Aves españolas rompen las reglas de la evolución de las especies
La selección natural es considerada el principal
motor de la evolución. El ambiente ofrece una serie de presiones selectivas
ante las cuales los organismos mejor adaptados son los que obtienen más
descendencia. Pero que un organismo esté bien adaptado en un ambiente no
implica que lo esté en otro. De hecho, el ambiente varía en el espacio, por lo
que las presiones selectivas también varían en el espacio.
Una misma especie puede afrontar diferentes
presiones selectivas a lo largo de su rango de distribución. Esto puede llevar
a diferencias genéticas dentro de una misma especie según el hábitat donde se
encuentre, de manera que puede haber poblaciones adaptadas a un ambiente dado y
otras adaptadas a otro ambiente. Este fenómeno se conoce como adaptación local.
Por lo general, se considera que para que aparezca
adaptación local en una especie, las poblaciones, aparte de habitar ambientes
diferentes, deben estar separadas geográficamente (por distancia o por barreras
geográficas). Esto es así porque si están en contacto, el movimiento de individuos
de unas poblaciones a otras (lo que se conoce como flujo genético) igualaría
las frecuencias de las variantes genéticas entre las dos poblaciones. Es decir,
ambas poblaciones tendrían las mismas variantes genéticas y, por tanto, no se
diferenciarían genéticamente.
Por ejemplo, los herrerillos comunes (Cyanistes
caeruleus) colonizaron Barcelona en los años 70 desde los bosques circundantes.
En un periodo de tan solo 50 años, los herrerillos de la ciudad se han adaptado
al ambiente urbano mostrando diferencias genéticas respecto a los de los
bosques de donde venían. Los herrerillos de la ciudad y del bosque están
separados entre 5 y 9 kilómetros, lo que mitiga el intercambio de individuos
entre las dos poblaciones, facilitando así la adaptación local.
Cuando las distancias que separan los hábitats no
son suficientemente grandes, no llega a producirse adaptación local,
básicamente porque el flujo genético entre las poblaciones es muy elevado. El
resultado puede ser que la especie está igualmente mal adaptada en ambos
hábitats. Esta situación, por ejemplo, se encontró en un estudio llevado a cabo
en Bélgica, donde se compararon poblaciones de herrerillos de bosques que
diferían en su cantidad de alimento (que podríamos separar en bosques “buenos”
y bosques “malos”).
En ese estudio se encontró que en los bosques
“buenos”, los herrerillos ponían menos huevos en el nido de los que luego
podían criar, mientras que en los bosques “malos” la situación era la inversa:
ponían un número mayor de huevos que los pollos que luego podían criar. Esto
era debido a que el continuo flujo de individuos entre los bosques “malos” y
“buenos” hacía que compartieran la misma genética, impidiendo así la adaptación
local.
Los bosques mediterráneos de montaña ofrecen una
enorme heterogeneidad ambiental, haciendo que las especies que los habitan se
enfrenten a una amplia variación ambiental a lo largo de su rango de
distribución. De hecho, los valles de montaña normalmente tienen una cara
mirando al sur o al este, que recibe mayor radiación solar y presenta un
ambiente más seco, y una cara mirando al norte o al oeste, más protegida del
sol y con un ambiente más húmedo. Esta es la situación que estudiamos en Sierra
Nevada.
El robledal de Cáñar, en las Alpujarras, se extiende
por una ladera orientada al este, separado del robledal de Soportújar,
orientado al oeste, por el valle excavado por el río Chico y por un estrecho
pinar. Los herrerillos comunes nidifican en los dos robledales y en el pinar
que hace de nexo entre ambos.
El hecho de que la población de herrerillo conforme
un continuo y su elevada capacidad de movimiento (los herrerillos podrían
desplazarse del extremo de un robledal al extremo del otro en unos minutos)
haría pensar que es imposible que emerja adaptación local en este sistema. Aun
así, en estudios previos encontramos que el número de huevos que ponen en sus
nidos difiere entre los dos robledales: en el robledal “seco” (Cáñar) ponen un
huevo menos y crían un pollo menos que en el robledal “húmedo” (Soportújar).
¿Sería posible que hubiera adaptación local para
este rasgo, el número de huevos que ponen en el nido, dentro de una población
sin separación geográfica?
Para responder esa pregunta llevamos a cabo un
análisis genético de los herrerillos de cada robledal, y los del pinar, y los
resultados fueron sorprendentes: a pesar de tratarse de una población continua,
los herrerillos de los dos robledales diferían genéticamente entre ellos.
Figura que muestra los resultados del análisis
genético de nuestra población de herrerillo común (Cyanistes caeruleus) en las
Alpujarras. Se representa la probabilidad de pertenecer a una población
genética, calculada en base a las variantes genéticas de cada herrerillo.
Figura creada con el software STRUCTURE. Los autores, CC BY-SA
En la figura superior se puede observar cómo en el
robledal de Soportújar hay una mayor cantidad de herrerillos con variantes
genéticas distintas (representados en color rojo) que en el robledal de Cáñar
(representados en color amarillo). Estas diferencias, además, concordaban
estadísticamente con las diferencias en el número de huevos que ponen en sus
nidos.
Nuestros datos, publicados recientemente en la
revista Royal Society Open Science, nos permitieron concluir que las
diferencias de los herrerillos entre los dos robledales fueron el resultado de
diferencias en la selección natural. Además, comprobamos que esto era el
resultado de que los herrerillos normalmente criaban en el bosque donde nacían,
evitando moverse entre las laderas del valle.
Estos sorprendentes resultados ponen en entredicho
lo que se pensaba previamente sobre los procesos de evolución y adaptación
local, y demuestran que la adaptación local puede tener lugar a escalas
geográficas más pequeñas de las que creía previamente.
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