Se cumplen 40 años de la invasión extraterrestre de La Plata (Argentina)
Era 1983 y en la periferia platense corrió el rumor de la presencia de seres extraños. Testimonios de un fenómeno que aún arroja una sombra de misterio.
Los niños se asomaron a la esquina y a los gritos
anunciaron la llegada de la camioneta de "la tele". "Son los de
Nuevediario", gritaron unos. "Es él", informaron otros, más
entusiasmados. La camioneta frenó a mitad de cuadra. Bajaron dos hombres en
silencio. Una voz de orden llegó de adentro y allí estacionaron.
Era la camioneta de "la tele". La de Canal
9 Libertad. Y el que bajó, micrófono en mano, delante del "Chango",
el camarógrafo, era José de Zer, periodista estrella. Era el año 1983. Y el
lugar Villa Montoro, un barrio a las afuera de La Plata.
Nadie recordaba quién fue el que los vio primero. Eran
muchos los que se atribuían el hallazgo. Otros, además de atribuirse el
hallazgo, sumaban la descripción de la nave que los trajo al planeta tierra.
Todos los vecinos de Villa Montoro, niños y ancianos, hombres y mujeres,
acordaron algo: que se trataba de enanitos y de color verde.
Hubo otra coincidencia más: el lugar de la
aparición. Según los testimonios, los enanitos verdes habían aparecido en un
bosque, de noche, custodiados por árboles cómplices. Algunos decían que
hablaban, voces guturales, risas maléficas y agudas, diálogos escuetos,
inentendibles. Otros, si bien sostenían que los habían visto, desmentían la
versión de las voces y los diálogos.
Según los testimonios, los enanitos verdes habían
aparecido en un bosque, de noche, custodiados por árboles cómplices
El barrio entero hablaba de los enanitos verdes. Y
de inmediato la noticia llegó a Capital Federal y los medios se hicieron eco
del caso. Ese día, cuando José de Zer apareció en Villa Montoro con la
camioneta del canal y con el "Chango", el camarógrafo más famoso de
la televisión argentina, todos quisieron hacer válida su versión.
El barrio no hablaba más que de los enanitos verdes.
Las muchachas, solteronas y al borde de los treinta, echaban la culpa de su
soledad a la aparición de estos seres luminosos; las madres los acusaban de las
discusiones con el hijo mayor o con el esposo; las abuelas vaticinaban la llegada,
al fin, del mundo moderno.
Y los niños salían de noche, linterna en mano y en
patota, a buscar a los visitadores color verde, orgullosos de tener en su
propio barrio una suerte de E.T. criollos.
La noticia salió inmediatamente en los diarios
El diario platense "La Gazeta" titulaba
cada día alguna noticia sobre los enanitos. El testimonio de un vecino que los
había visto. Hipótesis sobre el lugar de su origen. Fotos, demasiado difusas,
que insinuaban su presencia. Y garabatos que simulaban reproducir a estos seres
extraños.
Las ventas de los diarios aumentaban ante una nueva
noticia y los vecinos alimentaban esas evidencias. En la comisaría se
acumulaban las denuncias contra la presencia de los seres. Mordidas. Corridas
fluorescentes por el bosque que rodea Villa Montoro. Aullidos agudos que
aterrorizaban a familias enteras. Apariciones repentinas por lugares inhóspitos
y en horarios inconcebibles. El miedo tenía un tamaño: enano. Y un color: erde.
La policía, cumpliendo con su deber, salía a
patrullar la zona. Hasta que un día, uno de los agentes, de bajo rango, llegó a
la dependencia policial, pálido, atemorizado, timorato y balbuceando. Y pidió,
de inmediato, licencia laboral. El motivo: un estrés provocado por la tensión
del caso y con el agravante, denunció, de la mordida de un enanito verde.
Una mañana, cuando las puertas de la escuela de 72 y
19 recibían a los alumnos, de una de las aulas del fondo se escuchó un grito
que congregó a las autoridades y a los padres a punto de despedirse de sus
hijos. Cuando el niño autor del grito recuperó el habla, confesó que había
visto salir de abajo de una de las mesas del fondo del aula a un hombrecito,
más chico que él, color verde.
Los presentes, alrededor del niño, se miraron unos a
otros, sin palabras, sólo gestos y modulaciones. Eran los enanitos verdes otra
vez. Esa jornada se suspendieron las clases. A los días del hecho, una de las
secretarias del colegio,. imitando al agente de policía, pidió unos días de licencia.
El motivo: la había mordido un enanito verde.
Ya no sólo asustaban con su presencia. Los enanitos
verdes, según el testimonio de la docente, se habían vuelto violentos.
El periodista estrella de esos años, José de Zer,
había viajado varias veces a Villa Montoro. En cada visita encontraba un nuevo
testimonio como para no regresar con las manos vacías. En las columnas de
opinión de Nuevediario se sucedían expertos en OVNIS y en seres de otros
planetas intentando explicar el fenómeno de los enanitos verdes. Inédito. Una
señal de un planeta desconocido. El comienzo de una nueva era. Y las hipótesis
se acumulaban.
Los alrededores del bosque de Villa Montoro se
habían convertido en un auténtico lugar turístico. Venían personas de otros
barrios para verlos, pasaban día y noche esperando a los seres luminosos,
acampaban durante semanas. Incluso llegaban desde los barrios del conurbano
bonaerense y de la Capital Federal. Desembarcaban con carpas y estructuras,
cámaras fotográficas, largavistas, linternas de todos los tamaños.
