Una estación meteorológica bajo la cumbre del Everest

 

A 420 metros de distancia de la cumbre del Everest, en un estrecho balcón de hielo y roca, un instrumento de aluminio de algo más de dos metros sobresale en el paisaje cubierto de nieve. 

Ese artilugio trabaja constantemente, enviando cada pocos segundos la información que recogen sus sensores. Se trata de la estación meteorológica a mayor altura del mundo, una de las cinco que forman parte de un innovador proyecto que permite tener información directa y actualizada sobre el efecto del cambio climático en una de las grandes cimas del planeta, conocida en Nepal como Chomolungma, la “diosa madre de las montañas”.

Entre los meses de abril y mayo de 2019, un equipo de 30 científicos de ocho países, entre los que se encontraban representantes de la Universidad Tribhuvan de Nepal, completó esta expedición liderada por National Geographic y respaldada por Rolex dentro de su iniciativa Perpetual Planet. A lo largo de una de las rutas que conducen a la cima del Everest, este grupo de expertos en distintas áreas fue instalando las cinco estaciones, hasta llegar a las dos más elevadas, situadas en la ladera y el collado sur del Everest. El resultado, para el responsable científico de la expedición Paul Mayewski, abre “una nueva ventana al planeta”. “Comprender lo que está sucediendo entre 5.000 y 8.000 metros de altura es extremadamente importante para tener un mayor conocimiento de cómo será nuestro futuro”.

Cada una de las cinco estaciones proporciona un flujo constante de datos meteorológicos que, combinados con la información recabada a través de muestras de hielo y estudios topográficos, ayuda a los científicos a determinar cómo está afectando el cambio climático a una de las cumbres del planeta. Esos estudios no solo les permiten comprender el impacto del calentamiento global en grandes altitudes, sino también anticiparse a una posible catástrofe: unos 250 millones de personas habitan la región montañosa del Hindú Kush-Himalaya, y su modo de vida depende en gran parte de que se mantenga el equilibrio montaña arriba. Si se cumpliesen los estudios científicos que apuntan a que un tercio de los glaciares de la región podrían desaparecer a finales de este siglo, las consecuencias serían dramáticas para esta parte del mundo.

El reto de conseguir instalar estas estaciones meteorológicas en unas condiciones climatológicas extremas tuvo que hacer frente a un gran número de dificultades técnicas. Una de ellas residía en diseñar un instrumental que fuese capaz de resistir vientos de más de 360 km/h y el desprendimiento de rocas que se producen en las cotas más altas del Everest. Tras meses de pruebas en Nuevo Hampshire, EE UU, Islandia y Nepal, el equipo estaba listo para soportar las bajas temperaturas y las condiciones adversas, pero comenzaba otra dura tarea: su instalación.

La expedición científica tuvo que enfrentarse a las condiciones de la llamada “zona de la muerte”, por encima de los 8.000 metros, en el que las capacidades físicas y mentales se ponen a prueba. “Ninguno de nosotros había hecho antes trabajo de campo a esa altura”, explica Mayewski. “Todo es muy distinto allí arriba”. Avanzando por un estrecho sendero de la cara sudeste, el equipo transportó todo el material necesario para la colocación de las estaciones, así como el instrumental que les permitió tomar distintas muestras del entorno. “Los montañeros normalmente solo piensan en llegar a la cima, hacerse un par de selfis y descender lo antes posible”, explica Peter Atahns, alpinista experto en coronar grandes cimas y encargado de guiar a la expedición. “Esto fue como pararse en la cima e intentar construir un coche”.

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