El edificio que existía antes del Universo
Santi Pérez Isasi, escritor, reseñista y
profesor de Literatura, construye una novela a partir de microrrelatos sobre un
edificio tan descomunal como inquietante.
Imagina un edificio tan alto que los
trabajadores que levantan sus últimos pisos tienen que quedarse a vivir allí,
porque no les daría tiempo salir y llegar a sus casas antes de que tengan que
volver a trabajar. Imagina un edificio cuya figura se intuya a cientos de
kilómetros a la redonda y su simple presencia modifique el azul del cielo.
Una mole con 5.000 apartamentos por
planta (en las plantas más bajas) y hospitales de campaña en las plantas
intermedias. Una construcción tan descomunal que la mayoría de sus inquilinos
han nacido allí y no conocen otra realidad que esa casa. Es más, para ellos, lo
de fuera no es más que una suposición, leyendas antiguas, mentiras creídas...
una especie de religión. Un edificio que podría ser perfectamente el mundo en el
que está levantado y no al revés.
"El edificio no es un símbolo o una
metáfora; reducirlo a un símbolo o a una metáfora sería como decir que no es
existe, y el edificio, si algo hace, es existir"
Imagina que el universo entero se creara
con la única finalidad de albergar en su interior ese edificio, centro y final
de todo lo que ha existido.
Y ahora convierte esa idea en algo real,
tangible, con peso y tacto de cemento, acero y cristal. Porque el edificio no
es "un símbolo o una metáfora; reducirlo a un símbolo o a una metáfora
sería como decir que no es existe, y el edificio, si algo hace, es
existir".
Eso es lo que ha hecho el profesor de
Literatura de la Universidad de Lisboa Santi Pérez Isasi. Moldear una idea con
elementos tangibles, darle forma a un invento y forzarlo hasta la realidad.
Así, al introducir un concepto imposible en el mundo físico se genera algo
parecido a la ciencia ficción, un relato en el que todo parece una metáfora de
algo, una crítica de nuestra sociedad, pero esa representación nunca se muestra
abiertamente ante los ojos del incrédulo lector.
Pérez Isasi juega con el poder de la
imagen creada, con la cantidad de historias posibles en un lugar tan
inabarcable
Porque con eso juega Pérez Isasi, con el
poder de la imagen creada, con la cantidad de historias posibles en un lugar
tan inabarcable, explorando los límites de ese edificio, físicos y
psicológicos, donde los animales no soportan entrar y los humanos se niegan a
salir. Donde los profesores se niegan a hablarle a sus alumnos del mundo que
hay fuera por miedo a llenarles la cabeza de ideas imposibles. Tan imposibles,
realmente, como su propia realidad.
Y en ese juego mental, hábilmente tejido
por el autor, el lector asciende por los pisos del edificio a veces con
inquietud, a veces con miedo, otras con una sonrisa en los labios. Porque en El
edificio, como en la vida (y ahí hay una de las metáforas más obvias del libro)
hay espacio para absolutamente todo.
Pero hay muchas más metáforas posibles.
Críticas al capitalismo extremo, a una sociedad borrega incapaz de buscar su
propio camino, incapaz de evitar su destino fatal. ¿Puede ser Dios todopoderoso
un edificio inerte? Incluso hay, oculta entre pisos, una especie de fábula
apocalíptica en la que las élites nos llevan al matadero mientras la humanidad
cantan canciones celebrando la idea.
Al terminar de leer 'El edificio' queda
una sensación líquida que se traspasa, como una lágrima, al ánimo del lector
Y todo está narrado a partir de pequeñas
píldoras, de microrrelatos que se suceden y se amontonan, como los pisos de un
edificio y que, sumados, conforman un hogar narrativo, una unidad, una novela
casi. 150 textos breves, de no más de una página, que hacen de la lectura de El
edificio algo sencillo, pero cuya digestión no lo es tanto.
Porque la idea, esa suposición increíble
llevada a la realidad por Santi Pérez Isasi, tiene un núcleo fluido debajo de
tanto hormigón y cemento y acero. Y al terminar de leerlo, esa sensación
líquida se traspasa, como una lágrima, al ánimo del lector que, como pasa con
el mundo real, no tiene muy claro si lo que ha vivido es para reír o para
echarse a llorar.
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