Descubren montañas de azúcar bajo el mar
Tendemos a pensar que el pulmón del planeta son las
selvas tropicales y, aunque puedan parecernos más vistosas, la respuesta
correcta está en los océanos. Cuando hablamos de pulmones, a lo que nos
referimos realmente, es a procesos químicos capaces de liberar grandes
cantidades de oxígeno y en su amplísima mayoría, esos procesos tienen que ver
con la fotosíntesis. La capacidad de algunos seres vivos para captar dióxido de
carbono y, junto con energía solar y algunas sustancias, transformarlo en
nutrientes y liberar oxígeno como un “residuo”. Los árboles la hacen, por
supuesto, pero las algas, las plantas acuáticas y algunos tipos de plancton
también. Y, con el descomunal tamaño de nuestros océanos, tampoco es
descabellado llegar a la conclusión de que son ellos los verdaderos pulmones.
Una conclusión que, por supuesto, es avalada por la evidencia.
Y, aunque nos preocupemos normalmente por la
cantidad de oxígeno que liberan estos “pulmones”, hay algo igualmente
importante, que es la cantidad de carbono que son capaces de retener, o, dicho
de otro modo: cuánto dióxido de carbono evita al “sacar de circulación” el
carbono que lo compone. Es el carbono azul, que se llama, y que existan estos
sumideros de dióxido de carbono resulta de primera importancia en el clima de
nuestro planeta, en especial en este momento en que vivimos. Recordemos, por
ejemplo, que estamos perdiendo estos pulmones a la misma velocidad que perdemos
las selvas tropicales, alcanzando cada año la pérdida del 7% de la superficie
de algunas praderas marinas. Ahora bien, la novedad no es tanto esta, como las
“montañas” de azúcar que parece haber bajo estos prados subacuáticos.
Al pensar en montañas de azúcar, es difícil no
imaginarse unicornios e historias de fantasía, pero en este caso se trata de
algo absolutamente real y riguroso. Como comentábamos, los organismos que hacen
la fotosíntesis retiran dióxido de carbono del medio y liberan oxígeno, por lo
que cabe preguntarse qué hacen con ese carbono que no vuelve a la atmósfera. La
respuesta fácil es que forma las muchas estructuras orgánicas de estos seres,
como las hojas, los troncos o las raíces. Sin embargo, en el caso de las
praderas marinas, parece que ocurre algo más.
En los momentos de máxima luminosidad, la fotosíntesis
se vuelve tan eficiente que retiene más carbono del que puede integrar en las
estructuras de estos seres fotosintéticos. Ha de hacer algo con él y es
entonces cuando lo transforma en azúcares que expulsa de sus raíces,
depositándolo en la parte más superficial del sustrato marino. Estos azúcares,
al ser compuestos orgánicos, están formados especialmente por carbonos que
constituyen una especie de esqueleto en torno al que construir moléculas
azucaradas, por expresarlo así. De hecho, la cantidad de azúcar es tal, que
entraña un peligro a tener muy en cuenta.
Por lo general, los azúcares son moléculas de gran
interés nutricional para muchas formas de vida y, sería de esperar, que entre
las raíces de estas praderas (en la rizosfera, que así se llama), crecieran
colonias de microorganismos preparados para darse un verdadero festín,
degradando los azúcares, evitando su acúmulo y, por lo tanto, liberando dióxido
de carbono de nuevo a la atmósfera. Pero, por suerte, parece que esto no pasa.
O, al menos, no pasa con el ritmo que esperaríamos.
La clave, según un estudio reciente, parece estar en
los mismos compuestos fenólicos que liberan estas praderas. Dichas moléculas
están presentes en el vino, el café e incluso en algunas frutas y, al parecer,
tienen cierta actividad inhibidora del crecimiento de la mayoría de los
microorganismos. Este “residuo” sería el responsable de que no surgieran
grandes comunidades de bacterias capaces de poner en recirculación el carbono.
Así que, en cierto modo, buena parte de la función que cumplen las praderas
marinas como sumideros de carbono se debe a la producción de compuestos
fenólicos.
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