Una pintura rupestre en Sudáfrica confirma la existencia de un monstruo de la antigüedad

Un estudio en PLOS ONE propone que un panel san del siglo XIX podría representar a un dicinodonte con colmillos dirigidos hacia abajo, apoyando la idea de una temprana “paleontología indígena” en la cuenca del Karoo

Hay criaturas que habitan a la vez la memoria y el paisaje. La llamada serpiente cornuda —un ser legendario descrito por los san del sur de África— vuelve hoy a la conversación científica gracias al hallazgo y datación de un panel de arte rupestre entre 1821 y 1835 en Sudáfrica. La pintura, analizada por Julien Benoit (Universidad de Witwatersrand) y publicada en PLOS ONE, muestra un animal alargado con colmillos orientados hacia abajo junto a zonas ricas en fósiles de tetrápodos. Para el autor, el conjunto “sugiere un caso de paleontología indígena”: comunidades que observan, interpretan y representan restos fósiles antes de las primeras referencias académicas formales.

La hipótesis se enmarca en un territorio sembrado de claves geológicas y culturales. Desde mediados del XIX, la cuenca del Karoo ha proporcionado abundantes fósiles de dicinodontes, un grupo de sinápsidos herbívoros del Pérmico-Triásico, cuyas defensas encajan con la morfología de los colmillos plasmados en el panel san. El hecho de que la pintura sea anterior a 1845, fecha de las primeras descripciones científicas de la “serpiente cornuda”, aporta un argumento cronológico que refuerza el vínculo entre registro fósil y tradición visual.

Benoit admite que el encaje no es definitivo. “En este punto es especulativo”, señala, pero subraya tres piezas que, juntas, apuntalan la propuesta: la orientación de los colmillos, que no coincide con fauna africana actual y sí con dicinodontes; la proximidad del panel a yacimientos fosilíferos; y la persistencia de la figura de la serpiente cornuda en el imaginario san, donde muchas veces los animales del “mundo espiritual” se inspiran en realidades pretéritas. El equipo sugiere, además, que el motivo pudo integrarse en ceremonias de lluvia, habituales en la cosmología san, donde se invocaban animales poderosos —incluso extintos— para propiciar las precipitaciones.

La propuesta, con todo, no derriba el muro de la prudencia. Vincular unas pinturas de 200 años con un linaje extinto millones de años atrás exige más pruebas: nuevos paneles con iconografías concordantes, contextos arqueológicos mejor definidos y, sobre todo, estudios comparativos entre arte san y morfologías fósiles locales. Pero abre un camino fértil: el de reconocer cómo comunidades indígenas pudieron articular lecturas propias del pasado profundo, siglos antes de que la ciencia occidental pusiera nombre a esos huesos.

Entre la leyenda y la ciencia, la serpiente cornuda vuelve a deslizarse: quizá no como reptil fantástico, sino como eco cultural de un enorme herbívoro con colmillos caídos que, tras emerger de la roca, acabó pintado en la roca. Si futuras investigaciones confirman el rastro, el panel san no solo será una rareza iconográfica: será testimonio de que la paleontología también tuvo, y tiene, miradas locales.

 

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