En busca de Xulo, el mejor amigo prehistórico del ser humano
En 1978, fue hallado en Nacaomé, en la provincia de Guanacaste, en el noroeste de Costa Rica, un depósito con restos óseos del pleistoceno tardío (entre 12 mil y 10 mil años a.C.).
En las excavaciones
hechas a inicios de la década del 90 se encontraron restos de un caballo
gigante del género Equus sp, de un gliptodonte (armadillo de gran tamaño), de
un mastodonte y una porción de mandíbula que se etiquetó como de un coyote.
Pero “nos parecía muy extraño que hubiese un coyote
en el pleistoceno, es decir hace 12 mil
años. Cuando empezamos a ver el resto óseo, vimos características que
podrían ser de un perro”, explica a la AFP el investigador costarricense
Guillermo Vargas.
“Entonces buscamos más, lo escaneamos y el escáner
mejora lo que es un vernier (unidad de medida de precisión) y nos da datos de
que es un perro conviviendo con personas hace 12 mil años en Costa Rica”, comenta Vargas.
“Hemos investigado mucho la historia de los cánidos
porque son traza de presencia humana (…). Nos parecía extraño que esa pieza se
clasificara como coyote, porque este [no] llega a Costa Rica hasta el siglo
XX”, agrega.
En el caso del perro, cuando es doméstico, “la
mandíbula cambia, los dientes tienen menos cúspides, son menos puntiagudos” y
no son “para destrozar huesos y carne”, detalla Vargas.
“El perro
come excedentes de comida humana. Su
dentición no es tan determinante para subsistir; la cacería de grandes presas
la hace en complicidad con sus compañeros humanos. Esta pieza refleja la
diferencia”, añade Vargas
La experta en nuevas tecnologías Natalia Rodríguez,
también costarricense, y la gestora cultural nicaragüense Myrna Báez forman
parte de un grupo multidisciplinario y transfronterizo que, con el apoyo de la
Universidad Nacional Autónoma de México, investiga desde hace seis años la
relación de las culturas prehispánicas con estos animales.
¿Y las
personas?
El biólogo y zooarqueólogo Raúl Valadez Azúa, del
Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y quien asesora al
proyecto Xulo, cuyo nombre alude al perro en lengua originaria de la zona
arqueológica Gran Nicoya, observa imágenes del fósil e insiste en que podría
tratarse de ‘el mejor amigo del hombre’.
De acuerdo con las teorías de poblamiento de
América, el ser humano emigró desde Asia por el Estrecho de Bering cuando el
nivel del mar descendió y el fondo quedó expuesto, como una plataforma
terrestre, durante la última gran glaciación.
“Los primeros perros domesticados entran
aproximadamente hace 15 mil años al
continente, producto de la migración de los asiáticos por el Estrecho de
Bering. Y nunca hubo perros sin personas. Estos se movieron de norte a sur como
parte de grupos de cazadores y recolectores”, explicó Valadez a AFP.
Si bien hay evidencia de migración humana en México,
Chile o la Patagonia, no se ha hallado en Centroamérica. Pero la presencia de
perros confirmaría que también hubo gente con ellos.
“Es casi seguro que los muy pocos perros que
lograron rebasar Centroamérica y abrirse paso en Sudamérica, donde sí pudieron
asentarse, tuvieron que haber cruzado zonas estrechas y peligrosas”, agrega.
Entre estos estarían los perros sin pelo, que datan
de hace 1 mil 600 años, representados en piezas arqueológicas de México y Perú.
Pendiente de
estudio
La pieza está bajo el resguardo del Museo Nacional
de Costa Rica. “Podría ser el perro más antiguo de América”, añade Vargas. El
fósil de perro de mayor antigüedad en el continente fue hallado en Alaska y
data de hace 10 mil 150 años.
Los investigadores recibieron una oferta de la
Universidad de Oxford para hacerle estudios de ADN mitocondrial y carbono-14
absoluto al dentario de Centroamérica. Estos permitirán descubrir más
información genética y precisar la antigüedad.
Para reidentificar el fósil, el Museo requiere que
la investigación sea validada por una publicación especializada.
Según Vargas, “este descubrimiento del perro sería
la primera evidencia humana en Costa Rica de un período bastante anterior y
confirma la teoría de las migraciones humanas hasta poblar el continente”.
“Nos demuestran que había sociedades que podían
tener perros, que tenían excedente de comida, que tenían perros por gusto, no
eran perros para la guerra que podían hacer daño, como por ejemplo, los perros
que trajeron los españoles desde su segundo viaje [durante la colonización],
que eran para matar”, consideró.
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