¿Qué elegimos: volver a la Luna o encontrar una cura contra el cáncer?
Al pisar la luna, el astronauta norteamericano Neil
Armstrong dijo aquella famosa frase «Un pequeño paso para el hombre, un gran
salto para la humanidad». En realidad era un grandísimo salto para la humanidad.
Pero no solo por haber pisado la luna por primera vez, que también, sino por lo
que aquella misión, que culminó con ese «pequeño paso», significó para la
ciencia y la tecnología humana. No en vano esta misión se considera una de las
épocas de mayor florecimiento tecnológico donde, aunque no lo sepamos, se
desarrollaron muchos de los aparatos, componentes o materiales que hoy
disfrutamos de manera cotidiana: algunos más tecnológicos, como el GPS, y otros
menos, como los pañales. La misión como tal pudo considerarse un fracaso en
términos económicos. Pero el ecosistema que desencadenó de nuevos desarrollos y
de transferencia de esas tecnologías a muchísimos sectores es probablemente el
mayor éxito de nuestra historia reciente.
Pero, ¿qué permitió este éxito? Sin duda tres
factores adecuadamente conectados aunque muchas veces por finísimos hilos que
en varias ocasiones estuvieron a punto de romperse por las dificultades de la
propia misión: el compromiso político, la fuerte inversión y la colaboración público-privada.
Misiones a la luna solo habrá una. Y, aunque la
humanidad se ha propuesto que Artemisa vuelva a dejar una huella en nuestro
satélite, tenemos retos importantísimos aquí, en casa, que necesitan de nuestra
atención. Así, hace unos años la Comisión Europea planteó cinco misiones en un
intento, algo tímido quizás, de concebirlas como la del viaje lunar: encontrar
nuevas terapias y tratamientos contra el cáncer, mejorar nuestros océanos,
hacer lo propio con los suelos, adaptarnos al cambio climático y conseguir que
al menos 100 ciudades europeas sean climáticamente neutras nada más y nada
menos que antes de 2030. Ninguna de ellas es fácil.
Pero a pesar de lo difícil de la meta, ponen sobre
el tablero algunos de los componentes que hicieron de llegar a la luna un
éxito: el compromiso político e importantes instrumentos de financiación que
buscan proyectos que resulten en esa disrupción que esperamos en el camino a la
meta.
¿Qué hay del tercero: la colaboración
público-privada? Aunque es cierto que los propios instrumentos de las misiones
la fomentan, no será totalmente efectiva sin una respuesta sólida y sin
titubeos de una administración y una industria que deben apostar por modelos de
innovación menos conservadores y más disruptivos. Obviamente no es fácil pedir
arriesgar a una industria que todavía hoy se sigue recuperando del sobresalto
de 2020 y que se mueve entre las aguas de la inestabilidad política y la
incertidumbre de las cadenas de suministro y los precios de los recursos, pero
aquí es donde la colaboración juega su papel más importante. Quizás así, de
paso, logremos reindustrializar Europa.
Miguel Ángel García-Fuentes es investigador de
CARTIF y coordinador del proyecto europeo NEUTRALPATH financiado en el marco de
la Misión de Ciudades Inteligentes y Climáticamente Neutras.
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