Estudian el cerebro del fósil de Homo erectus con menor capacidad craneal
El paleoneurólogo Emiliano Bruner y el arqueólogo
Sileshi Semaw, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana
(CENIEH), han publicado un artículo en la revista 'American Journal of Biological
Anthropology' sobre el cráneo DAN5/P1 de 1,5 millones de años de antigüedad,
hallado en el yacimiento etíope de Gona, cuya morfología craneal indica que
pertenece a la especie Homo erectus, y, en particular, a su primera etapa
africana, que a veces se identifica con el nombre Homo ergaster.
Los resultados del estudio de este fósil, que tiene
un tamaño muy reducido para estos grupos de homínidos, sugieren que la
morfología cerebral no presente rasgos distintivos del género humano, teniendo
proporciones parecidas a los australopitecos o a especies cuya posición
evolutiva –y la pertenencia al linaje humano– queda todavía por establecer,
como ocurre con Homo habilis.
«El cráneo DAN5/P1 es más redondo y menos alargado
de lo que se observa en individuos de Homo erectus más tardíos, pero es
probable que esto se deba a la arquitectura del cráneo, y no a determinadas
proporciones de la corteza cerebral», afirma Bruner.
Este análisis confirma que todavía falta la
evidencia de una frontera clara del origen de la anatomía del cerebro en el género
humano, por lo menos a la luz del registro fósil actual. La mayoría de las
diferencias entre las primeras especies humanas –e incluso entre humanos y
australopitecos– en la anatomía cerebral se asocian fundamentalmente a
diferencias en el tamaño promedio del encéfalo.
La dificultad en encontrar rasgos cerebrales
asociados a la evolución del género Homo, más allá del tamaño, puede deberse a
la ausencia de diferencias macroscópicas en la corteza, a las limitaciones de
las muestras fósiles, o a las dificultades a la hora de interpretar la
morfología del cerebro a partir de las huellas internas del cráneo.
«Desde luego, esto no excluye la posibilidad de que
el origen del cerebro humano pueda estar asociado a cambios que no se pueden
detectar en su anatomía general, como los cambios que ocurren a nivel de
células y tejidos, de las conexiones neurales, o de los neurotransmisores»,
añade Bruner.
Este estudio se ha llevado a cabo en colaboración
con las universidades estadounidenses de Columbia University (New York),
Midwestern University (Glendale), Southern Connecticut State University (New
Haven) y Stone Age Institute (Gosport). El mismo equipo publicó, hace un año,
un estudio completo sobre el cráneo del mismo individuo
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