El charrán ártico viaja 80.000 kilómetros al año, dos veces la vuelta al mundo
El charrán común es un ave de mediano tamaño que tiene una coloración mayoritariamente pálida, con el dorso y las alas de color gris y la cola blanquecina. En su cabeza luce un capuchón negro muy visible y que varía de tonalidad dependiendo de la época del año.
Uno de sus parientes más cercanos es el charrán
ártico (Sterna paradisaea) un ave que protagoniza una de las historias más
extraordinarias del reino animal. A diferencia del charrán común, durante la época
de cría su pico es totalmente rojo, al igual que las patas, las cuales adoptan
una coloración grisácea oscura fuera de ese periodo del año.
Esta especie es monógama, se reproduce en las
regiones árticas y subárticas de Norteamérica, Asia y Europa, ubicándose en
Groenlandia la mayor concentración de colonias del mundo.
Nidifican a nivel del suelo y su puesta anual oscila
entre tres y cinco huevos.
Una vez que ha tenido lugar la reproducción, a
finales de agosto, se dirigen hacia el Océano Antártico. De esta forma, con
apenas 125 gramos de peso, el charrán ártico realiza una de las migraciones
estacionales más largas de todo el reino animal, pudiendo llegar a recorrer más
de 80.000 kilómetros anuales.
Es un viaje no exento de peligros, que expone a
estas aves a condiciones meteorológicas extremas y a un elevado desgaste
energético, por lo que muchas de ellas perecerán antes de alcanzar su destino.
Se estima que esta ave puede vivir unas tres
décadas, por lo que, tras un pequeño cálculo matemático, a lo largo de su vida
habrá viajado en torno a 2,4 millones de kilómetros, una cifra equivalente a
seis veces la distancia entre la Tierra y la Luna.
Gracias a diminutos dispositivos de rastreo, los
científicos han observado que durante el viaje realizan una parada importante,
que en ocasiones puede prolongarse hasta un mes, en una zona situada al norte
de las islas Azores. Allí reponen fuerzas, alimentándose de peces y pequeños
crustáceos marinos que capturan con vuelos picados y zabullidas.
Los investigadores han descubierto, además, que el
charrán ártico es capaz de detectar corrientes oceánicas, lo cual es
fundamental para su alimentación, ya que con ellas se elevan nutrientes que
atraen al plancton, que a su vez es el reclamo de los peces pequeños que,
finalmente, acabarán formando parte de la alimentación de los charranes.
Seguidamente siguen su rumbo hacia el sur y a la
altura de las islas de Cabo Verde las bandadas de charranes se dividen en dos
poblaciones, una que viaja por África y otra que lo hace por Sudamérica, por la
costa de Brasil. Ambos grupos llegarán a la Antártida en el mes de diciembre,
en torno a cuatro meses después de haber salido de sus campamentos de
Groenlandia.
En el destino la vida tampoco es sencilla, tienen
que sortear no pocos peligros, desde depredadores naturales como el visón,
hasta la pérdida del hábitat o de presas clave, como consecuencia del cambio
climático. En cualquier caso, el riesgo merece la pena, ya que aprovechan su
estancia en la costa antártica para zambullirse en busca de kril y de otros
alimentos durante largas jornadas.
Allí permanecerán hasta mediados de abril del año
siguiente, momento en el cual inician el viaje de regreso. Este será mucho más
rápido, gracias a que aprovechan la inestimable ayuda que les ofrece los
vientos. De esta forma, en apenas dos meses están nuevamente en su hogar del
norte, llegan exhaustos pero listos para aparearse.
Con el retorno el charrán ártico cierra su ciclo
anual, un viaje que une los dos polos, uno en donde se reproduce y otro en el
que pasa el resto de su tiempo no reproductivo.
.-
Comentarios
Publicar un comentario