La impactante imagen que muestra la reducción de un glaciar en los Alpes
Los glaciares de Suiza han perdido más de la mitad
de su volumen en menos de 100 años y el largo y caluroso verano de este año ha
acelerado el deshielo, según un nuevo estudio.
Los glaciares sostienen las estaciones de esquí y
atraen a escaladores y excursionistas en verano, pero también son esenciales
para el suministro de agua en Europa. Las comunidades de los Alpes están
preocupadas ahora por su futuro.
Los científicos llevan años vigilando el retroceso
de los glaciares alpinos. Un estudio conjunto de la Escuela Politécnica Federal
de Zúrich y la Oficina Federal del Paisaje de Suiza comparó las imágenes
topográficas de los glaciares de los años 30 con las de los últimos 10 años.
Esta imagen muestra cómo se ha derretido el hielo en
el glaciar Fiescher entre 1928 y 2021.
Los resultados coinciden con las pruebas de que los
glaciares europeos se están reduciendo y de que existe una relación directa
entre la pérdida de hielo y el calentamiento global.
Los casquetes polares son especialmente sensibles a
los cambios de temperatura, por lo que si la Tierra se calienta, los glaciares
son los primeros en darse cuenta y responder con el deshielo.
En Suiza, a 3.000 metros sobre el nivel del mar, se
espera ver hielo. Pero por encima del pueblo de Les Diablerets, donde opera la
empresa de teleféricos Glacier 3000, hay ahora enormes zonas de roca desnuda.
Dos glaciares, el Tsanfleuron y el Scex Rouge, se
han separado, dejando al descubierto un terreno que no se veía desde hace miles
de años.
“Probablemente seamos los primeros en caminar por
aquí”, dice Bernhard Tschannen, quien dirige la empresa, y que ve ahora
desaparecer ante sus ojos una de las principales atracciones de Suiza.
Los turistas que visitan el país pueden ver desde el
Eiger hasta el Cervino y el Mont Blanc. También podían, hasta hace poco,
caminar por kilómetros de prístino glaciar azul.
Ahora el hielo está roto por la roca, el barro y los
charcos. El cambio es dramático.
“Cuando construimos este telesilla tuvimos que
excavar siete metros en el hielo. Esto fue hace 23 años”, explica. “Mira”,
señala varios metros más allá, “donde está ahora el glaciar”.
Mauro Fischer, glaciólogo de la Universidad de
Berna, se encarga de vigilar el Tsanfleuron y el Scex Rouge. Cada año, en
primavera, instala barras de medición de hielo y las revisa regularmente
durante el verano y el otoño.
Cuando fue a comprobarlas en julio, se llevó un
susto.
Los restos de una avioneta han quedado al descubierto
debido a la descongelación del hielo.
Los restos de una avioneta han quedado al
descubierto debido a la descongelación del hielo.
El hielo se había derretido completamente y las
varillas estaban tiradas en el suelo. Sus mediciones de hielo, dice, “se salían
de la gráfica, mucho más de lo que habíamos medido desde el comienzo de la
vigilancia de los glaciares, quizás tres veces más de pérdida de masa en un año
que la media de los últimos 10 años”.
El deshielo trae consigo peligro. En la famosa estación
de Zermatt, las pistas de escalada que suben al Cervino han tenido que cerrarse
porque, al derretirse los glaciares, la roca que antes se mantenía unida por el
hielo se vuelve inestable.
Richard Lehner, guía de montaña de Zermatt, como su
padre y su abuelo antes que él, ha pasado menos tiempo escalando este verano, y
más tiempo reparando o desviando los caminos peligrosos. Recuerda cuando podía
atravesar el glaciar del Gorner. Ahora ya no.
“El permafrost de las montañas se está derritiendo.
Hay más grietas en el glaciar, porque no hay suficiente nieve del invierno, y
eso hace que nuestro trabajo sea más difícil. Hay que pensar más en la gestión
del riesgo”.
El deshielo de los glaciares también revela secretos
largamente guardados. Este verano boreal, los restos de un avión que se
estrelló en 1968 salieron del glaciar Aletsch. También se han descubierto los
cuerpos de escaladores, desaparecidos durante décadas pero perfectamente
conservados por el hielo.
Pero las consecuencias de la pérdida de hielo son
mucho más amplias que el daño al turismo local o la búsqueda de escaladores
perdidos.
Los glaciares son a menudo conocidos como las torres
de agua de Europa. Almacenan la nieve del invierno y la liberan suavemente
durante el verano, proporcionando agua para los ríos y los cultivos de Europa,
y para enfriar sus centrales nucleares.
Este verano en el hemisferio norte, el transporte de
mercancías a lo largo del Rin en Alemania se ha visto interrumpido porque el
nivel del agua es demasiado bajo para las barcazas muy cargadas. En Suiza, los
peces moribundos están siendo rescatados apresuradamente de los ríos que son
demasiado poco profundos y demasiado cálidos.
En Francia y Suiza, las centrales nucleares han
tenido que reducir su capacidad porque el agua para refrigerarlas es limitada.
Samuel Nussbaumer, del Servicio Mundial de
Vigilancia de Glaciares, cree que es una señal de lo que está por venir.
Según las proyecciones actuales, a finales de siglo
el único hielo que quedará será el de las montañas: “Por encima de los 3.500
metros todavía habrá algo de hielo dentro de 100 años. Así que, si este hielo
desaparece, ya no habrá agua”.
La magnitud de la pérdida de esta época ha desatado
la preocupación. El glaciólogo Mauro Fischer admite que aunque sabía, por su
seguimiento, lo que estaba ocurriendo, el resultado le emocionó. “Es como si
los glaciares que se derriten lloraran. Los entornos de alta montaña nos dicen
que tenemos que cambiar de verdad. Me entristece mucho”.
En Glacier 3000, Bernhard Tschannen ha empezado a
envolver parte del hielo restante con cubiertas protectoras en un intento de
frenar el deshielo. Al preguntarle si se siente impotente, hace una larga
pausa.
“Podemos contribuir a que sea quizás un poco menos
rápido, pero creo que no podemos detenerlo completamente, al menos no a esta
altura para los glaciares”.
En Zermatt, los bisabuelos de Richard Lehner solían
esperar que los glaciares no se extendieran demasiado en el valle y cubrieran
sus pastos. En el siglo XIX, había tanto hielo que las comunidades pobres de
los Alpes suizos lo arrancaban y lo vendían a los elegantes hoteles de París,
para mantener frío el champán.
Aquellos tiempos ya pasaron, y nadie siente especial
nostalgia por ellos. ¿Pero no tener glaciares? “Tenemos un problema”, dice
Richard. “En toda Europa, no solo aquí en las montañas. Estos glaciares, esta
agua, no sé cómo vamos a vivir sin los glaciares”.
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