Planean una gran muralla de 8.000 kilómetros de árboles para frenar el avance del Sáhara

En lo tocante al cambio climático, y por mucho se haya convertido en uno de los campos de investigación más intensos en el siglo XXI, existe un mantra que los expertos no cesan de repetir y que aglutina el consenso de los científicos: para frenar su progresión no hay otra alternativa que recortar drásticamente las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. 

Y en este terreno la batuta no la llevan los científicos, sino los políticos. Sin embargo, esto no implica que la ciencia esté desarmada a la hora de buscar soluciones que puedan aportar algo más de esfuerzo en la lucha contra esta lacra global. Repasamos aquí algunas de las propuestas barajadas actualmente, en muchos casos aún sujetas a debate y en fases de estudio o experimentación.

Una de las consignas más repetidas en los últimos años es la urgencia de plantar árboles a millones, ya que las estructuras vegetales almacenan grandes cantidades de carbono. De hecho, la deforestación contribuye en buena medida a la liberación del CO2 responsable del cambio climático. Pero frente a las propuestas abrazadas con entusiasmo por gobiernos, corporaciones y organizaciones internacionales, los expertos han advertido de que no toda reforestación es aconsejable: los ecosistemas herbáceos nativos deben conservarse, como también las zonas de permafrost –subsuelo congelado– que actúan como almacenes de carbono, a lo que se une el hecho de que las copas de los árboles aumentan el calentamiento de la Tierra al reducir el albedo, la proporción de radiación solar que se refleja al espacio.

Por ello, los expertos recomiendan cautela, insistiendo en la necesidad de investigaciones más detalladas y en que se adopten solo aquellas estrategias suficientemente avaladas por criterios científicos. Algunas de las propuestas que parecen contar con el favor de los expertos incluyen permitir la reforestación natural espontánea de áreas degradadas y aumentar la densidad de la masa forestal en bosques previamente existentes.

También en la línea de la reforestación, aunque con un enfoque más amplio, existen iniciativas en el mundo para crear grandes murallas verdes que no solo colaboren a la captura de carbono, sino que también ayuden a frenar la desertificación y a paliar las sequías. Esto a su vez redundaría en una mayor seguridad alimentaria para las poblaciones locales, lo que se contempla como un modo de mitigar las hambrunas, los conflictos y las migraciones forzadas.

En 1978 China lanzó el proyecto de la Gran Muralla Verde, con la intención de frenar el avance del desierto de Gobi y las tormentas de arena mediante la plantación de una franja arbolada de 4.500 kilómetros de longitud para mediados de este siglo. Apoyándose en la experiencia china, en 2007 la Unión Africana promovió la creación de una Gran Muralla Verde en el Sáhara y el Sahel, una barrera de 8.000 kilómetros de árboles que recorrería el continente de este a oeste, deteniendo el avance del desierto, y que sería la mayor estructura viva del planeta.

Las Naciones Unidas, la Unión Europea y otras instituciones apoyan el proyecto africano que, sin embargo y al igual que el chino, ha cosechado rotundas críticas por su escaso fundamento científico y por su impracticabilidad: en 2016 se decía que más del 80% de los árboles plantados habían muerto, en regiones donde nadie podía ocuparse de ellos. Con el paso de los años, la barrera arbórea original ha derivado hacia un planteamiento más realista, basado en proteger el agua y crear un mosaico difuso de usos productivos para recuperar tierras degradadas. Aunque según un informe de 2020 el proyecto solo ha cubierto aún el 4% del área que pretendía para 2030, actualmente los expertos ven con buenos ojos los efectos del progreso conseguido. Recientemente ha surgido un nuevo proyecto en India, que aspira a crear una barrera verde de 1.400 kilómetros entre Gujarat y Delhi.

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