Estelodonte: el cerdo tan grande como rinoceronte que vivió hace 27 millones de años

Durante las épocas del Eoceno y el Mioceno, hace entre 37 y 16 millones de años, existió un mamífero de proporciones inmensas que era considerado un verdadero asesino por los estudiosos del tema.

El "cerdo del infierno", cuyo nombre científico es entelodontes (Entelodontidae) o entelodóntidos habitó el planeta Tierra después de la extinción de los dinosaurios.

Estudios recientes revelaron que esta especie de cerdo gigante no era, como se pensaba, un depredador salvaje que se alimentaba solamente de la carne de sus presas, sino que más bien comía un poco de todo.

Este tipo de alimentación coincide con el por entonces impacto del asteroide Chicxulub en la Tierra, que extinguió a los dinosaurios y a gran cantidad de fauna, por lo que tuvieron que adaptarse al ecosistema de ese momento.

Las reconstrucciones de los "cerdos del infierno", junto con su apodo cinematográfico, han contribuido a su reputación de ser implacables depredadores, aunque en realidad se alimentaban principalmente de carroña.

De todos modos, este aspecto de su alimentación no significa que no fuesen una especie territorial y muy agresiva, capaz de luchar ferozmente para conseguir comida y para aparearse.

La amplitud alimentaria de estos mamíferos fue lo que los ayudó a evolucionar a lo largo de los años, pudiéndose adaptar a los cambios ecológicos y climáticos que sucedieron en el planeta durante la prehistoria. Su dieta se componía principalmente de:

Otra de las particularidades de estos mamíferos, que se encontraban dentro del mismo orden de los actuales cerdos y jabalíes, es que a pesar de su parecido con ellos, son más cercanos a las ballenas y a los hipopótamos.

Aunque morfológicamente comparten algunas similitudes con los cerdos actuales, no son ancestros directos de ellos.

Los "cerdos del infierno" poseían un gran tamaño y estructura esquelética distintiva. El más grande de su especie, podía alcanzar casi 2 metros de altura y pesar media tonelada.

Además de estas dimensiones, otro dato sorprendente es que su cráneo podía llegar a medir hasta 30 centímetros y contaban con una mandíbula con una hilera de dientes, en forma triangular, capaces de triturar huesos como si nada.

Para terminar de componer su aspecto, más bien espeluznante, hacían gala de patas muy largas, musculosas y poderosas pezuñas hendidas, indicadores de que además de fuertes, eran muy rápidos.

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