Las plumas habrían ayudado a los dinosaurios a sobrevivir a la extinción del Triásico
Los dinosaurios fueron las criaturas dominantes de
la Tierra durante el periodo Jurásico. Pero, antes de eso, tuvieron que
sobrevivir al fin del mundo.
La mayoría de geólogos sospechan que, a finales del
periodo Triásico, se produjeron enormes erupciones volcánicas que provocaron un
episodio de extinción masiva. Este cataclismo arrojó enormes cantidades de
gases a la atmósfera que, según los geólogos, habrían alterado el clima global
y provocado la extinción de casi el 80 por ciento de todas las formas de vida
que habitaban el planeta. Pero, de alguna manera, los dinosaurios sobrevivieron
y más adelante prosperaron. Los científicos saben que las principales víctimas
de las extinciones son las especies marinas, pero averiguar cómo afectan a la vida
terrestre siempre es todo un rompecabezas geológico. Más recientemente, a ese
rompecabezas se le ha añadido otra pieza: averiguar si las duras condiciones en
las que sobrevivieron los dinosaurios fueron producto de un calentamiento
global o de un enfriamiento repentino. Las pruebas recientes de la existencia
de lagos helados, en los que se han hallado huellas fosilizadas de dinosaurios,
refuerzan esta última idea y sugieren que lo que posibilitó la supervivencia de
los dinosaurios habría sido su capacidad para afrontar el frío provocado por un
despiadado invierno volcánico.
No existe ningún método directo para averiguar
cuáles eran las condiciones climatológicas a las que se enfrentaron los
dinosaurios hace más de 200 millones de años, cuando cayó en cascada sobre la
zona central del supercontinente Pangea tanta lava que se habría llenado el
Gran Cañón 500 veces. Los volcanes expulsaron al mismo tiempo grandes
cantidades de dióxido de carbono y azufre, sembrando el caos. Todo ese dióxido
de carbono acabó con los habitantes de los océanos, ya que acidificó en demasía
el mar, un hecho que demuestran los cambios químicos apreciados en las conchas
y en los huesos dejados por los organismos marinos. Durante mucho tiempo, los
geólogos han creído que los gases de efecto invernadero también provocaron un
aumento de las temperaturas, lo que habría afectado a las especies terrestres.
Sin embargo, las pruebas encontradas en el registro geológico sobre las causas
de la muerte de las especies terrestres no están tan claras como en el caso de
los mares y, además, es posible que otros procesos climáticos desempeñaran un importante papel.
El azufre procedente de las erupciones volcánicas
forma gotitas reflectantes en la atmósfera que devuelven la luz solar al
espacio. Eso hace que el planeta se enfríe y se produzca un «invierno
volcánico» de corta duración. Los humanos han sido testigos de un proceso
parecido en tiempos mucho más recientes, como el enfriamiento generalizado que
siguió a la erupción del monte Pinatubo, en Filipinas, en 1991. Las
simulaciones por ordenador sugieren que hacia el final del Triásico las
erupciones volcánicas habrían provocado un descenso de las temperaturas de
hasta 10 grados Celsius, tal vez incluso superando el efecto de calentamiento
generado por el dióxido de carbono.
Para averiguar qué fue más influyente para las
especies terrestres, si el calentamiento o el enfriamiento, los geólogos
recurren a los procesos sensibles al clima que dejan pistas en las rocas. Entre
esos métodos está la observación de los restos fosilizados de los antepasados
de las plantas modernas intolerantes al frío, que se acercan o alejan del
ecuador cuando cambian las condiciones climáticas. Pero nuestro conocimiento
sobre plantas antiguas es limitado. Los geólogos han encontrado restos de los
exuberantes bosques llenos de helechos, presentes en la mayor parte de Pangea,
incluso cerca de los polos, y todavía se debate si esto fue consecuencia de un
clima cálido o frío. Por suerte, existen otras huellas más directas de las bajas
temperaturas.
Si alrededor de un lago se forma hielo, las rocas y
el polvo de la orilla también se pueden congelar. Cuando ese hielo se desprende
y flota en aguas más profundas, se derrite y deja caer la arena o los guijarros
que hubiera transportado. Por esa razón, cuando los geólogos hallan arena o
grava costera en el lodo de los antiguos lagos, puede ser un indicio de que
fueron llevadas hasta allí por el hielo.
