La historia del cojo al que le creció la pierna

Calanda es un pueblo de Teruel mundialmente conocido por la famosa 'Rompida de la hora', la tamborrada que se escucha por los pueblos del Bajo Aragón en Viernes Santo. Allí nació en 1617 Miguel Juan Pellicer Blasco, el segundo de ocho hermanos (de los únicamente sobrevivieron él y una hermana) de una familia humilde. Buscando nuevas oportunidades, con 19 años marchó a Castellón de la Plana a trabajar con un tío suyo, Jaime Blasco. Y fue allí donde comienza esta historia.

Así la contó el arzobispo de Zaragoza, Pedro Apaolaza Ramírez en 1641: “Contaba el joven Miguel Juan Pellicer 19 años cuando, trabajando en Castellón de la Plana, cayó de un carro, cargado de trigo, que conducía, y una rueda le aplastó la pierna derecha. Pasó cinco días en el Hospital de Valencia y pidió ser llevado al Hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza. Debido a este incidente, fue necesario amputarle dicha pierna, dos dedos más abajo de la rodilla, lo que se hizo en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, en Zaragoza, por el cirujano D. Juan Estanga, siendo enterrada por el practicante Juan Lorenzo García”.

Juan de Estanga, catedrático de Cirugía en la Universidad de Zaragoza, Familiar del Santo Oficio de la Inquisición en Aragón y cirujano del Hospital General de Nuestra Señora de Gracia había intentado salvarla y, tras deliberar con Diego Millaruelo y Miguel Beltrán, decidió amputarla para salvarle la vida.

Con la pierna amputada -y sustituida por una de palo- Miguel Juan se dedicó a la mendicidad. Con el paso del tiempo se convirtió en uno de los pedigüeños más populares de los que mendigaban a las puertas de la Basílica del Pilar. Si conseguía el dinero necesario dormía en el Mesón de las Tablas, y si no en la calle. Al cabo de dos años decidió regresar a Calanda, con sus padres. Fue una decisión difícil pues se había marchado de casa sin su bendición. Llegó a primeros del mes de marzo de 1640.

Una vez allí, y por ayudar a sus padres, mendigaba por los pueblos de los alrededores, y de vez en cuando les ayudaba en alguna faena del campo. Así lo hizo el 29 de marzo de 1640, Jueves Santo, ayudando a su hermana con el estiércol. Cuando regresó a casa vio que habían llegado al pueblo dos compañías de caballería y la obligación de los habitantes del pueblo era darles cobijo. A casa de los Pellicer llegó uno de los soldados y lo alojaron en el cuarto de Miguel.

Esa noche la familia tuvo la visita de unos vecinos y, tanto a ellos como al soldado, Pellicer les mostró el muñón y les dejó tocar la pierna. Pasadas las diez dijo que le dolía la pierna y que se retiraba a descansar. Se quitó la pierna de palo, se acomodó a los pies de la cama de sus padres con un esportón y un pellejo. Una vez que los vecinos se marcharon, los padres se fueron a dormir. Y al entrar la madre descubre que su hijo tiene las dos piernas. Asombrados, avisan a los vecinos y el milagro recorre todas las calles de todo el pueblo. Miguel cuenta que en esos momentos soñaba que estaba en el Pilar y que cree que ha sido un milagro de la Virgen.

La noticia se propaga como la pólvora, primero por el Bajo Aragón y luego a Zaragoza, donde el 8 de mayo el ayuntamiento pide a la Iglesia que declare el milagro. El 5 de junio se inicia un proceso eclesiástico presidido por el arzobispo de Zaragoza, Pedro de Apaolaza, en el que se cita a 25 testigos: personal del hospital, familiares, vecinos, personas que le vieron con la pierna cortada y con la restituida... El 27 de abril de 1641 el arzobispo firma la sentencia: “Declaramos que a Miguel Juan Pellicero, natural de Calanda, de quien este proceso se trata, le ha sido restituida milagrosamente su pierna derecha, que antes la habían cortado”. Todo gracias a la Virgen del Pilar. Incluso el rey Felipe IV lo recibe en audiencia y besa su pierna restituida.

