La NASA investiga el enigma de las auroras negras
Desde el 21 de enero, los cielos de Alaska se han
convertido en escenario de una misión científica sin precedentes. La NASA ha
lanzado dos cohetes desde la base Poker Flat, cerca de Fairbanks, con el
propósito de desentrañar el misterio de las auroras negras, esas enigmáticas
zonas de oscuridad que rompen el flujo hipnótico de la aurora boreal.
Bajo la dirección de los físicos Marilia Samara y
Robert Michell, los experimentos buscan entender por qué estas áreas carecen de
luz y cómo se relacionan con las partículas cargadas que interactúan en la
atmósfera terrestre. Según Michell, no se trata de magia, sino de física del
plasma: "Estas sombras en el cielo son claves para entender fenómenos que
afectan nuestra tecnología y el equilibrio planetario".
Los cohetes, equipados con sensores avanzados,
alcanzaron una altitud de 130 kilómetros en cuestión de minutos. Mientras
atravesaban las auroras activas, las cámaras instaladas en Fairbanks y Venetie
registraron el fenómeno en tiempo real, ayudando a calcular el momento exacto
de los lanzamientos.
Explorando lo desconocido: ¿qué son las auroras
negras?
La primera misión, llamada GIRAFF (Investigación de
imágenes terrestres para cohetes de características rápidas aurorales), comparó
dos tipos de auroras: las pulsantes, que parpadean tres veces por segundo, y
las parpadeantes, que lo hacen quince veces. El objetivo era medir la energía
de los electrones y su velocidad, para entender cómo algunas partículas parecen
"borrar" la luz en lugar de producirla.
El segundo experimento, enfocado exclusivamente en
las auroras negras, estudió partículas que, en lugar de emitir luz, parecen
absorberla. Según Samara, "estos electrones podrían estar invirtiendo su
dirección, creando los vacíos que observamos".
Un rompecabezas con implicaciones globales
Más allá de su belleza visual, las auroras negras
podrían tener efectos directos en la Tierra. Las partículas que generan estos
fenómenos también son responsables de las tormentas geomagnéticas, que pueden
interrumpir las comunicaciones, dañar satélites y provocar apagones masivos,
como el famoso incidente en Quebec en 1989.
La planificación de estas misiones también es un
reto. Predecir con exactitud dónde y cuándo ocurrirán las auroras requiere una
combinación de datos meteorológicos, cámaras de monitoreo y una buena dosis de
suerte. "Lanzar un cohete hacia una aurora es como intentar atrapar un
rayo", explica Michell.
Una ventana al futuro
Los datos obtenidos en esta misión podrían
transformar nuestra comprensión de la meteorología espacial. Como señala la
NASA, cada aurora es un experimento natural, un espectáculo celeste que combina
la ciencia con el misterio. Las auroras negras, lejos de ser imperfecciones en
el cielo, podrían ser la clave para anticipar y mitigar los efectos de futuras
tormentas solares, protegiendo nuestra tecnología y revelando secretos sobre la
interacción entre el Sol y la Tierra.
Mientras los cohetes ya han cumplido su misión en el
cielo, los investigadores en tierra procesan ahora la información, con la
esperanza de que estas sombras celestiales arrojen luz sobre uno de los enigmas
más fascinantes del cosmos.
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