MISTERIOS SIN RESOLVER | ¿Existe el Yeti?
La expedición británica de reconocimiento al Monte
Everest de 1921 partió de India para encontrar una ruta hacia la montaña más
alta del mundo y, con suerte, escalarla.
Pero a su regreso el equipo tenía más que informar
que los éxitos de su reconocimiento.
Entrevistados por el periodista Henry Newman,
hablaron de haber encontrado grandes huellas en la nieve.
El líder de la expedición, Charles Howard-Bury,
concluyó que habían sido hechas por las zancadas de un lobo.
Los guías y porteadores locales, sin embargo,
dijeron que pertenecían al legendario metoh-kangmi, que traduce algo como
"hombre-oso muñeco de nieve".
Newman, intrigado, habló con algunos de los
tibetanos que vieron las huellas similares a las humanas, y mencionaron
historias de una criatura misteriosa y salvaje que se paseaba por el Himalaya.
Fascinado, necesitaba un nombre llamativo para los
periódicos, ya que una mala traducción de metoh hizo que pensara que lo llamaban
"muñeco de nieve asqueroso".
Se le ocurrió algo mucho más evocador: el abominable
hombre de las nieves.
Y así, la leyenda del Yeti –su nombre tibetano– se
globalizó, capturando la imaginación e inspirando más de un siglo de estudios,
búsquedas y avistamientos criptozoológicos.
El bípedo peludo, parecido a un simio, ha venido en
diferentes formas y tamaños, a veces se dice que es mucho más alto que un
humano y a veces pequeño pero terriblemente fuerte.
Aunque se lo representa con cabello blanco para
mezclarse con el paisaje cubierto de nieve, puede también ser de color marrón
rojizo y vivir en los bosques del Himalaya.
En el cine, el Yeti ha sido desde el monstruo
asesino de la fantasía de horror de "El abominable hombre de las
nieves" (1957), hasta el tierno habitante de las cavernas de
"Monsters, Inc." (2001).
"¡Ve a verla con alguien valiente!",
recomendaba el poster de "El abominable hombre de las nieves", la
película británica de terror y fantasía basada en "La criatura", de
la BBC, ambas escritas por Nigel Kneale, .
Sin embargo, tratándose de evidencia de la
existencia del Yeti, lo más cercano que alguien ha tenido han sido huellas,
aunque no las que descubrieron Howard-Bury y su equipo.
Durante otra expedición británica que reconocía las
rutas del Everest 30 años después, en 1951, los escaladores Eric Shipton y
Michael Ward vieron huellas extrañas que recorrían aproximadamente 1,6
kilómetros a una altura de más de 4.500 metros.
También había señales de marcas de garras.
Shipton tomó varias fotografías, huella era casi dos
veces más ancha que la de un humano.
Una de las fotografías de las supuestas huellas del
Yeti tomadas por Eric Shipton en 1951 cerca del Monte Everest.
Esas imágenes de Shipton se convirtieron en íconos
de la fascinación del siglo XX por el Yeti.
Los cuentos tradicionales de la región del Himalaya
se refieren al Yeti como un espíritu del glaciar que traía fortuna a los
cazadores, o como una criatura que asustaba a la gente para que no se aventurara
demasiado en las montañas.
Una creación así estaba lejos de ser inusual: hoy,
el Yeti es parte de una familia de críptidos bípedos en todo el mundo,
incluidos Sasquatch en América del Norte, Yowie en Australia y Mapinguari en el
Amazonas.
La creencia en el Yeti como criatura física, por
supuesto, estaba establecida desde mucho antes de que esos exploradores británicos
se toparan con sus huellas.
Cuentan que cuando Alejandro Magno irrumpió en el
subcontinente indio en 326 a.C. exigió ver uno, pero los lugareños se negaran a
mostrarselo, alegando que no sobreviviría en altitudes bajas.
A lo largo de los siglos, los relatos continuaron
hasta que se formaron distintos tipos de Yeti (el arquetipo Meh-teh, el más
pequeño Teh-Ima y el enorme Dzu-teh o Nyalm) y la leyenda se convirtió en parte
de la mitología budista a medida que la religión se extendía por la región.
