Marte, el planeta gafe
La exploración de Marte ha sido un tema apasionante
para los científicos. Desafortunadamente, ha sido un planeta gafe para la
exploración espacial, especialmente para los rusos, ya que más de la mitad de
sus misiones han fallado.
Tal como detalla la revista Muy Interesante, tras la
puesta en órbita del Sputnik, los soviéticos se lanzaron a la exploración
planetaria; una aventura a la que rápidamente se apuntarían los
norteamericanos. Ahora bien, ¿por dónde empezar? El interés de los rusos estaba
en Venus, más que para los estadounidenses. Mientras que los primeros enviaron
18 sondas allí, sus enemigos del otro lado del telón de acero únicamente
enviaron cuatro, dos del programa Mariner y otras dos del Pioneer. Para los del
país de las barras y estrellas Marte tenía mucho más atractivo. Y no era para
menos: el planeta rojo ha ejercido tanta fascinación para aquellos que les
gusta mirar al cielo como el Egipto faraónico a los que les gusta mirar atrás
en el pasado. Quizá tuviera que ver en ello la posibilidad de encontrar vida
allí. Desde los canales de Schiaparelli y Percival Lowell a la Guerra de los
Mundos de H. G. Wells (y la famosa versión radiofónica de Orson Welles), la
obsesión por los marcianitos con nariz de trompetilla ha estado presenta en
nuestra cultura. Ya en 1900 la Academia de Ciencias francesa daba un premio a
aquel científico que demostrara que había vida en el Sistema Solar... salvo en
Marte.
Curiosamente, Marte ha sido un planeta gafe para la
exploración espacial: más de la mitad de las misiones soviéticas y la tercera
parte de las norteamericanas han acabado en desastre. En particular los rusos,
de 16 misiones espaciales con destino Marte solo una, la Mars 5 (lanzada el 25
de julio de 1973), puede considerarse como un éxito. Pérdidas de comunicación,
fallos en el módulo de descenso, aterrizaje en medio de una tormenta de
arena... A los pobres técnicos rusos les ha pasado de todo. Con el lanzamiento
de las sondas Phobos en julio de 1988 todos esperaban que consiguieran quitarse
la espina marciana. No hubo manera.
El 7 de julio salía Phobos I y cinco días después
Phobos II. Era un proyecto soviético en el que participaban 11 países y la
Agencia Espacial Europea. Su objetivo era analizar su superficie y atmósfera
desde una órbita de observación y lanzar un módulo sobre la luna Fobos. La
maniobra, muy ingeniosa y arriesgada, constituirla el primer aterrizaje en un
satélite de un planeta del sistema solar. Pero en septiembre de 1988 un
operador del control de la misión envía una orden errónea a la Phobos I y se
pierde. La Phobos II continúa su viaje a Marte sin ningún problema, llegando el
29 de enero de 1989. El 21 de marzo pasa a órbita de Fobos, del que toma
cuarenta fotografías. Todos los sistemas funcionan y, de repente, desaparece
toda comunicación. Según parece, todo fue debido o a un error del ordenador del
sistema de control o a una colisión con un meteorito. Después del desastre
tuvieron que pasar 8 años para que volvieran a intentarlo con la Mars 96, que
acabó cayendo al Pacífico frente a la isla de Pascua.
Los estadounidenses han tenido más suerte con Marte.
La Mariner 9, el primer vehículo espacial que entró en órbita alrededor de otro
planeta (el 13 de noviembre de 1971), envió 7329 imágenes de su superficie,
atmósfera y satélites.
Después llegaron las dos misiones gemelas Viking,
llegadas a mediados de 1976 y que han pasado a la historia por llevar a bordo
los primeros experimentos para buscar vida en otro planeta. Semejantes
resultados no zanjaron la cuestión y muchos críticos se cuestionaron la validez
de, al menos, esta parte de la misión: ¿tanto dinero invertido para no obtener
ningún resultado concluyente? El gafe marciano contrataca. De hecho, algunos
historiadores de la ciencia señalan que el fracaso de las Viking fue la causa,
al menos en parte, del parón en la exploración marciana que duró cerca de dos
décadas. Los Estados Unidos la retomaron en 1992 cuando lanzaron lo que algunos
consideraron el buque insignia que marcaría una nueva época, la Mars Observer.
Su ambiciosa misión era analizar el material de la superficie, describir la
topografía, los campos gravitatorio y magnético, las tormentas, volcanes y
nubes durante todo un año marciano, 687 días terrestres.
Pero el gafe de Marte empezó a hacer de las suyas.
El lanzamiento de la Mars Observer, previsto para septiembre de 1990, sufrió en
sus circuitos el parón astronáutico de la NASA por la pérdida del Challenger.
Al final fue lanzada el 25 de septiembre de 1992. Tras 337 días de viaje tenía
prevista su llegada el 24 de agosto de 1993. A las 3 de la madrugada del sábado
20 de agosto se perdió el contacto. La estación australiana de Tindbinbilla
había enviado la orden de apagar el transmisor de la nave como medida de
precaución, porque la siguiente orden era llenar los tanques de combustible e
iniciar el frenado. Llegada la hora, no se logró restablecer el contacto. Con
el transcurrir de las horas iba creciendo la angustia: durante los cuatro días
siguientes las estaciones de EE UU, España y Australia enviaban comandos a las
posibles posiciones de la nave cada veinte minutos. El sábado 28 enviaron las
dos últimas instrucciones a las posiciones donde podría estar. Si había
recibido la orden de presurizado estaría en órbita alrededor de Marte. En caso
contrario estarla perdida en el espacio. Nada. La investigación subsiguiente
apuntó a una explosión debido al fallo de una válvula de combustible, que era
una adaptación de la que se usaba en los satélites de órbita terrestre. Podría
haber sido uno de esos fallos inevitables en misiones complejas si no fuera
porque la válvula estaba diseñada para una presurización de los tanques de
combustible poco después del lanzamiento, no para mantenerse dormida durante
meses.
Europa tampoco se ha escapado al gafe marciano,
aunque por otros motivos. En Navidad de 2003 la sonda Beagle-2 debía aterrizar
en la superficie marciana. Y vaya si aterrizó. Lo más asombroso no fue el
estruendoso fracaso a 20 000 km/h, sino lo sucedido con la investigación
subsiguiente encargada por el gobierno del Reino Unido -Beagle 2 era
responsabilidad británica- y la Agencia Espacial Europea (ESA). Nunca
hubiéramos sabido su contenido sin la intervención de la revista New Scientist
y porque en Gran Bretaña existe el Acta de Libertad de Información. Todos los
intentos anteriores hechos por los propios científicos e ingenieros del
proyecto habían sido rechazados aludiendo a que contenía información
privilegiada sobre aspectos técnicos y comerciales. No es de extrañar que la
ESA quisiera silenciarlo pues lo que muestran las páginas del informe es pura y
simple incompetencia.
Comentarios
Publicar un comentario