Una noche, en una camioneta pocas veces vista por la
zona, llegaron unos hombres barbudos, todos rubios, con aparatos que ni los
porteños más sofisticados habían traído. Eran científicos suecos interesados en
estudiar el fenómeno que trabajaban en el Instituto de Ovnilogía. Tardaron unas
horas en armar su campamento. Tenían una carpa para cobijar a un ejército
entero. Del techo salían antenas, una suerte de radares, cables que llegaban a
la camioneta. Los vecinos, azorados, veían los movimientos desde las ventanas
de las casas.
Durante el día, los suecos se la pasaron haciendo
anotaciones, debatiendo en su idioma, recogiendo del bosque pedazos de tierra
que luego estudiaban en el interior de la carpa. Con otros aparatos testeaban
el suelo, también buscaban rastros con antenas que medían casi dos metros y
apuntaban al cielo.
Para los comerciantes de los alrededores del bosque
de Villa Montoro, la causante del aumento de sus ventas había sido la aparición
de los enanitos verdes.
Los suecos, sin dudas, estaban instruidos en el
tema. Y tal vez pudiesen hallar los datos más fehacientes encontrados hasta el
momento. Lo que seguramente desconocían era el malandraje de la zona. A los dos
días de haber llegado, una noche en donde nadie vio nada, les robaron todos los
equipos. De un momento a otro únicamente les había quedado la carpa. Y así como
llegaron, tuvieron que irse, tan sólo con anotaciones acumuladas en carpetas.
Para las muchachas solteronas, o los estudiantes
bochados, la causante de sus males seguía siendo la presencia de los enanitos
verdes.
Para los comerciantes de los alrededores del bosque
de Villa Montoro, la causante del aumento de sus ventas había sido la aparición
de los enanitos verdes. Se las habían ingeniado, sin dudas: para los visitantes
de un día ofrecían una colección de fotos, algunas más difusas que otras; para
los que decidían acampar por unas semanas, todo tipo de provisiones.
En calle 49 entre 7 y 8, "El Loco" Córdoba
tenía un local donde vendía los muñequitos de "Luciano, el Marciano",
aprovechando la moda del dibujo que se emitía por televisión. Alguien,
intuitivo para los negocios, le recomendó "pegarse una vuelta" por
Villa Montoro con los muñequitos.
Se trataba de un muñequito con antenitas en la
cabeza y anteojos oscuros, y patas similares a las de las ranas. Y era color
verde. El parecido con los enanitos de Villa Montoro hizo que sus muñequitos se
vendieran en segundos. En cada casa de la zona había un Luciano el Marciano vendido
por "El Loco" Córdoba.
Y estaban también los oportunistas que no buscaban
ni fama ni dinero, tan sólo diversión. Cerca del bosque de Villa Montoro había
un campamento gitano sobre el cual se habían inventado infinidad de historias,
Claro que desde la aparición de los enanitos verdes esas historias habían
quedado en el olvido más absoluto. Tal vez como para salir de ese olvido, dos
hermanos de ese campamento, muy temidos en el barrio, no tuvieron mejor idea
que salir a asustar a los vecinos. Se vestían de vacas y salían, una vez que
oscurecía,. desde el corazón del bosque emitiendo gritos agudos. A los días de
tamaña ocurrencia, uno de los vecinos se armó con una escopeta y disparó varias
veces contra las vacas aulladoras. Los gritos se terminaron, las vacas
desaparecieron y uno de los gitanos terminó en el hospital herido de bala.
Valentín de Andrade y su esposa eran miembros
fundadores de la Secta Luz y mantenían frecuente comunicación con seres de
otros planetas.
Un buen día llegó a la redacción de los diarios
platenses la información de que un tal señor Andradre iba a dar una conferencia
de prensa para explicar el fenómeno de los enanitos verdes. Se convocaba a un
departamento a metros de la esquina de 7 y 50, en el piso trece.
La conferencia de prensa comenzó a lo grande. El
señor Andrade, sentado en una mesa con elementos de formas extrañas, aseguró
que tenía información de los enanitos verdes luego de haber mantenido una
comunicación en vivo y en directo con el capitán de la nave que los llevó hasta
Villa Montoro. El nombre del capitán era Hiski, o algo parecido. El señor
Andrade aseguró que se trataba de viajeros del tiempo, seres con buenas
intenciones y que no había por qué temerles.
Luego de tamaña presentación, un periodista le
preguntó qué hacían en el planeta tierra, más precisamente en Villa Montoro. El
señor Andrade de inmediato respondió que habían arribado al barrio platense por
desperfectos en la nave y que pronto retomarían el viaje.
En la conferencia de prensa hubo lugar también para
la reflexión filosófica. El señor Andrade afirmó que el ser humano era malo, en
su esencia, imperfecto, y que estos seres de otro planeta, llamados por la
jerga popular "enanitos verdes", podían enseñarnos muchas cosas.
Pertenecían, aseguraba, a una civilización avanzada.
Si al principio las afirmaciones del señor Andrade
causaron atención y algo más que asombro, con el correr de la conferencia se
tornaron risueñas, dignas de la burla. Algunos periodistas comenzaron a
preguntar con sorna, hartos de tanto absurdo.
La noticia de la conferencia de prensa salió en la
mayoría de los medios y generó cierto descreimiento en la gente. Poco tiempo
después, el señor Andrade fue procesado por la justicia por difamaciones. El
fenómeno de los enanitos verdes se fue diluyendo. Las denuncias en la comisaría
se redujeron hasta ausentarse. José de Zer encontró otro fenómeno con el qué
entretener a su audiencia, "El Loco" Córdoba se quedó en su local de
calle 49, y en los alrededores del bosque de Villa Montero, ya nadie acampó.
Algún vecino de Villa Montoro, hasta hoy en día, al
ver el muñeco de Luciano el Marciano en algún cajón sin uso, recordará aquellos
días en que José de Zer se internaba en el bosque y los suecos rastreaban el
suelo en busca de lo que nunca encontrarían.
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