El Yeti permaneció prácticamente intacto (de hecho,
muchas creencias locales afirmaban que sería un mal augurio ver uno) hasta el
siglo XX, que resultó ser una época fértil para la criptozoología.
Dos décadas después de que el periodista Henry
Newman popularizara el término "abominable hombre de las nieves" en
1921, dos excursionistas afirmaron haber visto "dos motas negras"
moviéndose sobre la nieve del Himalaya.
Luego, las imágenes de Shipton en 1951, ayudadas por
la conquista del Everest dos años después, centraron la atención como nunca
antes en la región y en el Yeti que posiblemente se escondía en ella.
Ilustración en ukiyo-e que muestra una escena de un
cuento tradicional japonés en la que Yama-chichi, una criatura parecida a un
Yeti, inhala la fuerza vital de los viajeros dormidos (1841).
Y el interés era grande.
En 1959, la embajada de Estados Unidos en Katmandú
llegó incluso a emitir un memorando al Departamento de Estado en Washington DC
sobre los grupos de cazadores de Yeti que acudían en masa al Himalaya.
El "Reglamento que rige las expediciones de
montañismo en Nepal - Relativo al Yeti" constaba de tres reglas para
cualquiera que deseara realizar un viaje.
El primero afirmaba que se debían pagar 5.000 rupias
al gobierno nepalí por un permiso para buscar a la criatura.
La segunda norma decía: "En caso de que se
localice al 'Yeti', se le podrá fotografiar o capturar vivo, pero no se le debe
matar ni disparar, excepto en una emergencia que surja de defensa propia".
Continuaba diciendo que todas las fotografías debían
entregarse a las autoridades.
La tercera disposición garantizaba que cualquier
“noticia e informe que arrojara luz sobre la existencia real de la criatura”
también debía entregarse.
Los visitantes soñaban por hacer algún progreso, y
estaban atentos a cualquier cosa relacionada con el Yeti.
A finales de la década de 1950, una expedición
financiada por el petrolero texano Tom Slick descubrió un objeto curioso en un
monasterio budista en el pueblo de Pangboche: la mano momificada de un supuesto
Yeti
El explorador Peter Byrne logró adquirir uno de sus
dedos, supuestamente después de hacer una donación económica al monasterio, y lo
sacó de contrabando de Nepal.
Lo logró con la ayuda de la estrella de Hollywood
James Stewart, amigo de Slick, quien escondió el dedo en el equipaje de su esposa,
envuelto en ropa interior.
Un cráneo y una mano que se dice que son de un yeti,
exhibidos en el monasterio de Pangboche, cerca del Monte Everest.
En 1960, apareció otra parte del cuerpo.
Después de haber visto huellas extrañas durante su
histórico ascenso al Everest con Tenzing Norgay, Sir Edmund Hillary fue en
busca del Yeti y regresó con un supuesto cuero cabelludo prestado de un
monasterio en Khumjung.
Sin embargo, las pruebas revelaron que la piel con
forma de casco procedía de un Capricornis, comunmente llamado seraus, un animal
parecido a una cabra.
En cuanto a la mano de Pangboche, el análisis de ADN
realizado en 2011 demostró de una vez por todas que era humana.
Al parecer, todas esas huellas vistas por los
escaladores también podían explicarse.
Las huellas individuales podrían haber sido de piedras
que caían y que se distorsionaban cuando la nieve se derretía
Las huellas múltiples posiblemente eran de un animal
diferente, que creaba una huella más grande y aparentemente inexplicable cuando
las patas delanteras y traseras aterrizaban en un lugar similar.
Michael Ward, el doctor de la expedición de Hillary,
señaló que incluso podían ser de “pies de forma anormal” de una persona, ya que
había conocido a tibetanos y nepaleses cuyo dedo gordo “estaba en ángulo recto
con el resto del pie”.
Pero, ¿qué de los avistamientos?
