¿Es el veganismo la clave para salvar el planeta?
Nuestra dieta actual está causando un inmenso daño medioambiental especialmente ligado al consumo de carne. ¿Ha llegado la hora de dejar de consumir productos de origen animal, o existe una alternativa?
Antes de comenzar, una confesión: el autor de este
artículo no es vegano, vegetariano, pescatariano ni flexitariano. Es un miembro
de pleno derecho del club de los carnívoros. Sin embargo, tras estudiar el
tema, sigue absolutamente convencido de que nuestro sistema alimentario global
está dañando nuestro planeta. La interminable lista de informes y estudios que
existen sobre el asunto lo demuestra.
Con las dietas y prácticas de producción actuales,
alimentar a los 7.600 millones de personas de nuestro planeta está agotando los
recursos de agua dulce; cambiando la utilización del suelo; así como
contaminando y degradando la tierra y los ecosistemas marinos y de agua dulce.
Además, es uno de los principales factores que generan emisiones de gases de
efecto invernadero y agravan el cambio climático. Y la ganadería es la
principal culpable.
Se calcula que cada año se sacrifican 50 millones de
pollos, 1.500 millones de cerdos, 550 millones de ovejas, 450 millones de
cabras y 300 millones de reses, sin incluir los 270 millones de vacas lecheras.
Esas cifras son enormes.
¿Debo
(debemos) adoptar el veganismo para salvar el planeta?
Uno de los informes más convincentes y completos es
el de los investigadores de la Universidad de Oxford, que en 2018 analizaron
los datos de cerca de 40.000 granjas de 119 países. El informe estimaba que las
emisiones relacionadas con la producción de alimentos —incluyendo el transporte
y la deforestación— generan 13.700 millones de toneladas métricas de
equivalentes de dióxido de carbono (CO2 eq), que contribuyen al 26 % de las
emisiones de gases de efecto invernadero antropogénicas cada año.
“La agricultura ocupa un lugar central en
prácticamente la totalidad de los problemas medioambientales del mundo, así que
el reto será mucho más difícil. En los próximos 80 años, tendremos que producir
más alimentos de los producidos en toda la historia de la humanidad”, afirma
Joseph Poore, investigador de la Universidad de Oxford y coautor del informe.
“En 2050, se producirán anualmente 1,3 billones de
litros de leche y 500.000 millones de kilogramos de carne. Son cifras
abrumadoras que suponen un aumento del 60 % con respecto a los datos actuales y
que ejercerán una enorme presión sobre los recursos mundiales”.
El informe calcula que la producción de carne,
huevos y productos lácteos y la acuicultura utilizan el 83 % de las tierras de
cultivo del mundo y contribuyen en un 56-58 % a las emisiones procedentes de la
alimentación. Sin embargo, solo nos aportan el 37 % de las proteínas y el 18 %
de las calorías que necesitamos.
Además, si dejáramos de consumir productos animales,
cerca de 3.100 millones de hectáreas (7.700 millones de acres) de tierra
dejarían de ser tierras de cultivo para integrarse en la naturaleza. Esto
podría eliminar 8.100 millones de toneladas métricas de CO2 de la atmósfera
cada año durante 100 años, puesto que la vegetación natural se regeneraría y el
carbono volvería a acumularse en el suelo.
Entonces, ¿qué podemos hacer? La respuesta es muy
obvia. “Cambiar nuestra dieta y evitar los productos animales reduciría estas
emisiones en un 28 %, el uso de la tierra en un 75 % y la contaminación del
agua en un 60 % aproximadamente”, añade Poore.
“El cambio de dieta es la principal forma de reducir
el impacto en el medio ambiente”
Por supuesto, los agricultores, los procesadores,
los distribuidores, los minoristas y la industria agroquímica deben desempeñar
una función esencial. No obstante, será el consumidor quien impulse el cambio
en última instancia.
“Un habitante promedio de cualquier lugar del mundo
emite alrededor de 6 toneladas de gases de efecto invernadero al año. El cambio
de dieta es la principal forma de reducir el impacto en el medio ambiente. No
solo en términos de emisiones, sino también de otros indicadores medioambientales,
como de biodiversidad, uso del agua, pérdida de hábitat, deforestación, o
contaminación por nitrógeno y fósforo”, añade Poore.