El milagro de Calanda es único en la historia de la Iglesia, los de Lourdes no le llegan ni a la suela de los zapatos: una pierna que reaparece después de cortada y enterrada dos años y medio atrás. Y lo más maravilloso de todo; era la misma pierna pues tenía las mismas marcas que la amputada: un grano mal curado, el mordisco de un perro... Al pobre Pellicer le costó recuperarse, pues los primeros días le costó caminar con normalidad y tampoco podía mover los dedos del pie.

¿Realmente la Virgen le restituyó la pierna? De una lectura del acta del proceso la primera sorpresa que nos llevamos es que nadie vio cómo le cortaban la pierna. El cirujano Juan de Estanga no se la amputó, ni siquiera estuvo durante la operación. Sí es cierto que ese día amputaron la pierna a un paciente, pero ni Juan Lorenzo García, el mancebo que enterró la pierna, ni Diego Millaruelo, Maestro en Cirugía, reconocieron en Pellicer la persona a quien se la amputaron. Por otro lado, hay una serie de hechos que inducen sospecha. Primero, Miguel Pellicer enseñaba su muñón y se lo dejaba tocar a todo el que se le acercaba, pero nunca a un médico. Segundo, el milagro sucedió cuando las circunstancias le obligaron a dormir en el dormitorio de sus padres, que son los que descubren el milagro. Tercero, cuando su madre descubre la pierna lo primero que hace Miguel no es sorprenderse, sino coger la mano de su padre y pedirle perdón.

El milagro de Calanda, del que se dice que es el milagro más documentado de la historia, depende de que sea cierto el momento clave de la amputación de la pierna de Pellicer, y sobre ello no hay ningún testigo directo. Por eso no hay forma de demostrar que así se hizo; tal vez se pensó en cortarla y Pellicer mejoró, o puede que el médico nunca se decidiera cortarla. También es probable que Pellicer pudiera presenciar lo sucedido con otro paciente y hacerlo suyo para vivir de la mendicidad. Recordemos que estamos en la época de la picaresca del Siglo de Oro, con las calles repletas de mendigos mutilados, la mayoría fingidos (hoy en YouTube podemos ver videos de muchos de esos falsos mendigos, de cómo doblan la pierna (¡o las dos!) para parecer que no la tienen). Pero el dato fundamental que apunta a que nunca perdió la pierna es que la nueva era idéntica a la anterior, con el detalle añadido de que el notario que tomó fe en Calanda de la existencia de la pierna, en la descripción de la misma dice que toda la parte de la rodilla está más oscura que el resto. ¿Estaba más morena por tenerla al sol cuando pedía limosna? Obviamente, llevar la pierna recogida tanto tiempo y tantas horas al día hace que sufra, de ahí que tuviera problemas los días posteriores al milagro.

¿Y el empeño de la Iglesia por certificar un milagro? Políticamente le vino muy bien al Cabildo en una época turbulenta y que la Virgen del Pilar realizara semejante portento aseguraba un aumento en el flujo de peregrinos a la Basílica. La necesidad de un milagro hizo que, inconscientemente, buscaran certificar la verdad del mismo.

Un detalle más: imagine que la Virgen hace por usted ese portento. ¿Qué haría después con su vida? En 1642, dos años después del milagro, Pellicer viajó a Mallorca “para propagar la devoción a la Virgen y recoger limosnas para el Santuario”. De aquella época se conserva una carta del Cabildo zaragozano al Virrey de Mallorca Francisco Sureda y Vivot donde se recomienda que “se tome estrecha cuenta a Jusepe Pellicer (sic) y a los que consigo lleva [...], que mostrándose ingrato con los favores que le hizo la Virgen Santísima sospechamos [que] da mal ejemplo con su vida”. Al parecer no tuvo una vida muy cristiana a pesar de todo.

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