“El marfil no tiene valor si no está en sus elefantes”
Difícilmente olvidaré el día 23 de febrero del año
2016. Después de cerrar exitosamente el 2015 y tras largos meses de espera y
planeación, por fin me encontraba caminando sobre suelo keniano. Los primeros
pasos en un continente completamente nuevo y sobre todo diferente a lo que
estaba acostumbrado, me obligaban a sentirme emocionado por descubrir todos los
tesoros que desde chico había soñado con conocer. Finalmente aquí estaba, en la
misma África del desierto del Sahara, la selva del Congo y de los miles de
kilómetros cuadrados de sabana que dan vida a cientos de especies de animales,
incluidos algunos de los mamíferos más grandes del mundo.
Aquel 23 de febrero, el día en que recibí la
noticia, llevaba un poco más de un mes viviendo y trabajando de voluntario en
Ol Pejeta Conservancy. Una conservación sin fines de lucro que orgullosamente
lleva el título por ser el santuario de rinocerontes más grande del este de
África. Además de ser el hogar de los últimos 3 rinocerontes blancos del norte
que existen en el mundo, Ol Pejeta cuenta con casi 110 rinocerontes negros y 28
rinocerontes blancos del sur. Estar frente a estos imponentes animales y
dejarnos sorprender por su tamaño y belleza, es una experiencia llena de
emoción en el día a día.
Mi aportación aquí es sencilla, o por lo menos así
se describe. Estoy ayudándoles a analizar los últimos 10 años de información de
cada uno de los rinocerontes que existe o existió en este tiempo; ya que, cada
día, guardias desarmados recorren los 360 kilómetros cuadrados de superficie
que tiene la conservación, caminando entre elefantes y leones, para poder
llevar un registro del bienestar de cada rinoceronte y de no ser así, poder
emitir una alarma a tiempo.
En otras palabras, tengo que analizar la vida de
cada animal, saber su edad, su árbol genealógico y en dónde pasan más tiempo
para poder entender su comportamiento y que se puedan tomar decisiones con base
en ello. Así que, sin esperarlo, terminé familiarizándome con cada uno de los
rinocerontes, por conocer casi todo acerca de sus vidas. Así, ese día, el 23 de
febrero de 2016, en cuanto escuché la noticia con su nombre, supe perfectamente
de quién se trataba.
Ishirini se llamaba. Una hembra de casi 20 años de
edad, que lamentablemente llevaba 20 meses de embarazo de una cría que estuvo
muy cerca de conocer el mundo exterior. Iba por su sexto parto, lo que la
colocaba como una de las hembras más fértiles de la población, como lo podía
comprobar la anterior cría que aún continuaba a su lado en el momento que
Ishirini fue asesinada por los cazadores furtivos.
¿La causa? La misma que logró en 30 años reducir su
población en un alarmante 98%, pues de 100 mil rinocerontes que había en los
años 60, llegaron a ser sólo 2 mil 300 en 1990. Cada kilo de cuerno se
encuentra valuado en el mercado negro en más de 60,000 dólares. Precio
exorbitante para algo que está compuesto de queratina, la misma proteína que
encontramos en nuestras uñas, pero que es valorado por la antigua creencia en
el mercado oriental de ser capaz de curar el cáncer, razón por la cual se ha
disparado su precio y valor incluso por arriba del oro mismo.
Hace algunas semanas, en un esfuerzo por reducir los
ataques de caza furtiva y corrupción involucrada en el comercio de piezas de
vida silvestre, el gobierno keniano quemó 1.3 toneladas de cuerno de
rinoceronte y más de 105 toneladas de marfil de elefante, convirtiéndose en la
quema de piezas de vida silvestre más grande de la historia. En esta ocasión,
fueron los restos de alrededor de 6,500 elefantes y 450 rinocerontes
decomisados durante varios años, y que sin dejar de ser una cifra alarmante, es
minúscula cuando la comparamos con los 30,000 elefantes que cada año son
víctimas de la caza furtiva en el continente africano
Más de 150 millones de dólares (según su valor en el
mercado negro) se redujeron a cenizas en un país tercermundista que mucho
provecho podría sacarle a cada dólar; engrandeciendo aun más la decisión de su
presidente Uhuru Kenyatta de no participar en un mercado que atenta contra la
vida silvestre y patrimonio natural de su país, y enviando un mensaje muy claro
al resto del mundo: “Para Kenia, el marfil no tiene valor alguno, si no está en
sus elefantes”.
Al día de hoy, a pesar del esfuerzo de muchas
organizaciones dedicadas a la conservación de las especies mencionadas, esto se
ha convertido en un problema global, que sin la colaboración del resto de los
países africanos y sin prohibiciones internacionales al comercio de marfil, pocos
resultados podrá generar. Aun así, cada visita a una conservación o cada
donación enviada, contribuye a no perder la esperanza en esta complicada lucha
contra la ambición humana, y fortalece la idea de valorar a tiempo nuestro
patrimonio natural antes de vernos en un punto sin retorno y sufrir las
consecuencias de perderlo para siempre.
https://freeman.com.mx/marfil-elefantes-kenia/
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