De todas formas, ¿es realista esperar que todo el
mundo se vuelva vegano? Por ejemplo, en EE. UU., solo un 3 % de las personas
seguía un estilo de vida vegano y un 6 % se declaraba vegetariano en 2018.
Persuadir al otro 91 % para que renuncie a la carne será una tarea titánica.
“No es
necesario hacerse vegano de la noche a la mañana para provocar el cambio.
Podemos consumir alimentos locales y tener en cuenta los kilómetros que
recorren los alimentos. No tiene sentido que me haga vegana si como aguacates
que dan la vuelta al mundo”, explica Linda Freiner, Directora de Sostenibilidad
de Grupo de Zurich Insurance Group.
“También hay que reducir el desperdicio de
alimentos”. Los hogares de EE. UU. desperdician de media cerca de un tercio de
los alimentos que compran. Reducir el desperdicio de alimentos es reducir el
impacto medioambiental.
“Y si queremos mantener la carne en nuestra dieta,
podemos tratar de reducirla a una ración de carne roja a la semana y sustituir
el resto por pollo, cerdo, pescado o proteínas vegetales”, añade Freiner.
La investigación de Poore sugiere que este enfoque
podría tener un impacto significativo. “Analizamos un escenario en el que el
consumo de carne y lácteos se reducía en un 50 %. Descubrimos que se alcanza el
75 % del potencial de la dieta vegana”, explica.
Este supuesto se basa en la constatación de que el
25 % de los productores de alimentos generan el 55 % del impacto ambiental de
los mismos. “Si dejamos de consumir de ese 25 %, podríamos reducir nuestro impacto
en un 55 %”, asegura Poore.
Sin embargo, eso no es tan sencillo como parece. Las
diferencias entre los agricultores a la hora de producir un mismo producto son
enormes y, por tanto, su impacto en el planeta. Por ejemplo, según Poore, hay
una diferencia del 500 % en el impacto medioambiental entre las formas más y
menos sostenibles de producción de arroz.
“El arroz parece el mismo en las tiendas, pero para
el planeta tiene consecuencias extremadamente diferentes”, advierte Poore.
John Scott, Director de Riesgo de Sostenibilidad de
Zurich, afirma que la cadena de suministro de alimentos global debe ser más
transparente y que debemos ayudar a los consumidores a volver a conectar con
los alimentos.
“Con la industrialización de los alimentos, perdimos
el contacto con el por qué y el cómo se producen. Cuando vamos a un
supermercado, no tenemos ni idea de dónde proceden los alimentos, cómo se han
producido, cuántos kilómetros han recorrido, ni qué efecto tienen en el medio
ambiente. Esto tiene que cambiar”.
Scott sugiere añadir etiquetas medioambientales en
los alimentos, como las etiquetas nutricionales, para ayudar a los consumidores
a tomar decisiones informadas y permitirles elegir productos alimentarios de
menor impacto, al tiempo que se da a los agricultores y productores más incentivos
para reducir sus emisiones.
También cree que hay que incentivar a los
consumidores para que se decanten por opciones alimentarias de origen vegetal
con menos emisiones de carbono, creando mecanismos de fijación de precios sobre
el carbono que permitan a los consumidores comprender el gran impacto climático
de la carne y los productos lácteos que consumen.
Para los consumidores acérrimos de carne y productos
lácteos, puede parecer que nos dirigimos hacia un infierno alimentario; pero
hasta que no lleguemos a un mundo con cero emisiones de carbono, este tema no
dejará de plantearse y los llamamientos al cambio serán cada vez más enérgicos.
No es necesario abandonar la carne por completo para
lograr un impacto positivo. Además, es obvio que hay otros comportamientos que
podemos cambiar para reducir nuestra huella de carbono personal, como el uso
del coche y la energía en el hogar, y los viajes en avión. Si somos capaces de
cambiar rápidamente estos comportamientos y modificar ligeramente la dieta, no
habrá necesidad de que se imponga la era del veganismo.
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