la “ausencia de depredadores en un acuario”
o en la provisión de cuidados veterinarios, “cosas que no ocurren en la naturaleza”.
A su juicio, los
animales no solo no deberían sufrir sino que deberían experimentar “emociones
positivas”. Hay centros que mantienen a los animales en buenas condiciones y
“consiguen también transmitir eso al público”. No obstante, subraya que
“garantizar el bienestar de un animal significa satisfacer sus necesidades
biológicas, que son diferentes en cada especie”.
La cuestión que
se impone es, entonces, si las labores de investigación o conservación
justifican el hecho de tener animales encerrados en un recinto. En el alegato
de Grajal, la respuesta es afirmativa: “La primera razón es que los animales no
solo están en buenas condiciones, sino que, además, viven mucho más que los que
están en la naturaleza. En segundo lugar, ellos son el vehículo emotivo, social
y contextual para que la gente tome decisiones individuales y la tercera razón se funda en que estamos
teniendo importantes avances científicos en biología, fisiología y en lo que refiere al
comportamiento de estos seres vivos que antes no conocíamos”.
De no existir
animales cautivos, los zoológicos no dispondrían, por ejemplo, de “la base de
datos más grande del mundo sobre natalidad, mortalidad, ovulación o
reproducción”, e incluso “avances revolucionarios respecto a los cánceres en
animales”. Así, el director del zoo de Seattle sostiene que “esa información
científica nos beneficia a todos, aparte de que las conexiones que se crean
impulsan a mantener la conciencia sobre el medio ambiente”.
Por su parte, el
profesor de Ciencia Animal apunta que “las instalaciones modernas que trabajan
bien y tienen cetáceos en cautividad hacen una contribución fundamental a la
conservación”.
En su opinión,
“el conocimiento que se genera se aplica en los programas de conservación in
situ, tanto si proviene de especies que están en peligro de extinción como de
otras que no lo están pero que son similares en su biología”. A esto hay que
añadir, indica, “el trabajo de educación y sensibilización de la opinión
pública”.
Quienes sostienen
los espectáculos y la exhibición de animales suelen argumentar que las personas
adquieren información importante al ver animales vivos, por lo que delfinarios
y acuarios cumplen una función valiosa, además de la aportación en
conservación.
Grajal entiende
que los zoológicos y acuarios son destinos de entretenimiento para la mayoría de
las personas, por lo que, “en líneas generales, nadie asiste a estos lugares
para aprender”. Sin embargo, reconoce que los biólogos y gestores deben
“catalizar” lo que en ellos sucede “para generar cambios de actitud”.
Un
“entretenimiento con causa” puede tener unas consecuencias muy importantes para
el planeta, “mucho más que el contenido educativo en el sentido más estricto de
la palabra”.
En este marco,
considera que la forma más efectiva de conectar y de que el público aprenda no
es mediante la transmisión de contenidos técnicos, con un lenguaje árido, sino
a través de «las emociones, el apego y las conexiones sociales” que se generan
en estos centros.
“Es imposible ver
un espectáculo de delfines sin quedarse maravillado por estos animales”,
destaca. Y el vínculo es más cercano “con los animales que son taxonómicamente
similares a los humanos”, afirma.
Pero ¿cuál es la
percepción del público respecto al bienestar de los animales en cautiverio? Hay
opiniones para todos los gustos. Según AWI, el hecho de ver a animales
confinados puede dar al público una imagen falsa de su vida natural e
insensibilizar a las personas frente al sufrimiento inherente a la privación de
la libertad, pues estos suelen malvivir en recintos diminutos donde la vida
carece de naturalidad.
Manteca pone en
valor de que en los últimos años se haya avanzado de forma considerable: “La
sociedad en general está mucho más sensibilizada e interesada sobre estos temas
y, además, la concienciación sobre este asunto ha evolucionado bastante; hoy
nadie duda de que el bienestar animal es una disciplina científica”.
Acerca de cómo
serán, en el futuro, este tipo de recintos, si se transformarán en ‘santuarios’
o reservas, Grajal pronostica que solo sobrevivirán los zoológicos y acuarios
que “logren entender la función de conservación, o la ruta emotiva, social y
comportamental de la experiencia con animales vivos”, además de “financiar
proyectos de conservación y activar a la ciudadanía”.
Por su parte,
Manteca considera que “a un animal le importa poco” si el sitio en el que está
se llama zoológico, acuario o santuario. Lo relevante es si el entorno
“satisface sus necesidades de comportamiento o no, si tiene una buena
alimentación o si hay cuidados veterinarios”.
El porvenir de
cualquier animal en cautividad está depositado en “las instituciones que garanticen
los estándares de bienestar animal, cualquiera que sea su denominación”,
concluye. Cetáceos en acuarios ¿qué hacer?.
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