En 1986, el físico inglés Anthony Wooldridge, que se
encontraba en una carrera benéfica en el Himalaya, afirmó haber visto un Yeti a
sólo 150 metros de él y logró tomar fotografías.
El mismo año, el experimentado alpinista italiano Reinhold
Messner, famoso por escalar el Everest sin oxígeno suplementario, afirmó que él
también tuvo un encuentro.
Pasó años intentando encontrar otro Yeti, sin éxito,
mientras que la conclusión de la historia de Wooldridge fue que había visto un
afloramiento de roca de forma inusual.
Han sido comunes relatos de segunda mano igualmente
cuestionables sobre avistamientos de Yeti, incluido el informe del montañista
nepalí Ang Tsering Sherpa, quien dijo que su padre había visto uno.
“Los Yetis no son tan grandes. Son aproximadamente
del tamaño de personas de 7 años. Pero los Yetis son muy fuertes”, afirmó,
antes de aludir a los poderes mágicos que en ocasiones forman parte de la
mitología del Yeti.
“Si el Yeti hubiera visto a mi padre primero, mi
padre no habría podido caminar. El Yeti puede hacer que las personas no puedan
caminar. Luego se los come”.
Todos los análisis científicos y la desacreditación
de las afirmaciones han hecho poco para extinguir la fascinación por el Yeti.
En 2011, expertos y entusiastas de la criptozoología
celebraron una conferencia en Siberia occidental y anunciaron su “prueba
indiscutible” de la existencia del Yeti, como el descubrimiento de nidos hechos
con ramas de árboles retorcidas.
Sin embargo, poco después, un asistente, el
antropólogo estadounidense Jeff Meldrum, reveló que las autoridades rusas
habían falsificado la historia como un truco publicitario.
La criptozoología siempre ha estado plagada de
engaños, motivados por la fama y la fortuna.
Posiblemente eso fue lo que llevó a los cazadores en
China a acudir a los medios de comunicación en 2010 con la afirmación de haber
capturado un Yeti de cuatro patas y sin pelo (en realidad, un animal parecido a
un gato llamado civeta).
"Un geólogo italiano descubre un monstruo
fabuloso en los Andes que podría ser el Yeti de los Andes", informó el
semanario La Domenica del Corrierre en 1956 (grabado de Rino Ferrari).
Pero de todos los críptidos, el Yeti ha sido objeto
de una asombrosa cantidad de investigaciones científicas, que han dado lugar a
importantes avances en la última década.
En 2013, el genetista de la Universidad de Oxford,
Bryan Sykes, hizo un llamamiento mundial para que se analizara cualquier
"evidencia" del Yeti.
De las decenas de muestras que recibió, dos pelos
(uno del norte de India, en el Himalaya occidental, y el otro, de cientos de
kilómetros de distancia, en Bután), coincidían con un oso polar prehistórico,
que se cree que vivió hace al menos 40.000 años.
Sykes presentó la intrigante teoría de que el Yeti
existe, pero como un híbrido de oso.
Si no se trata de una anomalía prehistórica, otras
razas raras de osos podrían ser el Yeti de la vida real.
Reinhold Messner concluyó en la década de 1980 que
podría tratarse del oso azul tibetano o del oso pardo del Himalaya.
En 2017, el estudioso, conservacionista y figura
destacada del estudio del Yeti estadounidense, Daniel C. Taylor, que había
pasado décadas cazando a la criatura, finalmente publicó sus extensos
hallazgos, entre ellos un análisis exhaustivo de las huellas de Shipton.
Es poco probable que estos hallazgos convenzan a
todos.
Ha pasado más de un siglo de emoción y especulación
sobre el abominable hombre de las nieves; un siglo de huellas, historias,
avistamientos y muestras, que coincide con un siglo de mayor interés en otras
bestias no comprobadas como el Monstruo del lago Ness y Pie Grande.
Para muchos de los que creen que existe, el Yeti
representa las maravillosas incógnitas de la Tierra, y eso no se romperá
simplemente por la falta de pruebas definitivas.
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