Así acaba tu pececito de colores tirado por el váter...
Los simpáticos peces de colores son ya una auténtica amenaza para la ecología de pantanos, lagos y ríos de todo el mundo, con Estados Unidos, Canadá y Australia a la cabeza.
Las peceras de los hogares en
los que estos Goldfish abundan como pequeñas mascotas limitan su crecimiento,
pero, liberados en un medio silvestre, pueden crecer hasta alcanzar los dos
kilos de peso, como el ejemplar de la imagen de arriba. ¿El problema? Estos peces son carnívoros y, como especie
invasora que son en la mayor parte de los países (son oriundos de Asia),
destruyen el equilibrio de los ecosistemas en los que se ven inmersos al
alimentarse de peces nativos más pequeños y de los huevos de todas las especies
locales.
Esos huevos a su vez –nutridos de las larvas de
mosquito presentes en las aguas– dejan de actuar así como insecticidas
naturales, con lo que potencian también un incremento de insectos voladores en
las regiones en las que colonizan las aguas.
El problema: son carnívoros y, como especie invasora
que son, destruyen el equilibrio de los ecosistemas al alimentarse de peces
nativos más pequeños
Los peces de colores buscan, además, su alimento
sacudiendo el barro del fondo, eliminando así sedimentos y haciendo reflotar
nutrientes que activan un crecimiento desmesurado de algas y contribuyen al
deterioro y pérdida de calidad de las aguas.
Además de perturbar los sedimentos y la vegetación
que se encuentran en el fondo de los lagos y ríos, los peces invasores liberan
nutrientes capaces de desencadenar y transmitir enfermedades exóticas y
parásitos.
Para más inri, los ‘supergoldfish’ se reproducen
mucho y muy rápido, por encima de la media de las demás especies, y son muy
resistentes a todo tipo de adversidades: a aguas residuales, a condiciones de
bajo oxigeno durante el invierno, y pueden vivir hasta unos 25 años.
Y hay más: en un estudio realizado hace unos años en
Australia, en el que se hizo un seguimiento a 15 peces dorados durante un año,
se pudo determinar cómo migran. «Descubrimos que pueden migrar desde los
canales (donde muchas veces son dejados por sus dueños) al río y de allí al
sistema de pantanos donde ponen los huevos. Esto significa que en un año pueden
recorrer una distancia de más de 230 kilómetros». Con una capacidad de
resistencia tan alta, no tardan en convertirse en una plaga que puede durar
décadas.
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