Los mayores errores de la exploración espacial

 

Para cagada de las gordas, el Telescopio Espacial Hubble. Justo después del lanzamiento en 1990 los astrónomos se dieron cuenta que alguien había cometido un terrible error.

Con un coste de 2.000 millones de dólares y cinco completísimas pruebas en tierra lo convirtieron en el instrumento científico más testado de la historia. Ya en órbita terrestre se vio que el telescopio que iba a proporcionar las imágenes más nítidas del universo no era tan bueno. Las imágenes sufrían de una terrible aberración esférica; las estrellas aparecieran como borrones.

 Algo pasaba con el espejo principal de 2,5 metros. Todas las miradas se volvieron a la empresa encargada, Perkin Elmer. La tan cacareada precisión tecnológica en su construcción con la que la NASA llenó las notas de prensa -un error mínimo de una milésima de milímetro-, se acababa de ir por el retrete. La cadena de fallos fue de órdago: el espejo se construyó mal porque el dispositivo destinado a controlar su forma exacta había sido mal instalado; el error se detectó en las pruebas pero los ingenieros pensaron que era un problema de los dispositivos de control y no del propio espejo; la NASA lo montó sin realizar ningún control de calidad y tampoco se hizo una comprobación de todo el telescopio antes del lanzamiento.

Lo verdad es que la NASA no ha ganado para desastres. Por un lado tenemos las sondas espaciales. La Genesis, que se lanzó en 2001 para recoger muestras del viento solar y regresar de nuevo a la Tierra, se estrelló en 2004 al no abrirse el paracaídas. Un error en el sensor de desaceleración hizo que la apertura del paracaídas nunca se realizase y la cápsula se estrellase en el suelo de Utah a más de 300 km/h. Por suerte, el daño provocada a la cápsula de las muestras no fue tan grande como se esperaba y tras un ingente trabajo extra de purificación del material se pudo recuperar parte salvando la misión de un fiasco total. Todo lo contrario a lo que sucedió con la Beagle-2, la sonda europea que debía aterrizar en la superficie marciana en la Navidad de 2003. Y vaya si aterrizó. Lo más asombroso no fue el estruendoso fracaso a 20.000 km/h, sino lo sucedido con la investigación subsiguiente encargada por el gobierno del Reino Unido -Beagle 2 era responsabilidad británica- y la Agencia Espacial Europea (ESA). Nunca hubiéramos sabido su contenido sin la intervención de la revista New Scientist y porque en Gran Bretaña existe el Acta de Libertad de Información. Todos los intentos anteriores hechos por los propios científicos e ingenieros del proyecto habían sido rechazados aludiendo a que contenía información privilegiada sobre aspectos técnicos y comerciales.

No es de extrañar que la ESA quisiera silenciarlo, pues lo que muestran las páginas del informe es pura y simple incompetencia. El paracaídas de descenso se cambió en el último minuto sin realizar las oportunas pruebas; al no conseguir recaudar el dinero necesario, se cometieron errores de bulto en el diseño, como considerar la Beagle 2 un instrumento científico y no una nave espacial por derecho propio –así los controles son menores y el gasto también-; la empresa Martin Baker Aircraft, diseñadora del sistema de entrada, descenso y aterrizaje, abandonó el proyecto antes de su final; hubo falta de robustez en el diseño de los airbags y un programa de pruebas insuficiente… Para añadir más leña al fuego, científicos australianos han señalado recientemente que la sonda pudo perderse debido a errores de cálculo en la entrada en la atmósfera marciana que la hicieron girar sobre sí misma de manera descontrolada.

No obstante, podríamos pensar que Marte es un planeta gafe. Los rusos han perdido más de la mitad de sus misiones allí y los norteamericanos les siguen de cerca. Entre los más sonados está la Mars Observer, la primera sonda enviada al planeta rojo tras las Viking de los años 70. Debía llegar en agosto de 1993, y tres días antes de su llegada desapareció. La investigación subsiguiente apuntó a una explosión debido al fallo de una válvula de combustible que era una adaptación de la que se usaba en los satélites de órbita terrestre. Podría haber sido uno de esos fallos inevitables en misiones complejas si no fuera porque la válvula estaba diseñada para una presurización de los tanques de combustible poco después del lanzamiento, no para mantenerse dormida durante meses.

Hay cosas que sólo les pasan a los hermanos Marx, a Jerry Lewis, a Woody Allen… y a la NASA. Como muestra tenemos el desastre del Mars Climate Orbiter en 1999, misión destinada a estudiar el clima del planeta rojo. En lugar de estabilizarse a unos seguros 150 km sobre la superficie terminó a 57 km: fue destruida por la fricción con la alta atmósfera porque los impulsores que controlaban el vuelo de la nave trabajaron un 4,45 por debajo de lo esperado. El despropósito fue cometido por la empresa Lockheed Martin al utilizar el sistema de medidas anglosajón en lugar del Sistema Métrico Decimal. El software mandaba los datos en libras de fuerza y la nave esperaba newtons, y una libra equivale a 4,45 newtons. Siguiendo la tradición inaugurada por el Hubble, el software no fue comprobado antes del despegue ni durante el vuelo.

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