Inteligencia artificial para hablar con los muertos
Carola Minguet, Religión Confidencial | De nuevo
esta semana una noticia me ha dejado perpleja: en China, cada vez más gente
recurre a empresas que con inteligencia artificial generan programas para
simular perfiles de personas que han fallecido. Es decir, diseñan un avatar
virtual que da la falsa sensación de que el difunto sigue vivo, de forma que se
pueda interactuar con él a través, por ejemplo, de una videollamada. También se
está comercializando la versión con una expareja para recrear, ilusoriamente,
una relación.
Al leerla, lo primero que me ha venido a la cabeza,
aunque sea muy básico, es la mentalidad liberal que acampa en las sociedades
modernas (cada cual debería hacer lo que quiere en su esfera privada, nadie ha
de meterse en mis asuntos), la cual facilita comprar y vender cualquier cosa
aferrándose a la libertad como una suerte de fetiche. Amén este aforismo, y
porque cada vez más la satisfacción de deseos individuales se eleva a la
categoría de derechos (ahora significan todo y no significan nada), es difícil
encontrar límites para hacer lo que nos venga en gana. No hay barreras.
Sin embargo, (ahí va otra idea elemental), debería
prohibirse que exista este tipo de inteligencia artificial y que se tenga
acceso a la misma porque no puede acarrear ningún bien.
Una razón es el riesgo sobre la salud mental que
entraña esta práctica, pues los psicólogos coinciden en que superar la muerte
de un ser querido, aunque sea difícil y doloroso, es necesario. Si bien es
común que la primera reacción sea la negación, apremia integrar la pérdida. Por
ello, recurrir a una inteligencia artificial que hace creer que podemos seguir
hablando con el familiar o el amigo perdido, verlo, escuchar su voz…
imposibilita este proceso. Además, aunque se pretenda revivir la relación, el
efecto puede resultar al contrario, pues aunque el avatar se alimenta de
material gráfico y audiovisual del difunto va a crear elementos nuevos, de modo
que no sólo se adultera y falsea la realidad, sino incluso el recuerdo de la
persona añorada.
Me habló el otro día un amigo de un hombre que
perdió a su primogénito hace unos años y todos los días sube fotos de él a las
redes sociales; sin embargo, esta rutina es una losa más que le sepulta en un
quebranto que contagia al resto de su familia. Su esposa y sus otros hijos son
jóvenes y niños tristes. Se ha cronificado el duelo. Imagino que con una
herramienta como ésta habrán casos donde la aflicción se torne verdaderamente
enfermiza y oscura.
Respecto a la opción de mantener una relación
virtual con alguien vivo es otro cantar. Debería estar prohibida porque lo que
va a provocar es perturbados mentales o acentuar el trastorno en quien ya lo
padece. Y ya está.
Normalmente, cuando se ha desarrollado una
tecnología ha sido tratando de cubrir un vacío o de facilitar tareas que
debemos realizar. En este sentido, esta inteligencia artificial no viene a
solventar una necesidad de las personas, sino que, contrariamente, obstaculiza
una necesidad de las personas: poder llegar a aceptar que la vida es tan
limitada como irreversible su final; integrar la muerte de un ser querido del
mismo modo que antes vinculamos su vida a la nuestra. Sin olvidarlo. Honrándolo.
Agradecidos.
Entonces, si hay un peligro, implica un retroceso y
va a suponer un daño real en la sociedad, ¿por qué se está trabajando en esta
herramienta? Obviamente (disculpen la cadencia de hoy a exponer conclusiones de
cajón) por dinero. El lucro (las empresas se van a forrar con un invento así)
está por encima de la salud mental y de las biografías. Por dinero se están
abriendo puertas que la gente no quiere abrir, pero que, por dolor o por
debilidad, quizás se van a traspasar. Se trata de una golosina envenenada. De
un canto de sirena que engatusa, pero que obliga a abandonar el barco. Y en el
mar no se puede sobrevivir.
Si hay un derecho que tenemos es el derecho a ser
personas, a vivir con naturalidad lo que es propio del ser humano, a anclarse a
la realidad, que incluye el sufrimiento y la muerte. De hecho, pensando en los
precursores de esta tecnología, y en quienes posibilitan que se comercialice,
me nace, sobre todo, una súplica: dejadnos reposar en prados verdes, pero
también atravesar valles angostos; dejadnos bailar y llorar; dejadnos tener la
libertad de dudar cuando aparecen las sombras y confiar, asimismo, en que serán
transitorias. Dejadnos, al fin y al cabo, ser hombres.
Ser hombres. Aquí está el tema. Quien ha discrepado
de teorías meramente evolucionistas para afirmar que nuestros antepasados que
habitaban en las cavernas no eran una especie animal más, además de por su
impulso artístico, han reparado en los ritos funerarios que celebraban, pues
muestran hasta qué punto tenían una naturaleza humana y, por lo tanto,
trascendente. Esta inteligencia artificial nos quita de un nivel y del otro. Ni
siquiera trata de devolver los muertos a la vida terrena, como tantas
mitologías han soñado, sino que niega la muerte. Por eso da tanto miedo. Por
eso resulta absolutamente enajenante.
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