La señal extraterrestre detectada hace más de 40 años por la NASA provenía de un planeta en destrucción
Un misterio que ha intrigado a la comunidad científica durante más de cuatro décadas ha sido finalmente resuelto por la NASA. La agencia espacial ha confirmado que una señal de rayos X detectada en 1980 provenía de los restos de un planeta destruido en la Nebulosa de la Hélice, ubicada a unos 650 años luz de la Tierra.
Un planeta desintegrado por su estrella
El hallazgo
se centra en la estrella WD 2226-210,
una enana blanca que en el pasado fue similar a
nuestro Sol. Con el tiempo, esta estrella agotó su combustible y expulsó sus
capas externas, dejando solo un núcleo extremadamente denso. Los científicos
creen que un planeta que orbitaba demasiado cerca fue destrozado
por las fuerzas gravitatorias, creando un disco de restos que, al caer sobre la estrella,
generó una emisión de rayos X inusual.
Según la
NASA, esta hipótesis explica la
intensa radiación detectada en la zona, algo poco habitual en
estrellas enanas blancas, que no suelen emitir este tipo de señales con tanta
energía.
Décadas de investigación para resolver el enigma
La señal fue
detectada inicialmente por el Observatorio
Einstein en 1980 y posteriormente estudiada por el telescopio ROSAT, que confirmó su procedencia del centro de
la nebulosa. Sin embargo, no fue hasta
la llegada de los observatorios espaciales Chandra y XMM-Newton
que los astrónomos pudieron obtener datos más precisos y confirmar la teoría
del planeta destruido.
Este
descubrimiento marca un hito en la astronomía, ya que, si se confirma, sería el primer caso documentado de un planeta desintegrado por la
atracción gravitacional de una estrella central en una nebulosa planetaria.
Un planeta similar a Júpiter pudo ser la víctima
Los
científicos creen que el planeta destruido podría
haber sido un gigante gaseoso, similar a Júpiter. Es posible
que en un principio orbitara a una distancia segura, pero con el paso del
tiempo, interacciones gravitacionales con otros cuerpos celestes lo
habrían empujado hacia el interior del sistema, hasta quedar
atrapado en una órbita mortal que acabó desintegrándolo.
Este hallazgo no solo resuelve un enigma
astronómico de más de 40 años, sino que también proporciona nuevas claves sobre la evolución de los sistemas planetarios
y sobre el destino que podría esperar a los planetas cuando sus estrellas
llegan al final de su vida.
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