¿Qué quedará bajo el agua en el año 2.100?
Si pensamos en qué especies habitan bajo el agua,
probablemente se nos vengan a la cabeza imágenes del fondo del mar como las que
aparecen en los documentales. Sin embargo, existen grandes extensiones de
terreno albergando especies que tan solo se desarrollan en aguas poco
profundas. Estamos hablando de hábitats como los arrecifes de coral, las
praderas marinas o los lechos de algas.
Pese al poco reconocimiento que se les suele dar,
estos ecosistemas tienen un papel fundamental en el ciclo del carbono. Muchas
de las especies que viven en ellos son capaces de reabsorber el dióxido de
carbono (CO2), uno de los agentes responsables del efecto invernadero. Es por
ello que preservar estos espacios se ha convertido en una pieza clave en la
mitigación del cambio climático.
No obstante, aunque su evolución preocupa al
panorama científico, aún no queda claro cómo les puede llegar a afectar a estas
especies subacuáticas el incremento de las temperaturas globales. A esto,
además, se le añade la explotación humana de dichas zonas, ya que muchas se
encuentran bordeando la costa. Una mala gestión de estos espacios podría
suponer la pérdida de un gran aliado en la carrera contra el cambio climático.
Un nuevo estudio de los ecosistemas de aguas poco
profundas, publicado esta semana en la revista PLOS Climate, vaticina un futuro
próximo poco alentador. Si las predicciones de los investigadores son
correctas, para 2.100 el cambio climático y el uso de la tierra costera podrían
dar lugar a una reducción significativa de los hábitats de coral, marismas y
manglares.
Aunque recientemente se hable más de ello, los
procesos de emisión de dióxido de carbono existen también de forma natural. No
hay que ir muy lejos para buscar un ejemplo, tu propia respiración está
liberando constantemente esta molécula.
El problema aparece cuando la cantidad de dióxido
emitida es tan alta que los organismos encargados de eliminarlo de la atmósfera
no dan abasto y empieza a acumularse. Este aumento desmedido del CO2 es de
origen antropogénico, y proviene principalmente del uso de combustibles y del
desarrollo de la ganadería.
La naturaleza es muy sabia y tiene sus propios
mecanismos para no dejar que esta molécula se acumule en la atmósfera. Gracias
al proceso denominado fotosíntesis, las moléculas de CO2 reaccionan con las de
agua para dar como resultado oxígeno limpio y materia orgánica.
La fotosíntesis es uno de los mecanismos más
conocidos para “fijar el carbono”, ya que permite que esta molécula vuelva de
nuevo a formar parte de la materia que conforma la vida.
Pero parece que todo el protagonismo en la lucha
contra el efecto invernadero se lo han llevado los bosques. Sin querer quitarle
su mérito a los árboles, existen otros seres vivos que también consiguen fijar
el dióxido de carbono. Las algas y algunas bacterias también realizan la
fotosíntesis, contribuyendo en gran medida a la mitigación de los efectos del
cambio climático.
Cerca de la mitad del carbono fijado anualmente
proviene del trabajo de estos organismos, los cuales capturan el CO2 de la
atmósfera y trasladan el material orgánico a las capas más profundas de los
océanos. Sin embargo, las regiones con poca profundidad son las protagonistas
de este proceso, ya que los organismos que realizan la fotosíntesis en estos
ecosistemas llegan a fijar entre 2 y 3 veces más carbono que en mar abierto.
El equipo de Hirotada Moki, del Instituto de
Investigación de Puertos y Aeropuertos de Japón, decidió centrar su
investigación en algunos de los ecosistemas acuáticos con poca profundidad que
abarcan más extensión en la Tierra: praderas marinas, lechos de macroalgas,
marismas, manglares y arrecifes de coral.
El análisis realizado estima que, para 2.100, los
arrecifes de coral podrían reducirse hasta en un 74%. Por el contrario, las
praderas marinas se expandirían hasta en un 11% debido a que creen que la luz
solar llegaría a penetrar más profundamente, aumentando la proliferación de
estos hábitats. Por su parte, los lechos de macroalgas no notarían mucho el
cambio.
En un principio, creían que las marismas y los
manglares mantendrían su tamaño actual. Esto es debido a que, pese a que el
aumento del nivel del mar haría desaparecer algunas de las regiones donde se
pueden encontrar estos ecosistemas, éstas serían compensados con nuevas zonas
donde expandirse.
Sin embargo, al añadir los datos de explotación
costera, el futuro de estos parajes se vuelve más incierto. Debido a la
actividad humana en la costa, las marismas podrían verse reducirse en casi un
92% y los manglares en un 74%, convirtiéndolos en un problema grave de
preservación de ecosistemas.
Pese a que los datos son solo predicciones, tener en
mente estos escenarios nos ayuda a prevenir posibles catástrofes ambientales
como la desertificación de los fondos marinos o la desaparición de los
arrecifes de coral.
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