Descubren dos nuevos parientes del espinosaurio en Inglaterra
La isla de Wight tiene el honor de ser la más grande de Inglaterra, lo cual la convierte en la mayor isla de una isla. Más allá del entretenimiento que esta cualidad pueda ofrecernos, hay algo mucho más trascendental escondido bajo su arena: una cápsula del tiempo.
Las cápsulas del
tiempo son recipientes que construimos para guardar objetos y para que, pasado
un tiempo, personas del futuro puedan asomarse a su pasado para entendernos mejor.
Y la naturaleza, cómo no, tiene su propia versión de este juego. Algunos
ecosistemas parecen cápsulas del tiempo, ideales para conservar restos del
pasado y traerlos sanos y salvo hasta el presente. Sustratos que fomentan la
fosilización y sin los cuales no conoceríamos la fauna que dominaba este
planeta hace más de 65 millones de años. Lo que oculta la isla de Wight son
dinosaurios.
Hace más o menos 125 millones de años, a principios
del periodo Cretácico con el que termina la era de los dinosaurios, se
consolidó la llamada formación de Wessex. Estas rocas parecen haber sido
excepcionales “cámaras del tiempo” y, en ellas, han sobrevivido hasta nuestros
tiempos, fósiles de todo tipo de antiquísimos reptiles, como pterosaurios y,
por supuesto, todo tipo de dinosaurios. Esto ha contribuido a que la isla de
Wight reciba el sobrenombre de “la Isla de los dinosaurios”. Los paleontólogos
saben bien lo prolijas en fósiles que son sus costas, pero lo que no esperaban
era hallar, de una tacada, dos fósiles bien conservados de especies diferentes
de espinosáuridos, algo que en Reino Unido solo había ocurrido una vez hace 30
años.
Cuando hablamos de espinosáuridos nos referimos a
dinosaurios carnívoros y bípedos (terópodos) de considerable tamaño. Su dieta,
aunque flexible, parecía centrarse mayormente en el consumo de peces, algo en
lo que resultaban ser bastante hábiles gracias a su alargado morro lleno de
aguzados dientes. Sus coronas dentales, afiladas como agujas, ayudaban a que
las escamas de sus presas fueran menos resbaladizas y no se zafaran fácilmente
de su mordida. Por otro lado, el morro interminable que tan característico
resulta, podía haber sido empleado para que, como si fueran grullas, pudieran
zambullir la cabeza cual lanza a través del agua, ofreciendo y menos
resistencia y sin apenas perturbar la superficie.
Así eran los espinosáuridos y, la cuestión es que,
hasta ahora, en Reino Unido solo se había encontrado un ejemplar. El
descubrimiento tuvo lugar en 1983 cuando la paleontóloga británica Ángela
Millner dio con los restos de un Baryonyx. Junto con el propio espinosaurio, el
suchomimus y el irritator, baryonyx es uno de los espinosáuridos más famosos de
todos los tiempos. Por ese mismo motivo es noticia que se haya encontrado, ya
no una nueva especie, sino dos, triplicando el número de ejemplares hallados en
Reino Unido. Aunque, todo hay que decirlo, no hemos de confundir que sea
extraño encontrar dos nuevas especies de una familia tan atípica con que sea
raro que existieran dos especies de carnívoros emparentados compitiendo por el
mismo territorio. Esto último es relativamente frecuente en el presente y hemos
de suponer que también lo fue en el pasado.
En cuanto a los especímenes, el primero ha recibido
el nombre de “garza del infierno con cara de cocodrilo”, solo que, en latín,
que es más apropiado para el mundo de la taxonomía. Así pues, el propietario de
aquellos huesos ha pasado a ser conocido como “Ceratosuchops inferodios”. Más
allá de su aspecto de espinosáurido canónico, el Ceratosuchops inferodios
muestra sobre sus cejas una ristra de resaltes formados en parte por cuerpos y,
en parte, por protuberancias poco definidas.
La segunda especie recibió un nombre un tanto más
modesto: Riparovenator milnerae. Su traducción vendría a ser algo similar a
“cazador de ribera de Milner”. Y, efectivamente, se trata de la misma Milner
que descubrió al Baryonyx empleando esta nueva especie como reconocimiento
público hacia esta gran paleontóloga fallecida hace poco más de un mes.
Ambos pescadores rondaban los 9 metros de largo y en
ellos hay pistas que hacen sospechar a los expertos que los espinosáuridos
pudieran haber surgido precisamente en Europa para, después, poblar otros
cotninentes como Asia, África e incluso Sudamérica. En total hablamos de 50
huesos reunidos por aficionados y profesionales que ahora custodia el Museo de
la Isla de los Dinosaurios.
Queda mucho por aclarar sobre estas nuevas especies
y, para ello, hará falta que confabulen los hados para encontrar, más pronto
que tarde, restos de nuevos ejemplares bajo las rocas de Reino Unido. Claro
que, mientras tanto, podemos consolar ese sentimiento de vacío con la plenitud
que da ver este descubrimiento no desde la especie, sino desde la familia. Los
espinosáuridos cada vez están más nutridos y los ejemplos se suman para darnos
una vista más precisa de su anatomía, sus costumbres y, sobre todo, de su
historia.
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