El James Webb detecta indicios de actividad geológica en los planetas enanos Eris y Makemake
La geología
activa, y la química a gran escala que impulsa, requiere enormes cantidades de
calor. Los planetas enanos cercanos a los confines del Sistema Solar, como
Plutón y otros objetos del Cinturón de Kuiper, se formaron a partir de
materiales gélidos y helados y, por lo general, nunca han transitado lo
suficientemente cerca del Sol como para calentarse de forma considerable. Es
probable que el calor sobrante de su formación se perdiera en el espacio hace
mucho tiempo.
Sin embargo,
Plutón resultó ser un mundo rico en fenómenos geológicos, algunos de las cuales
implicaban una reactivación continua de la superficie del planeta enano. La
semana pasada, los investigadores informaron que lo mismo podría ocurrir con
otros planetas enanos del Cinturón de Kuiper. La evidencia llega gracias a las
capacidades del telescopio Webb, que pudo distinguir diferencias en los
isótopos de hidrógeno presentes en las sustancias químicas que pueblan la
superficie de Eris y Makemake.
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Los objetos del
Cinturón de Kuiper son originarios del lejano Sistema Solar, se formaron lo
suficientemente alejados del calor del Sol como para que muchos materiales que
en los planetas interiores son gases, como el nitrógeno, el metano y el dióxido
de carbono, en ellos sean hielos sólidos. Muchos de estos cuerpos se
desarrollaron lo bastante apartados de la influencia gravitatoria de los ocho
planetas principales como para no haber hecho nunca un viaje al Sistema Solar
interior, más cálido. Además, como había mucho menos material tan distante del
Sol, la mayoría de los cuerpos son bastante pequeños.
Aunque se habrían
originado a altas temperaturas debido al proceso por el que se formaron, su
tamaño reducido implica una relación superficie-volumen relevante, lo que
permite que el calor interno se irradie al espacio con relativa rapidez. Desde
entonces, el calor procede de colisiones poco frecuentes o de la desintegración
de los isótopos radiactivos.
Sin embargo, la
visita de la misión “New Horizons” a Plutón dejó claro que no hace falta mucho
calor para provocar una geología activa, aunque es probable que los cambios
estacionales de la luz solar expliquen algunas de sus características. Es menos
probable que la luz del Sol influya en mundos como Makemake, que orbita a una
distancia equivalente a una vez y media el máximo acercamiento de Plutón al
Sol. Eris, que es casi tan grande como Plutón, orbita a más del doble de la
mayor aproximación de este último al astro.
Enviar una misión
a cualquiera de estos planetas llevaría décadas y actualmente no hay ninguna en
desarrollo, por lo que no podemos determinar el aspecto de sus superficies.
Pero eso no significa que no sepamos nada de ellos. Y el telescopio espacial
James Webb contribuyó a incrementar nuestro conocimiento sobre ellos.
El James Webb se
empleó para obtener imágenes de la luz solar reflejada en estos objetos,
obteniendo su espectro infrarrojo, es decir, la cantidad de luz en diferentes
longitudes de onda. El espectro depende de la composición química de la
superficie de los planetas enanos. Ciertas sustancias químicas absorben
determinadas longitudes de onda de la luz infrarroja, evitando que se reflejen.
Si observamos dónde disminuye el espectro, podremos averiguar qué sustancias
químicas están presentes en ellos.
Parte de ese
trabajo ya se llevó a cabo. Pero el James Webb es capaz de captar imágenes de partes
del espectro que antes eran inaccesibles y sus instrumentos son incluso aptos
para reconocer los distintos isótopos de los átomos que componen cada sustancia
química. Por ejemplo, algunas moléculas de metano (CH4) tendrán, al azar, uno
de sus átomos de hidrógeno intercambiado por su isótopo más pesado, el
deuterio, formando CH3D. Estos isótopos actúan como posibles trazadores y nos
revelan información sobre el origen de las sustancias químicas.
Tanto Eris como
Makemake poseen mucho hielo de metano en sus superficies y hay indicios de
hielo de nitrógeno en Eris, aunque no en Makemake. Sorprendentemente, el
monóxido de carbono no aparece en ninguno de los dos cuerpos, aunque es un
componente importante de los hielos de los cometas, que también se cree que
proceden del Cinturón de Kuiper. Esta es la primera señal de que algo extraño
estaría ocurriendo en las superficies de estos cuerpos.
