Quagga, la cebra ‘desextinguida’ por la ciencia
La quagga (Equus quagga quagga) pertenece a ese triste olimpo de especies que desaparecieron por la desenfrenada cacería a la que fue sometida por el hombre. Este equino era una subespecie de cebra, pero a diferencia de ésta, las características rayas blancas y negras desaparecían para dar lugar a un pelaje marrón, de tonalidad café con leche, el mismo color que los pastizales de la sabana donde vivía, en el Estado libre de Orange (Sudáfrica).
Estos animales fueron cazados, sobre todo, por los
colonos bóers, los descendientes de los conquistadores holandeses que buscaban
nuevas tierras alejados de los ingleses. Era mediados del siglo XIX, y fue tan
desmesurada la matanza que los cazadores extraían las balas de los cadáveres
para ahorrar munición.
El origen de su particular nombre es una adaptación
libre del pueblo hotentote (los khoikhoi) del sonido que emitía este equino,
pero luego los blancos de lengua afrikáneers se referían como quagga a
cualquier tipo de cebra, como la cebra de montaña y la cebra de Grévy o cebra
real.
En agosto de 1883, la última quagga moría en el
zoológico de Amsterdam. Apenas quedaban algunos ejemplares embalsamados, un par
de fotografías y varios dibujos como para tener un recuerdo más vivo de su
presencia.
Pero la quagga ha resucitado. Y gracias a un
experimento de selección genética, ya hay una docena de quaggas pastando en los
campos experimentales de Vrolijkheid, al norte de Sudáfrica.
Todo empezó gracias al Proyecto Quagga, liderado por
Eric Haley, profesor e investigador de la Universidad de Ciudad del Cabo. La
clave fue descubrir que la quagga no era una especie diferente, sino que era
una subespecie de la cebra de llanura, también conocida como cebra de Burchell
o, para más evidencia, con su nombre científico de Equus quagga.
Las hipótesis de Harley era que la cebra debía
tener, en sus genes, el ADN de la antigua quagga. Gracias a eso, y siguiendo un
proceso de cría selectiva, cruzando aquellos ejemplares con tendencia a la
desaparición del entramado de rayas, las siguientes generaciones tuvieron un
pelaje similar al equino desaparecido.
Hubo algo que ayudó a devolver la quagga a la vida,
y es que este era el único animal extinto cuyo ADN había sido decodificado y
secuenciado en su totalidad.
En los orígenes del proyecto, en 1987, eligieron
nueve cebras entre 2.500 ejemplares del parque nacional de Etosha. El año
siguiente ya nació la primer cría. 26 años después, a fines del 2013, llegó al
mundo Khumba, la quinta generación de estas ‘resucitadas’ quaggas. Tal como
preveían los científicos, tiene su parte trasera de tonalidad marrón.
Como este proyecto trabajó sobre la crianza
selectiva, tal como se hace con el ganado vacuno, ovino o equino para lograr
mejores ejemplares, lo que tenemos no es una especie que vuelve a la vida mediante
clonación, sino la recuperación de una subespecie extinguida pero que ahora ya
cuenta con varios ejemplares gracias a la recuperación del ADN guardado en las
cebras.
Cuando los ejemplares de una especie animal son
separados por barreras geográficas, y cada grupo va desarrollando diversas
modificaciones para adaptarse al hábitat, ya se puede considerar como
subespecies. Pero si luego de varias generaciones no hay una cruza genética
entre estos grupos aislados, se separan en especies diferentes.
Pero esto no ha sido el caso de la quagga: las
cruzas con las cebras siempre estuvieron presentes. Y la mejor confirmación de
que se trata de una subespecie es que las nuevas generaciones de quaggas son
fértiles, mientras que el apareamiento de especies diferentes, como entre un
burro y una yegua, da origen a un animal estéril, en este caso la mula.
Según Mike Gregor, director del programa, la quagga
actual “quizás no sea genéticamente idéntica” a sus ancestros, porque hay que
tener en cuenta diversas modificaciones genéticas y adaptaciones al medio
ambiente de los últimos 150 años. Por ello, para evitar susceptibilidades en la
comunidad científica, los nuevos ejemplares han sido bautizados como Rau
quaggas, en honor a Reinhold Rau, uno de los científicos impulsores de este
proyecto.
Por ahora hay solo una docena de animales que
ostentan este título en una población de cien cebras, pero la idea de los
científicos es que cuando haya al menos 50 quaggas ya puedan ser destinadas a
una reserva, y que puedan vivir en libertad en la sabana tal como hacían sus
bisabuelos antes de la llegada del hombre blanco.
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