El hombre del Piltdown, el mayor fraude en la historia de la antropología
El hombre de Piltdown es conocido por ser uno de los mayores fraudes en la historia de la paleoantropología, principalmente porque se creyó verdadero durante más de cuarenta años, desde que se anunciara su descubrimiento en 1912 hasta 1953, cuando el fraude fue finalmente expuesto.
La historia de este engaño comenzó y se basó en unos
restos óseos (en concreto un cráneo parcial, un diente suelto y una mandíbula
con dientes) supuestamente descubiertos en Inglaterra en 1908, en Piltdown, un
pueblo de Sussex. Un obrero los encontró en una cantera, y se los entregó al
arqueólogo aficionado Charles Dawson, que los presentó, junto con el eminente
paleontólogo Smith Woodward (del Museo Británico), en la Sociedad Geológica de
Londres.
Durante años, se mantuvo el debate sobre el origen
de estos restos, y la prensa dijo que muy probablemente correspondieran al
eslabón perdido, denominándolo Eoanthropus dawsonii. Estos restos fueron
aceptados por la comunidad científica sin mayores análisis, debido
principalmente a que era perfecto e idéntico a la idea de aquella época sobre
el eslabón perdido. La idea de esa época era que el eslabón tenía que haber
tenido un gran cerebro, pero igualmente presentar rasgos simiescos y
evolucionar posteriormente a una apariencia humana, idea contraria a la
demostrada ahora con los estudios de los fósiles verdaderos.
No obstante, comenzaron a surgir cada vez más dudas
sobre la antigüedad y el origen de esos restos. Finalmente, el dentista A.T.
Marston determinó que la mandíbula de ese esqueleto correspondía a un
orangután, el diente suelto a un mono y el cráneo a un homínido (Homo sapiens).
A partir de entonces, los análisis del contenido en flúor de los huesos
demostraron que el enterramiento había sido intrusivo, así como que el color
ferruginoso oscuro de los huesos se debía a un tratamiento químico para
uniformar las diferencias de color entre la mandíbula (más moderna) y el cráneo
(más antiguo). Nadie sabe quién cometió el fraude, y algunos lo atribuyen a los
descubridores originales, señalando sobre todo a Dawson, motivado por el hecho
de que en las islas británicas no había sido descubierto ningún fósil humano,
mientras que en el resto de Europa, y fundamentalmente en África, sí. Sin
embargo, el profesor Douglas dejó a su muerte una cinta magnética en la que
señalaba que el autor de la falsificación había sido el archifamoso William
Johnson Sollas, que pretendía con ello desprestigiar a su rival Woodward. A
pesar del fraude, se ha erigido, por suscripción popular, en el lugar donde se
descubrieron los huesos, un monumento honorífico a estos restos. El propio
Woodward asistió a la inauguración.
Igualmente, existen teorías diversas que han
atribuido la invención a algunos de los hombres más famosos de la época,
incluyendo a Arthur Conan Doyle y a Teilhard de Chardin.
Por mucho tiempo se acusó a Dawson de ser el único
culpable en el engaño, pero Gould asegura que su investigación muestra que
Teilhard, que acababa de ser ordenado sacerdote y que en ese entonces estaba
estudiando paleontología, participó en la “conspiración de Piltdown”. Gould
dice que algunos de los huesos que se encontraron en las fosas de Piltdown
provenían de países en los cuales Teilhard había recogido especímenes en viajes
anteriores. Además, en las cartas que Teilhard envió a uno de los científicos
que descubrieron el engaño, Gould afirma que Teilhard mintió para ocultar su
participación en la intriga.
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