Las lunas fugitivas podrían poner en peligro a la vida en todo el Universo
Las simulaciones realizadas en el
marco de un nuevo estudio muestran que las colisiones entre lunas y planetas
pueden ser un peligro permanente para una posible vida extraterrestre: fuera del
Sistema Solar, algunos exoplanetas y sus exolunas "inestables"
podrían colisionar dentro de los primeros mil millones de años de su formación,
abortando así el desarrollo de cualquier forma de vida.
La Luna nunca se separará de la
Tierra, aunque se aleja progresivamente
Una nueva investigación publicada
recientemente en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society
explora cómo pueden interactuar las exolunas y los exoplanetas, mostrando que
estas interacciones podrían afectar directamente el potencial para el
desarrollo de la vida en estos sistemas estelares distantes.
De la misma forma que son habituales
y numerosas las lunas alrededor de los planetas que conforman el Sistema Solar,
los científicos creen que las lunas extrasolares o exolunas serían comunes y
abundantes en los sistemas planetarios dominados por otras estrellas que no
sean el Sol. Estas exolunas, que orbitarían de forma natural un exoplaneta o
una enana marrón, aún no han sido detectadas directamente, aunque diferentes
investigaciones han postulado candidatas que se encuentran en revisión.
Para Brad Hansen, astrofísico de
la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y autor del nuevo estudio,
las exolunas podrían tener una influencia decisiva en la suerte de una posible
vida extraterrestre, al comenzar un incipiente desarrollo en los sistemas
planetarios extrasolares o que haya surgido previamente al formarse estos
lejanos sistemas estelares, encontrándose en una etapa primaria de su progreso.
Sabemos que la gravedad gobierna
las interacciones entre un planeta y sus lunas, en forma de mareas y otros
efectos, como por ejemplo podemos observar en la lenta modificación anual de la
órbita de nuestra Luna. Con cada año, nuestro único satélite natural se aleja
alrededor de 2 centímetros y medio de la Tierra, ampliando así su órbita.
De la misma forma, nuestro
planeta gira un poco más lentamente cada año, marcando un equilibrio o
compensación que, a largo plazo, podría romperse y provocar eventualmente la
desvinculación de la Luna de la órbita que la une a la Tierra. Sin embargo,
este proceso tomaría mucho tiempo: antes que la Luna escape completamente de la
influencia de la Tierra, el Sol explotaría y todo lo demás ya no tendría
sentido.
Pero esta situación puede ser muy
diferente en los sistemas extrasolares, sobre todo en aquellos con exoplanetas
que giran mucho más cerca de sus estrellas que la Tierra del Sol. En estos
contextos, la situación indicada previamente podría evolucionar mucho más
rápido, con planetas y sus lunas "inestables" colisionando dentro de
los primeros mil millones de años de su formación, según los cálculos de
Hansen.
De acuerdo a un artículo
publicado en Live Science, las simulaciones realizadas en la nueva
investigación muestran que las exolunas que se alejarían de sus planetas
anfitriones a menudo regresarían a la misma órbita y producirían una enorme
explosión, chocando contra el planeta y creando gigantescas nubes de polvo.
Estas nubes de polvo, iluminadas y calentadas por la luz de la estrella
anfitriona del sistema, durarían solo alrededor de 10.000 años antes de
desvanecerse, un abrir y cerrar de ojos para los tiempos cósmicos.
Ahora, será necesario analizar
estas nubes de polvo para verificar que son originadas por colisiones entre
lunas y exoplanetas, ya que algunos investigadores sugieren que podrían ser el
resultado de choques entre dos planetas. En cualquier caso, se requieren más
observaciones para descubrir el papel real de las exolunas en la evolución de
un exoplaneta, determinando si estas colisiones pueden afectar la vida
extraterrestre.
Si estos eventos extremos sucedieran
como algo habitual en muchos sistemas planetarios extrasolares, no se darían
las condiciones para el desarrollo de la vida a largo plazo: a modo de
comparación, la Tierra y la Luna tienen unos 4.500 millones de años de historia
conjunta, en un sistema estable que ha facilitado el progreso de múltiples
formas de vida.
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