Los meteoritos son botellas del Universo con mensajes

 

Cada día en algún rincón de la Tierra caen muestras gratuitas de los astros que nos rodean. Y llegan por mensajería cósmica, fruto de múltiples procesos que lanzan esas rocas desde asteroides y cuerpos planetarios en órbitas alrededor del Sol por las que se mueven durante decenas de millones de años hasta que, tras una carambola, encuentran finalmente nuestro planeta. Las caídas de meteoritos, anunciadas por brillantes bolas de fuego, nos regalan rocas fascinantes que transportan un mensaje en una botella desde remotos lugares del Sistema Solar.

Su origen extraterrestre nos cautiva. La mayoría de humanos jamás alcanzaremos el espacio y nadie podrá nunca visitar todos los mundos de los que nos llegan meteoritos.

¿Qué mensajes traen?

En manos expertas, sus minerales aportan información científica capaz de ahondar en el pasado. Cuentan historias sobre los procesos formativos de asteroides y planetas en los inicios de nuestro sistema planetario, mucho antes de formarse La Tierra.

Gracias a la datación de los minerales producidos por alteración acuosa sabemos que las condritas carbonáceas fueron los primeros cuerpos hidratados del Sistema Solar, antes de que la Tierra existiera. Incluso nos hablan los diminutos componentes en su interior, formados antes que el Sol, contándonos la historia de nuestra galaxia. Al contener granos presolares y ciertos isótopos que son el producto de la desintegración de elementos radioactivos formados en otras estrellas sabemos, por ejemplo, que el Sol nació en una asociación de estrellas más masivas que él.

Así pues, podemos extraer de ellos fascinantes historias que esperan ser contadas. Por ello, una rama de las ciencias del espacio se vuelca en su estudio y catalogación, también como muestras representativas de los cuerpos de los que proceden.

Rocas que sobreviven a su brusco encuentro con la Tierra

No lo tienen nada fácil en su brusco y tortuoso encuentro con nuestro planeta. Las rocas que surcan el medio interplanetario alcanzan el techo de la atmósfera a velocidades hipersónicas (entre 11 y 72 km/s) por lo que sufren la fricción con la atmósfera y el proceso denominado ablación. Así se genera la fase luminosa que denominamos bólido o bola de fuego en la que suele perderse más de un 95% de la masa inicial, y la roca tiende a fragmentarse, desmenuzarse y evaporarse.

Es una buena noticia que la atmósfera terrestre constituya un escudo para que esos proyectiles se fragmenten de manera eficaz sin constituir un peligro. De hecho, los meteoritos poseen una conductividad térmica tan baja que se enfrían durante la caída: es un mito que lleguen incandescentes al suelo.

Podríamos estar de acuerdo con que estas rocas fascinantes, llegadas desde rincones lejanos de nuestro sistema planetario, deberían ser patrimonio de todos. Cualquier país apasionado y respetuoso con la ciencia toma medidas para preservar este legado ofrecido por la madre naturaleza. España los incluyó en la Ley de Patrimonio Geológico y desde entonces los meteoritos caídos en España están protegidos por ley, deben darse a conocer, preservarse, y es ilícito venderlos.

Sabemos de dónde vienen

Desde el CSIC hemos realizado avances tecnológicos aplicables a la detección digital de esos fenómenos luminosos para identificar y catalogar las bolas de fuego que, en ocasiones, producen meteoritos. Algunas llegan a ser tan luminosas como la Luna y las monitorizamos desde la Red de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos (SPMN) del CSIC que, desde hace más de 25 años mantiene una lista actualizada fruto de un proyecto de ciencia ciudadana.

Al reconstruir sus trayectorias medimos su grado de profundización y supervivencia, y calculamos los lugares de posible caída. Además, reconstruimos sus órbitas en el Sistema Solar para conocer las rutas dinámicas que los transportan hasta la Tierra.

Por ejemplo, hace ya diecisiete años conseguimos, por primera vez en España y novena en todo el mundo, reconstruir la órbita de un meteorito, la condrita ordinaria Villalbeto de la Peña. Desde entonces hemos obtenido las órbitas de otros meteoritos y hemos ido incrementando nuestro conocimiento sobre el origen de esas rocas. Las cuatro últimas caídas de meteoritos que hemos recuperado e identificado en España hasta ahora: Ardón (1931), Villalbeto de la Peña (2004), Puerto Lápice (2007) y, recientemente, Traspena (2022).

La mayoría de meteoritos llegan a la Tierra tras tortuosas rutas desde que se desprenden de su cuerpo progenitor, en una región plagada de asteroides llamada cinturón principal, situada entre las órbitas de Marte y Júpiter. Así le ocurrió a la propia roca de tamaño métrico que originó la caída de Villalbeto de la Peña. Midiendo su edad de exposición a los rayos cósmicos dedujimos que necesitó unos 48 millones de años para alcanzar nuestro planeta desde que fuese lanzada previamente por otro impacto ocurrido en la superficie de su asteroide padre. Una auténtica jugada de billar cósmico.

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