¿Somos una especie violenta por naturaleza?

 

Los conflictos parecen ser inherentes a la condición humana. Solo tenemos que echar una mirada a nuestro alrededor: en estos momentos –mediados de marzo de 2022–, según la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior, hay al menos once guerras declaradas, sin contar con otros conflictos armados latentes en diversas partes del mundo.

Esto podría hacer pensar que la especie humana es especialmente violenta. ¿Es eso cierto? Porque, al mismo tiempo que se producen auténticas atrocidades, incluidos ataques premeditados contra la población civil, también vemos constantemente muestras de solidaridad y compasión excepcionales. ¿Es compatible?

En los estudios que se realizan sobre el comportamiento humano, el conflicto se define como una lucha o competencia entre individuos o entre grupos de individuos. La competencia sí es inherente a todos los seres vivos: competimos por los recursos, especialmente cuando estos son limitados. Esta competencia puede conllevar la manifestación de comportamientos agresivos y de violencia, aunque esto último, como vamos a ver, no es estrictamente necesario.

Y tal vez sea aquí donde se encuentre el quid de la cuestión. Porque si bien la competencia es inherente a la vida, también lo es la cooperación.

En cuanto a la agresividad, es un rasgo de conducta presente en la mayoría de especies animales, incluidas las personas. Se genera a partir de algunas respuestas emocionales, básicamente las centradas en el miedo y la ira. Que no son sinónimos.

El miedo es la emoción que nos impulsa a huir o a escondernos ante una amenaza, mientras que la ira nos conmina a luchar ante las supuestas amenazas, no como una manifestación de violencia sino como simple mecanismo de autoprotección. Sobre todo cuando percibimos que la huida no es una opción posible o aceptable

Violencia y agresividad no son palabras sinónimas. La violencia se nutre de los comportamientos agresivos, pero va mucho más allá: los mezcla con condicionantes sociales y grupales. En este sentido, una de las fuerzas más poderosas de movilización individual y colectiva es la ideológica.

Las muestras de identidad, como pueden ser las banderas y los himnos nacionales, activan la producción de oxitocina en el cerebro. Es una neurohormona que, entre otras muchas funciones, facilita la socialización. Pero también establece la base del grupalismo.

Es un tema complejo, en el que debemos ser muy cautos. No se trata en ningún caso de buscar “buenos” y “malos”, sino de comprender por qué a veces actuamos como lo hacemos, explicar los comportamientos humanos no para justificarlos sino para contribuir a la prevención de los conflictos o, como mínimo, a la resolución dialogada de los mismos, alejada del uso de la fuerza.

Profundicemos en el grupalismo, en la base de muchos conflictos. Evolutivamente, la especie humana se ha adaptado para la vida en grupos, o tribus, y el cerebro responde a ello de una manera muy peculiar. Ya desde el nacimiento, de forma instintiva, aprende a diferenciar “los propios”, las personas de su mismo grupo, de “los otros”, las personas de otros grupos, e inmediatamente empieza a establecer una regla de doble moral.

Diversos estudios han demostrado que, en adultos, a los pocos días de incorporarse por primera vez un grupo recién formado cuyos miembros no se conocían entre sí con anterioridad, uno empieza a percibir a sus compañeros como más honestos, fiables, inteligentes, trabajadores, simpáticos e incluso guapos que a los miembros de otros grupos. Aunque ni a unos ni a otros los conocía de nada previamente. La mente grupal ha entrado en acción.

A partir de estas diferencias, la manipulación resulta fácil. Es suficiente con incrementar la percepción de deshonestidad o de cualquier otro aspecto negativo de los miembros de otro grupo para que se inicien rivalidades innecesarias, que pueden llevar al conflicto.

Además, cuando esta percepción negativa es suficientemente intensa, se puede incluso llegar a cosificar a las personas del otro grupo. Es decir, a dejar de considerar a las personas de un grupo supuestamente rival como seres humanos, lo que facilita la barbarie a la que muchos conflictos bélicos nos tienen tristemente acostumbrados.

 

 

https://theconversation.com/por-que-hay-guerras-somos-una-especie-violenta-por-naturaleza-178348

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