El coronavirus quedará escrito en los hielos glaciares
En los glaciares quedan
atrapadas bolsas de aire que permiten analizar la composición de la atmósfera
en un momento dado, pero también polvo, sustancias contaminantes y materiales
orgánicos
El hielo de los
glaciares es un testigo de la historia. Funciona como un libro donde puede
leerse el pasado del planeta, recopilado año tras año al depositarse las capas
de nieve comprimida, que dejan un registro similar a los anillos de crecimiento
anuales de los árboles.
Los científicos llevan
años estudiando estos registros de hielo para estudiar la evolución de la
atmósfera y los cambios ambientales del pasado. En los glaciares quedan
atrapadas bolsas de aire que permiten analizar la composición de la atmósfera
en un momento dado, pero también polvo, sustancias contaminantes y materiales
orgánicos.
Un equipo del Byrd Polar
and Climate Research Center de la Ohio State University de EEUU, liderado por
el eminente glaciólogo Lonnie Thompson, anticipa que lo mismo sucederá en el
futuro, cuando los investigadores podrán identificar la propagación del
Covid-19 gracias a algunas trazas detectables, como la fuerte caída de la
contaminación que quedará registrada en los testigos de hielo.
“El relato de cómo la pandemia está afectando
a la sociedad global aún está en curso, pero el hielo que se acumula en
glaciares de altura y en el casquete de Groenlandia está recolectando
evidencias físicas, químicas y biológicas de estos meses”, afirma Thompson en
un comunicado difundido por la Ohio State University.
“Ya hay indicios de que
la actual pandemia de COVID-19 está afectando la atmósfera de la Tierra: a
medida que la población ha empezado a quedarse confinada en sus hogares y ha
descendido el transporte, los niveles de dióxido de nitrógeno y dióxido de azufre
han caído en la mayor parte de países. Ambos compuestos son potentes
contaminantes que se forman principalmente al quemar gas y petróleo, los
combustibles fósiles que alimentan la mayoría de nuestros vehículos. La
reducción en la actividad industrial que ocurre en todo el mundo está limpiando
temporalmente el aire”, afirma Thompson.
Lonnie Thompson es una
eminencia mundial en el estudio de los glaciares. Desde hace décadas, su equipo
ha recolectado muestras heladas en todas las montañas del mundo, en un esfuerzo
que aúna investigación, exploración y escalada de alto riesgo. En su
laboratorio hay muestras de hielo del Himalaya, pero también de las montañas
nevadas de África y las cumbres de los Andes más remotos.
La nieve y el hielo se
forman cada año en los glaciares y van
almacenándose en capas anuales debido a la presión del hielo superior. En el
interior del agua congelada quedan trazas del aire del momento y de las
partículas que había en la atmósfera, lo que permite reconstruir el clima y la
ecología del pasado.
A medida que la nieve de
cada año se deposita en la cima de una montaña o capa de hielo, su composición
se establece por el aire del que proviene, creando un registro de la atmósfera
en ese momento. “Estos registros quedarán encerrados en el hielo y
preservados”, afirma Thompson. “Y eso significa que dentro de 100 o 200 años,
ese hielo mostrará todo lo que está en la atmósfera ahora e informará a las
generaciones futuras sobre lo que está sucediendo en este momento”, añade.
El dióxido de nitrógeno
y el dióxido de azufre dejan rastros nitratos y sulfatos en el hielo. En el
futuro, afirma el científico, será posible observar en él el extraordinario
bajón de contaminación que hemos experimentado durante estas semanas, asevera.
Thompson y su equipo ya
han encontrado a lo largo de su carrera evidencias de cambios de pautas humanas
recogidas en el hielo. Han mostrado por ejemplo el comienzo de la Revolución
Industrial a finales del siglo XVIII, cuando la quema de carbón elevó los
niveles de azufre y otros elementos en el aire.
También han documentado
el momento a comienzos del siglo XX en el que empezó a añadirse plomo a la
gasolina para potenciar la combustión, lo que elevó la presencia de este metal
pesado neurotóxico en la atmósfera. Es curioso, pero la conocida gasolina sin
plomo de nuestros días no es más que gasolina normal a la que ha dejado de
añadirse plomo desde que en la segunda mitad del siglo XX se constató que
añadir este potenciador al combustible generaba una grave contaminación con
efectos sobre la salud y se dictaron las primeras normas de calidad del aire,
como la Clean Air Act de 1970 de EEUU.
Yendo más atrás en el
tiempo, Thompson y su equipo de escaladores glaciólogos también han podido leer
en el hielo el registro de la Peste Negra en la atmósfera. Es una situación
llamativamente paralela a la de nuestros días. Aquella epidemia, que asoló
Europa durante el siglo XIV y ocasionó un descenso mayúsculo de la población
occidental se dejó notar también en el aire. Las tareas de fundición y usos de
metales descendieron el mínimo. Y de nuevo fue el plomo, un mineral pesado raro
de encontrar en la atmósfera de forma natural, el que dio la clave. El hielo de
esa época muestra claramente que la actividad de los mineros y ferrones había
colapsado.
Para Thompson, está
claro que los futuros glaciólogos también encontrarán firmas pandémicas del
Covid-19 en el hielo que se formará durante este año. Eso sí, siempre que en el
futuro haya glaciares y no hayan desaparecido por el cambio climático. Porque
precisamente, la tarea principal de su equipo es estudiar la evolución a la
baja de los campos de hielo del mundo. De hecho, uno de sus trabajos
principales es recoger testigos de hielo antes de que desaparezcan debido al
calentamiento global.
La tarea principal que
les ocupaba antes de la pandemia era escalar a las cimas tropicales y recoger
testigos de hielo de los glaciares en desaparición. Las cumbres de 5.000 y
6.000 metros en torno al Ecuador son capaces, debido a su altura, de mantener
hielos perennes a pesar de su latitud expuesta a altas temperaturas.
En los últimos tiempos,
el cambio climático ha hecho que el hielo del monte Kenia y el Kilimanjaro, en
África, o de la cordillera del Huascarán, en los Andes peruanos, se desvanezca
a velocidad exagerada. Thompson y su equipo han escalado a esas cimas para
tomar testigos helados antes de que se esfumen.
Tener muestras de hielo
de todos los lugares del mundo es importante para poder verificar que los
fenómenos son globales y no de escala local. En ese sentido, los investigadores
han usado muestras de todo el planeta para verificar cambios ambientales que
afectaron a todo el planeta y la Humanidad.
Gracias a su trabajo se
ha podido documentar, por ejemplo, el alcance de la gran sequía que afectó a
las latitudes medias del planeta hace unos 4.200 millones de años. Las muestras
de los Andes, del Tíbet y del Kilimanjaro muestran un descenso de la nieve
acumulada año tras año y un mayor depósito de polvo en ella, además de otras
señales que evidencian la existencia de un clima seco.
Justo en aquella época,
diversas civilizaciones del mundo entraban en crisis, como la acadia en
Mesopotamia, el Reino Antiguo en Egipto y las culturas agrícolas del Indo y el
Yangtze en Asia. De este modo, el trabajo de los científicos que estudian el
hielo aporta nuevos datos a los historiadores, que son de gran valor para
reconstruir el pasado.
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