Sorpresa científica: Urano tiene lunas con océanos
Por lo menos dos de los 27 satélites de Urano
podrían albergar océanos subterráneos bajo gruesas capas de hielo, algo similar
a lo que sucede en algunas de las lunas de Júpiter y Saturno. La extraordinaria
posibilidad, descubierta tras la revisión de una serie de antiguos datos
obtenidos hace ya cuatro décadas por la sonda Voyager 2 en su viaje hacia los confines
del Sistema Solar, apunta a que los principales candidatos a tener mares
ocultos son las lunas Miranda y Ariel. Desde entonces, ninguna otra nave ha
vuelto a ir a Urano.
Una de esas dos lunas, o quizá ambas, podrían ser,
de hecho, las responsables de 'sembrar' los alrededores de Urano con
reveladoras nubes de partículas cargadas que, según los investigadores, podrían
proceder de grandes géiseres surgidos de las grietas del hielo superficial,
emitiendo al espacio el contenido de los océanos que tienen debajo.
El hallazgo fue presentado hace unos días por el
astrónomo Ian Cohen, del Laboratorio de Física Aplicada de la universidad John
Hopkins, durante su intervención en la 54 Conferencia de Ciencia Lunar y
Planetaria, y ha sido aceptado para su publicación en Geophysical Research
Letters.
«Desde hace algunos años -explica Cohen- hemos
estado argumentando que las mediciones de partículas energéticas y campos
electromagnéticos son importantes no sólo para comprender el entorno espacial,
sino también para contribuir a la investigación científica planetaria más
amplia. Y resulta que eso puede ser válido incluso en el caso de unos datos que
son más antiguos que yo. Simplemente, esto demuestra lo valioso que puede ser
ir a un sistema y explorarlo de primera mano».
Cuando la Voyager 2 realizó su sobrevuelo de Urano
en 1986, uno de sus instrumentos detectó algo peculiar: partículas cargadas que
parecían estar atrapadas en regiones específicas de la magnetosfera del
planeta. Según la lógica, esas partículas deberían haberse dispersado, pero
permanecían confinadas sobre el ecuador, y muy cerca de las órbitas de Miranda
y Ariel.
Por aquél entonces, los científicos pensaron que ese
perfil tan peculiar se debía a una inyección de electrones energéticos
procedentes de alguna perturbación en el campo magnético de Urano. Pero ahora,
en su nuevo análisis, Cohen y sus colegas han descubierto que estos electrones
no tienen las características esperadas si ese hubiera sido su origen. Lo cual
les devolvió al punto de partida. ¿De dónde venían entonces esos electrones?
El equipo trató de obtener una respuesta
profundizando aún más en los datos de la Voyager 2, los únicos disponibles.
Ejecutaron modelos informáticos y determinaron que, sin lugar a dudas, las
partículas cargadas eran más abundantes en el espacio que hay entre Miranda y
Ariel, lo que les sugirió que su fuente no podía estar muy lejos de allí.
Afortunadamente, en los casi 40 años que han pasado
desde entonces los científicos han avanzado mucho en la identificación de iones
cargados. La propia Voyager 2, en efecto, también los detectó alrededor de
Saturno, y muchos años después otra misión, la Cassini, determinó que su origen
estaba en los géiseres helados disparados al espacio por la que hoy sabemos que
es una luna oceánica, Encelado. Casi exactamente lo mismo sucedió con otra
detección similar en Europa, la gran luna de Júpiter que también tiene un
océano subterráneo. En palabras de Cohen, «no resulta raro que las mediciones
de partículas energéticas sean un precursor que lleva a descubrir un mundo
oceánico».
Pero en el caso de Urano, ¿Es Miranda o Ariel la
responsable de la emisión? ¿o puede que ambas? Miranda es la más pequeña de las
cinco mayores lunas de Urano, y Ariel es la más brillante. Las dos muestran
signos de actividad geológica relativamente reciente, lo que podría ser
consistente con una erupción de material líquido desde su interior.
Lo malo es que, para averiguarlo, los científicos
sólo disponen de un único conjunto de datos, el de la veterana Voyager 2. Por
eso piden cada vez con más insistencia una nueva misión dedicada en exclusiva a
explorar Urano. El planeta, de hecho, tiene tantas peculiaridades que nadie
duda de que sería algo 'emocionante y gratificante' a la vez.
«Los datos - concluye Cohen- son consistentes con el
emocionante potencial de que haya por lo menos una luna oceánica activa allí.
Siempre podemos hacer un modelo más completo, pero hasta que tengamos nuevos
datos, la conclusión siempre será limitada».
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