También falta
cualquier rastro de las moléculas orgánicas más complejas que suelen formarse
cuando el metano se expone a la radiación. Entre ellas están el etano, el
etileno y el acetileno. El agua, el dióxido de carbono y el amoníaco tampoco
figuran en el espectro.
Nada de esto
quiere decir que estas sustancias químicas no estén presentes en los planetas.
Solo indica que probablemente no sean componentes principales de su superficie.
Los
investigadores también buscaron la presencia de metano con distintos isótopos
de su carbono e hidrógeno. Estos incluyen dos versiones distintas del carbono
(carbono-12 y -13), así como hidrógeno y deuterio. Estas mediciones se
convirtieron en proporciones entre los dos isótopos y estas se compararon con
las de otros cuerpos del Sistema Solar.
Se cree que los
cuerpos más alejados del Sol están compuestos por materiales con proporciones
isotópicas similares a las de la materia prima con la que se formó el Sistema
Solar, ya que los isótopos originales se congelaron. Es de esperar que los que
están más cerca del Sol sean lo suficientemente dinámicos como para sufrir
reacciones químicas que alteren estas proporciones iniciales. Así que los
resultados de las imágenes del James Webb eran peculiares, ya que las
proporciones de hidrógeno-deuterio son mucho más bajas de lo esperado para el
material primitivo del Sistema Solar, como se registró en un análisis del
cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko efectuado por la misión “Rosetta”.
En cambio, la
proporción entre los dos isótopos diferentes de carbono era más o menos la que
cabría esperar, lo que sugiere que lo que alteraba la proporción entre
hidrógeno y deuterio no lo hacía simplemente en función del peso isotópico.
A los
investigadores les quedaron algunas interrogantes. Una implicaba a los isótopos
de hidrógeno inesperados. Otra era el hecho de que muchos de los hielos
previstos parecían faltar en el espectro. Por último, tanto metano en la
superficie debería haber reaccionado para producir sustancias químicas
orgánicas más complejas, como se observa en otros cuerpos del Sistema Solar.
Pero tampoco estaban presentes.
Los
investigadores observaron que las proporciones de isótopos de hidrógeno se
asemejaban mucho a las del agua hallada en cuerpos helados de todo el Sistema
Solar. Así que decidieron comprobar si parte del metano pudo formarse en algún
momento después de Makemake y Eris. La idea implicaría que el agua reaccionara
con un compuesto simple de carbono, como el monóxido, para generar metano, o
que participara en la descomposición de sustancias químicas orgánicas más
complejas. Cualquiera de las dos opciones daría lugar a metano con una
proporción isotópica similar a la del agua que se observa en otros lugares del
Sistema Solar. Pero las reacciones que permitirían conseguirlo requieren
temperaturas muy superiores al punto de ebullición del agua. Esto es algo
inesperado para cuerpos helados como Makemake o Eris, que no sufren el tipo de
interacciones gravitatorias que crean océanos en lunas como Encélado y Mimas.
Pero las
estimaciones de la desintegración radiactiva en los núcleos rocosos de estos
cuerpos probablemente provocaría temperaturas suficientemente altas durante una
parte de su evolución. Esto es particularmente aplicable a Eris, que cuenta con
una densidad elevada que sugiere un núcleo rocoso relativamente grande. En este
análisis está implícito que el calor fue probablemente suficiente para haber
creado un océano bajo la superficie e impulsado una circulación suficiente en
los hielos de la corteza para que el metano generado saliera.
Una posibilidad
sorprendente es que algunos aspectos de este proceso quizá aún estén en curso.
Eso explicaría la relativa ausencia de sustancias químicas orgánicas complejas
en la superficie de Eris y, en menor medida, de Makemake, que tiene un tono
algo rojizo. Esto explicaría que alguna actividad siguiera aportando metano
fresco a la superficie. No implica necesariamente un océano bajo esta, pero sí
suficiente calor como para que partes de la corteza circulen entre ella y el
límite núcleo/corteza.
Es importante
reconocer que este trabajo se basa en una serie de suposiciones y
aproximaciones y no puede considerarse la última palabra. Las ideas aquí
expuestas se beneficiarían de un mejor muestreo del material de los cometas,
que deberían compartir gran parte de la química básica con estos planetas
enanos, pero carecen del posible calentamiento interno.
Aun así, dado lo
que hemos aprendido sobre Plutón y otros cuerpos helados, las ideas aquí
expuestas no parecen tan radicales como hace unas décadas. Lo que sí resulta
impactante es nuestra capacidad para medir las proporciones de isótopos en
planetas tan alejados de la Tierra.
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