Abren el camino a revivir peces prehistóricos de hace 15 millones de años
En la escuela, el instituto e incluso en la
universidad, lo habitual es separar la geología de la biología, los minerales
de los seres vivos, como si fueran dos mundos contrapuestos. Sin embargo,
muchos seres vivos generan partes duras formadas por minerales de fabricación
propia, los llamados biominerales. Estos constituyen los esqueletos, conchas,
dientes, escamas, espinas, y un largo etcétera de partes duras que, en los
seres vivos, realizan funciones muy diversas.
Los biominerales son básicos en la conservación
geológica de los seres vivos. Aunque hay muy diversos tipos de fósiles y de
procesos de fosilización, lo usual es que un organismo (o una parte del mismo)
quede enterrado en sedimentos y que se conserve como fósil por procesos
similares a los que transforman estos sedimentos en rocas sedimentarias.
Normalmente, son esas partes duras de los seres vivos las que soportan este
tipo de procesos, de tal forma que, en condiciones óptimas, un hueso o una
concha puede preservarse casi sin modificaciones durante millones de años. Pero
es más habitual que la presión, temperatura y fluidos existentes en estos
ambientes alteren la forma y la composición químicas de los delicados cristales
que forman los biominerales, destruyendo así mismo cualquier otra molécula de
menor dureza. De ahí que un hueso actual tenga un aspectos ligeramente
diferente del que muestra un hueso fósil.
Pero volvamos a los biominerales y a los seres vivos
que los fabrican. El proceso de secretar biominerales se realiza gracias a unas
células u orgánulos especiales, pero siempre está acompañado de macromoléculas
orgánicas, como las proteínas, los lípidos o los azúcares, que son las
encargadas de dirigir la mineralización. Las proteínas, por ejemplo, activan o
interrumpen la mineralización, controlan la forma final de cada pequeño cristal
de biomineral y el lugar donde se produce. A igual que ocurre con otras
macromoléculas, las proteínas quedan parcialmente atrapadas alrededor y dentro
de los cristales de biominerales cuya formación dirigen.
Como indicamos anteriormente, es habitual que los
biominerales se alteren químicamente, se disuelvan o transformen durante la
fosilización. Estos cambios acarrean la pérdida de las proteínas que pudieran
estar preservadas dentro o alrededor de los biominerales ya que son moléculas
fácilmente degradables. El caso más paradigmático es el del ADN que sólo se
puede preservar en el registro sedimentario un par de millones de años porque
se degrada fácilmente tras la muerte del organismo.
Pero ¿qué ocurre con las proteínas? ¿podrán
preservarse algunas de ellas si están atrapadas dentro de los cristales de los
biominerales?
Una investigación multinstitucional, liderada por el
Dr. Jarosław Stolarski del Instituto de Paleobiología de la Academia Polaca de
Ciencias (PAN), Varsovia - Polonia, en colaboración con el Dr. Ismael Coronado
del Laboratorio de Paleontología de la Universidad de León, ha encontrado
proteínas preservadas en biominerales de peces fósiles que habitaron la Tierra
hace la friolera de 15 millones de años. Más concretamente, estas proteínas se
han conservado en los llamados otolitos de peces fósiles. Pero ¿qué son estas
estructuras?
El oído interno de los vertebrados es un órgano cuya
función principal regula el equilibrio. Para ello, los vertebrados crean
pequeñas partículas formadas por biominerales, cuyo desplazamiento dentro de
unos canales del oído interno avisa al cerebro de su posición, aceleración,
etc. En el caso de los peces, estas estructuras pueden alcanzar tamaños de
varios milímetros e incluso centímetros y se conocen como otolitos. Los
otolitos permiten a los peces escuchar y equilibrar el cuerpo dentro de la masa
de agua y son habituales como fósiles en sedimentos y rocas sedimentarias tanto
marinas como de agua dulce. Estas estructuras, compuestas por pequeños
cristalitos en forma de aguja del mineral aragonito, forman capas concéntricas
alrededor de un núcleo, y durante su mineralización atrapan no sólo a las
proteínas encargadas de la biomineralización, sino también a otras
macromoléculas.
En sedimentos arcillosos e impermeables de la sierra
de Santa Cruz (Polonia), de edad miocena (unos 14.8 millones de años), estos
científicos han encontrado una buena colección de otolitos fósiles de la
brótola de roca (Phycis), un pez de hábitos nocturnos que habita los fondos
marinos del Atlántico. Según nos cuenta el Dr. Ismael Coronado, quien evaluó el
estado de preservación de estos fósiles, los otolitos fósiles estudiados
muestran unas propiedades químicas y cristalinas casi idénticas a las presentes
en otolitos de las brótolas actuales, con los que fueron comparados. Esta
fosilización extraordinaria fue posible porque los materiales en los que se
encontraban enterrados, las capas arcillosas de esta región polaca, sellaron
los otolitos impidiendo su degradación por fluidos. También ayudó la presencia
de una climatología constante de la región, que evitó cambios bruscos de
temperatura que podrían haber generado modificaciones en el fósil. Por lo tanto,
el estado de preservación de estos otolitos era óptimo para comprobar si
quedaban proteínas no alteradas dentro de sus biominerales.
El trabajo pionero publicado por Stolarski y
colaboradores en la revista Scientific Reports (13:3822), muestra que los
otolitos fósiles estudiados contienen un 10% de las proteínas de las brótolas
actuales. De hecho, el resto del material proteico que contenían los otolitos
se ha degradado con el paso del tiempo y sus enlaces se han roto en estructuras
más pequeñas, como péptidos y aminoácidos. La secuenciación de las proteínas
fósiles completas ha permitido compararlas con las actuales, reconociendo 11,
que incluyen proteínas específicas para el desarrollo del oído interno, la
biomineralización de los otolitos y aquellas que solo aparecen en membranas del
oído interno.
Estas similitudes sugieren que los procesos de
biomineralización del oído interno se han mantenido estables, sin cambios, a
través del tiempo geológico y que los avances en paleoproteómica nos pueden
ayudar a entender las relaciones evolutivas entre diferentes organismos,
siempre y cuando sus fósiles se preserven adecuadamente.
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