Expertos descubren en la tortuga extinta Pleurochayah appalachius rasgos que revelan una migración histórica
Hace unos 96 millones de años, aquello era un río. El agua bañaba lo que ahora son calles de asfalto y hormigón y, un poco más adelante, se abría un delta. Era el final de su corriente, donde se fundía con el mar, uno de los lugares más fértiles de todo cauce, el punto donde los minerales y nutrientes que la corriente arrastraba se depositan en el fondo del mar y sobre el limo.
El infinito borde del río acogía las raíces de todo
tipo de árboles que, como si fueran los arbotantes de una catedral, lanzaban
gruesos arcos ávidos de agua. Aquel edificio de celulosa, emplazado entre la
tierra y el agua, acogía bajo sus arcos a multitud de animales: peces,
invertebrados, mamíferos, anfibios, etc. Era un bastión en medio del humedal y
la mejor protección contra los muchos dinosaurios y cocodrilos que patrullaban
la orilla. Ahora llamamos a ese tiempo Cretácico Superior y a aquel lugar Sitio
de Arcosaurios de Arlington.
En nuestro presente, ese humedal se ha convertido en
Dallas-Fort Worth, a medio camino entre Dallas y Fort Worth, a 473 kilómetros
de la costa. Ya no hay humedales ni dinosaurios, pero sus restos han sido parte
de la tinta con la que se ha escrito la historia del lugar. Una tinta, que
todavía podemos leer si sabemos dónde buscarla. Su nombre menta a los
arcosaurios, precisamente porque bajo su superficie se han encontrado infinidad
de restos de cocodrilos y algún que otro dinosaurio. Pero las historias que
puede contar un yacimiento tan antiguo son imposibles de enumerar y, de entre
los restos, ha emergido algo especial, una tortuga aparentemente anodina, pero
que en su anatomía esconde las claves de un éxodo que tuvo lugar hace 96
millones de años.
Cuando pensamos en tortugas nos viene a la cabeza
algún tipo indeterminado de testudo, de caparazón alto, miembros anterior
curvos y cabeza retráctil. Sin embargo, no todas las tortugas tienen esta
habilidad para esconder su cráneo. Más que retraerlo dentro de su carapacho,
algunas lo ladean, doblándolo sobre lo que intuitivamente entenderíamos como un
hombro. Se trata de las tortugas del suborden pleurodia, y una de sus
antepasadas es la protagonista de esta historia. En concreto un clado llamado Bothremydidae,
que geográficamente estaba realmente extendido ocupando todo tipo de hábitats.
Los orígenes de este clado provenían del sur de Gondwana, pero a principios del
cretácico comenzaron a expandirse. Poco a poco fueron avanzando (a paso de
tortuga). Gondwana ya no estaba, en su lugar había más de un continente (o al
menos subcontinentes) y el viaje de las tortugas tuvo que volverse
“transoceánico”.
Por desgracia, apenas tenemos detalles de su
historia y de cómo fue exactamente su viaje, por eso ha sido tan relevante
encontrar el fósil de Pleurochayah appalachius en El Sitio de Arcosaurios de
Arlington. Se trata del Bothremydidae más antiguo encontrado en Norteamérica,
lo cual significa que es el ejemplar más cercano a los primeros pobladores que
conocemos. De hecho, el nombre de su especie viene de uno de los subcontinentes
que más adelante acabarían formando parte de América del Norte: Appalachia.
Una anatomía especial
El ejemplar presenta una combinación interesante de
rasgos físicos. Adaptaciones que parecen apuntar a un tipo de vida
eminentemente acuático. De hecho, esto podría explicar que sea la primera
especie encontrada en este continente, ya que para llegar a él debería de haber
sido una gran nadadora. En primer lugar, su primer hueso de las patas
delanteras, el que se ancla con el hombro y al que llamamos húmero, muestra
relieves propios de haber anclado una gran musculatura en vida. En concreto, la
biomecánica que podemos deducir sería propicia para movimientos parecidos a
remos, diferentes a los de la mayoría de las tortugas actuales que, excepto si
son marinas, nada haciendo algo similar a cuando nosotros nos desplazamos a
braza. Otros detalles más técnicos, como la estructura de su caparazón, parecen
adaptados a la vida marina, planteando que estos ejemplares estaban más que
acostumbrados a sobrevivir en el agua durante largos periodos de tiempo.
De este modo, un ejemplar encontrado por sorpresa
entre los restos de un humedal prehistórico nos ha contado parte de la historia
de una migración que tuvo lugar hace 96 millones de años. Historias que han
quedado escritas en los huesos y que gracias a la ciencia, son ahora contadas
por primera vez.
REFERENCIAS (MLA):
Adrian, Brent et al. An Early Bothremydid From The
Arlington Archosaur Site Of Texas. 2021.
http://dx.doi.org/10.1038/s41598-021-88905-1
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