En un nuevo estudio publicado el 1 de julio en
Science Advances, sus autores descubrieron este patrón revelador en las
antiguas rocas del fondo de los lagos de la cuenca de Zungaria, una zona
situada en el noroeste de la actual China que estaba por entonces al norte del
círculo polar ártico y formaba parte de Pangea.
Estas pruebas de la presencia de hielo se hallan en
las mismas capas de roca en las que se han conservado muchas huellas de
dinosaurios, lo que sugiere que los dinosaurios árticos vagaban por las orillas
del antiguo lago incluso cuando las condiciones invernales eran gélidas. «Hemos
estado encontrando dinosaurios polares durante mucho tiempo. Pero no teníamos
pruebas de que [las regiones polares] se hubieran congelado», señala Paul
Olsen, geólogo y paleontólogo de la Universidad de Columbia y coautor del
estudio. «Estábamos encontrando huellas de dinosaurios asociadas con esos
depósitos lacustres que se congelan estacionalmente.»
Plumas salvadoras
Basándose en los vínculos evolutivos entre los
dinosaurios que vivieron a finales del Triásico y los posteriores dinosaurios,
pterosaurios y aves modernas con plumas, Olsen y su equipo creen que los
dinosaurios que sobrevivieron a este período frío también poseían plumas y
filamentos aislantes (estructuras con forma de pluma que se parecen a un pelo
largo). Este escenario implicaría una evolución de las plumas de los
dinosaurios anterior a lo que indica el registro fósil. Pero coincide con la
teoría según la cual se produjo una evolución temprana y única de las plumas de
los dinosaurios, idea que es apoyada por otros paleontólogos.
Para Olsen, los dinosaurios sacaron ventaja en el
clima frío de finales del Triásico y acabaron siendo los animales dominantes.
Esta teoría también hace posible que otros patrones del registro fósil encajen.
Los pseudosuquios, parientes de los cocodrilos y extintos hace tiempo,
dominaron los cálidos trópicos durante la última etapa del Triásico y en su
árbol evolutivo no hay pruebas de la existencia de plumas. Los paleontólogos
creen que, tal como ocurre con los reptiles modernos, los pseudosuquios se
adaptaron para conservar el agua, y eso podría haberles ayudado a sobrevivir a
las condiciones cálidas y secas si el dióxido de carbono hubiera provocado una
ola de calor. Pero los esqueletos y las huellas de estos reptiles
desaparecieron del registro fósil después del final del Triásico, motivo que ha
llevado a Olsen a proponer que no se habrían mantenido calientes durante un
invierno volcánico. «Realmente es muy sencillo de explicar» señala Olsen.
«Todas las criaturas que vivían sobre la tierra y no contaban con un aislamiento
se extinguieron.»
«El hecho de que este enfriamiento provocara una
extinción de las especies terrestres es una hipótesis realmente excitante, pero
creo que nos queda mucho trabajo por hacer», comenta Randy Irmis, paleontólogo
de la Universidad de Utah, que no participó en este estudio pero que en el
pasado trabajó con Olsen. «El problema más difícil es desentrañar todos estos
efectos climáticos y tratar de aclarar cuáles fueron los vínculos existentes
entre los posibles procesos que causaron la extinción y ciertos grupos de
organismos».
Para averiguar cuáles fueron las condiciones
climáticas que acabaron con los pseudosuquios (y que a su vez permitieron a los
dinosaurios sobrevivir al final del Triásico) es fundamental encontrar más
dinosaurios alrededor de los antiguos polos de Pangea y señales más claras de
bajas temperaturas fuera de la cuenca de Zungaria. «Lo que estaría muy bien es
hallar pruebas en otras regiones geográficas polares», señala Kliti Grice,
geoquímica orgánica de la Universidad Curtin, en Australia, que no participó en
el último estudio pero que ha trabajado con Olsen en otros aspectos de la
extinción de finales del Triásico. «Si encuentras que en un lugar ha ocurrido
algo; la causa puede ser el clima o algo estacional o local. Eso te obliga a
averiguar si ha pasado en más lugares.» Las implicaciones van más allá de la
comprensión de este suceso de extinción masiva. «Incluso si los dinosaurios no
te interesan lo más mínimo, si quieres saber hacia dónde nos dirigimos, es
importante comprender todo lo relacionado con las seis extinciones masivas
(incluida la actual, en proceso) asociadas a los cambios climáticos
repentinos», señala Irmis. «Y eso solo lo podemos hacer estudiando el registro
geológico.»
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