Así colapsó la actividad humana el Mar Menor
La resolución de los problemas ambientales requiere de un conocimiento profundo del funcionamiento de la naturaleza, del entorno socioeconómico y del desarrollo de tecnologías para afrontar de forma adecuada los problemas. Esto se alcanza con investigación, reflexión y trabajo.
El Mar Menor es una laguna costera singular. Con sus
136 km2 de superficie y 4,4 m de profundidad media, está entre las mayores
lagunas del Mediterráneo y, como las más de 400 que rodean este océano en
regresión, se caracteriza por ser somera y tener una comunicación restringida
con el mar abierto. Estas propiedades hacen que las lagunas costeras sean
ecosistemas altamente productivos desde el punto de vista biológico, con
productos pesqueros similares en todas ellas, como las doradas, lubinas,
anguilas, magres o los mújoles y sus huevas.
Las especies se reproducen en el mar abierto, pero
colonizan las lagunas como juveniles para crecer en su interior, aprovechando
su elevada producción biológica y la inexistencia de grandes depredadores. Por
ello, en la mayoría de las lagunas de todo el mundo, y particularmente en el
Mediterráneo, se han desarrollado sistemas similares de
pesca (encañizadas,
bordigues, valli di pesca) que permiten la entrada de juveniles, pero impiden
la salida de los adultos en su migración reproductiva.
Asimismo, sostienen también importantes
explotaciones salineras que crean un ambiente hipersalino, que incrementa la
biodiversidad de especies microbianas y de invertebrados, y favorecen
importantes poblaciones de aves acuáticas.
Pero, al contrario que en la gran mayoría de las
lagunas costeras, donde la elevada productividad va asociada a aguas turbias
como consecuencia de la proliferación de algas microscópicas que constituyen el
fitoplancton, el Mar Menor es capaz de mantener aguas transparentes. Esto lo
hace especialmente adecuado para el desarrollo de actividades turísticas, de
talasoterapia, de baño, deportes náuticos y de ocio en general, lo que ha hecho
de esta laguna un motor económico en la Región de Murcia.
Sin embargo, estas mismas características han hecho
de él un ecosistema altamente presionado por las actividades humanas desde hace
más de 4.000 años, cuando los fenicios iniciaron la actividad minera en las
sierras colindantes. La explotación supuso una entrada directa de metales
pesados que se mantuvo hasta la primera mitad de la década de 1950.
Si bien la actividad minera cesó, las presiones humanas
continuaron con el desarrollo urbano y turístico en las décadas de 1970 y 1980.
La construcción de puertos deportivos, el dragado de canales, la invasión de
nuevas especies (algunas como el alga Caulerpa prolifera han incrementado la
materia orgánica y la anoxia en los sedimentos), y la creación de playas
artificiales y espigones, son las muestras más evidentes.
Más que reemplazarse unas a otras, estas actividades
han ido superponiéndose y sumando sus impactos. Finalmente, en la década de
1990, con el cambio en el régimen agrícola de secano a regadío. Se inició así
un proceso de eutrofización, que se produce por la entrada masiva de agua y
nutrientes desde la cuenca de drenaje por vertidos directos de las salmueras
producidas por la desalobración –eliminación de la sal de agua del mar–.
Las lagunas costeras son particularmente sensibles a
la eutrofización. En numerosos casos, ésta termina convirtiéndose en un
fenómeno crónico con crisis distróficas, caracterizadas por presentar
fluctuaciones drásticas en la producción primaria, ya sean estacionales o
diarias, que producen un fuerte desequilibrio en el balance de oxígeno.
El sistema
pasa de estar sobresaturado –durante las fases efímeras de alta producción
autótrofa y acumulación de materia orgánica–, a períodos de anoxia –cuando pasa a fases heterotróficas con un
alto consumo de oxígeno – que pueden llevar a la muerte masiva de organismos
bentónicos y a cambios drásticos en la distribución de las especies.
Los procesos de eutrofización, una vez desencadenados,
son difíciles de frenar y más aún de revertir. De hecho, debido a la liberación
progresiva de nutrientes producida por la remineralización de la materia
orgánica acumulada en el sedimento, el empobrecimiento de las especies y la
simplificación de la red trófica, el estado eutrófico puede prolongarse durante
mucho tiempo. Incluso si se toman medidas drásticas que corten la entrada de
nutrientes desde tierra.
Durante casi 30 años, la complejidad ecológica del
Mar Menor y sus mecanismos homeostáticos le han permitido neutralizar dichas
presiones y mantener la calidad y transparencia de las aguas.
Las primeras evidencias de la lucha que se estaba
manteniendo fueron las proliferaciones de medusas ocurridas durante los meses
de verano. Dicha complejidad ecológica y los mecanismos que la estructuran
favorecieron también una rápida recuperación de la laguna en 2018, tras una
breve reducción en la descarga de agua y nutrientes durante el año anterior.
Esto permitió, más adelante, una nueva recuperación tras las DANAS de 2019
(depresión aislada en niveles altos) y el primer fenómeno de anoxia
catastrófico que ha vivido el Mar Menor desde que existen datos.
Las actuaciones en los canales de comunicación deben
moverse en un equilibrio delicado entre el mantenimiento de los flujos que
garantizan la supervivencia del sistema, pero con las suficientes restricciones
a los mismos que impidan la pérdida de gradientes y la excesiva homogeneización
hidrológica y de las comunidades.
Todos los ecosistemas pueden soportar presiones
hasta un límite. Las medidas que lograron la disminución de la descarga de agua
y nutrientes en el Mar Menor en 2017 eran meramente coyunturales y basadas en
prohibiciones. Son necesarias infraestructuras estables que ayuden a tener
control sobre la gestión del agua, porque dichas descargas volvieron en forma
más difusa, forzadas por un nivel freático desbordado y sobrealimentado por las
sucesivas DANAS.
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