El Mediterráneo, un mar que arde
El Mediterráneo es una buena muestra de los efectos
devastadores del cambio climático: es el segundo lugar que más se calienta del
planeta, sólo superado por el Ártico. Y el margen de maniobra para frenar esta
tendencia es cada vez más estrecho.
El calentamiento de Mediterráneo se produce
fundamentalmente durante los meses de primavera y verano, lo que hace que la
época estival se adelante y sea más intensa. Es una de las principales
conclusiones que María José López, catedrática de Geografía Física de la
Universidad de Valencia, muestra en su estudio ‘¿Cuánto se está calentando el
Mediterráneo?’. «Existe un creciente consenso en que no es una proyección de
futuro, sino una realidad evidente», subraya. Una afirmación que sustenta la
ciencia: entre 1982 y 2006 la temperatura superficial del agua de este mar se
incrementó en 0,71 grados, una tasa que llega incluso a multiplicar por cuatro la
media global.
Los datos varían en gran medida en función del
estudio que se consulte, pero los hay que son incluso más pesimistas. «Si bien
los valores térmicos más elevados se han alcanzado en sectores del Ártico, la
cuenca mediterránea se caracteriza por tener valores que están por encima de la
media planetaria. Trabajos recientes establecen un aumento de 1,4 grados en
esta zona respecto a las dos últimas décadas del siglo XIX, mientras que a
nivel global sería de 1 grado para el mismo periodo».
Así lo recoge María José Estrela, catedrática del
departamento de Geografía de la Universidad de Valencia en ‘Repercusiones
ambientales del cambio climático: certezas e incertidumbres’. Representantes
del Ministerio para la Transición Ecológica recuerdan que el Mediterráneo se
calienta entre dos y tres veces más que otros océanos. Un verdadero drama para
las especies animales y vegetales que habitan en él.
Por desgracia, la tendencia está lejos de
revertirse. Un texto científico que recoge la prestigiosa revista ‘The Lancet’ va
más allá: estima que de aquí a 2100 la temperatura ambiental podría crecer
hasta dos grados. En el peor de los casos, incluso ocho. Esto impactará
directamente en las precipitaciones, ya que los científicos advierten que por
cada grado de calentamiento las lluvias menguarán en un cuatro por ciento y
llegarán en forma de episodios más torrenciales. En paralelo, la demanda de
agua se disparará entre un 22 y un 74 por ciento.
Pero, ¿por qué ocurre esto? No se puede obviar que
una parte importante de la culpa la tiene la actividad humana en la zona. «La
presión humana se ha producido sin tener en cuenta que el mar es un sistema
ambiental donde interactúan múltiples factores: cualquier alteración conlleva
impactos en el funcionamiento global cuyas consecuencias estamos lejos de evaluar»,
indica María José López.
Concretamente, la catedrática de la Universidad de
Valencia menciona la construcción de embalses y el aumento del agua para
consumo agrícola, dos piezas de un puzzle que da como resultado que las
pérdidas hídricas por evaporación superen a las ganancias por precipitaciones y
aportes fluviales.
A esto hay que sumar la alarma por las especies
invasoras en este mar (WWF calcula que ya son más de mil), que están
desplazando a la fauna y la flora autóctona de la cuenca mediterránea. La
organización ecologista advierte de que, por ejemplo, los moluscos han
desaparecido en un 90 por ciento. Además, las medusas son cada vez más
habituales, una especie que condiciona la temporada estival en los grandes arenales
que baña el Mediterráneo.
«El fondo marino se está transformando a causa de
las altas temperaturas y la intensidad de las tormentas. Se han reducido o
incluso extinguido las praderas submarinas de Posidonia oceanica, las
poblaciones de gorgonias y las nacras. Perderlas tendría un impacto dramático
en todo el ecosistema». Para hacerse una idea de la magnitud del desastre,
basta saber que la posidonia almacena un 42% de las emisiones de CO2 de los
países del entorno.
Las características históricas de la cuenca
mediterránea tampoco contribuyen a mitigar los daños. Tal y como enumera María
José López, de forma periódica se dan episodios de escasez hídrica, pero
también inundaciones causadas por precipitaciones extremas, situaciones de
erosión y degradación costera, alertas por aguas contaminadas debido a vertidos
urbanos e industriales y también incendios forestales, cada vez más frecuentes
y devastadores. Y la temporada se adelanta cada año. Este 2023 los fuegos han
abierto los informativos en marzo.
El estudio de ‘The Lancet’ confirma esta tendencia.
Afirma que el Mediterráneo será uno de los lugares que más sufrirá por la
emergencia climática y eso tendrá consecuencias directas en la población. Los
fenómenos meteorológicos y climáticos extremos se recrudecerán y esto incrementará
las posibilidades de que se propaguen enfermedades infecciosas, sean más
frecuentes los males relacionados con el calor y, en definitiva, aumente el
número de muertes relacionadas con el calentamiento global. De hecho, la
mortalidad asociada al calor ha aumentado en 15 fallecimientos anuales por
millón de habitantes.
Los efectos de esto son palpables. La exposición a
las olas de calor ha aumentado un 57% (de media, llegando en algunas zonas a
superar el 250%) y esto ha hecho que se vuelva prácticamente crónico un
fenómeno que repercute directamente en el día a día de los ciudadanos: la
sequía. Las restricciones de agua son el pan nuestro de cada día en algunas
zonas de España, pero ya no son exclusivas del verano. Por ejemplo, en la
primera mitad de este 2023 Cataluña se enfrenta a una escasez de agua que no se
había visto en décadas.
«Como consecuencia del elevado incremento de las
temperaturas extremas en gran parte del territorio y muy especialmente en el
área mediterránea, es evidente la pérdida de confort térmico por parte de la
población. Esto se aprecia fundamentalmente en las conocidas ‘noches
tropicales’», apunta María José Estrela. Dormir cuando el termómetro no baja de
los 20 grados no es tarea fácil.
La comunidad científica alerta continuamente de que
el clima no volverá a ser igual que el mismo que conocieron nuestros ancestros,
pero hacer que los efectos sean menos devastadores no es una utopía. Eso sí,
hay que actuar ya. «No hay una manera rápida de frenar el cambio climático.
Incluso aunque se pusieran en marcha de inmediato medidas a nivel global para
reducir las emisiones contaminantes, las temperaturas probablemente seguirán
subiendo durante décadas. Lo que podemos hacer es reducir la presión humana y
ser resilientes», afirma un informe de WWF.
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