Una ballena de hace 40 millones de años, el animal más pesado que haya habitado la Tierra
Hoy es un desierto de arena, pero hace 39 millones
de años el valle de Ica, en el sureste de Perú, era todo mar. Y en ese mar
nadaba el animal más pesado del planeta. Solo se han encontrado unas vértebras,
costillas y parte del hueso pélvico, pero las primeras pesan más de 100
kilogramos cada una y las segundas miden 1,4 metros. Los autores del hallazgo,
publicado en la revista científica Nature, estiman que el esqueleto completo de
esta ballena debería pesar hasta tres veces más que el de la ballena azul, el
mayor animal de los conocidos hasta ahora. Apoyados en la ratio entre masa ósea
y masa total de otras especies de ballenas, calculan que este cetáceo pudo
pesar hasta 340 toneladas. Las ballenas azules rara vez superan las 150
toneladas. A la nueva criatura la han llamado Perucetus colossus, de Perú y
ballena (cetus, en latín). Colossus no hace falta traducirlo.
El primer hallazgo, el de una vértebra fosilizada,
se produjo en una loma a pocos kilómetros del oasis de Samaca y a 15 kilómetros
de la actual línea de costa. Su autor fue Mario Urbina, del Museo de Historia
Natural de Lima, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Urbina llevaba
años buscando en el tórrido desierto restos de grandes vertebrados marinos. Les
costó excavar el primero, al que siguieron otras 12 vértebras, todas de lo que
sería la parte baja del lomo y la zona lumbar, cuatro costillas y el hueso
coxal derecho, que uniría la pelvis con una extremidad inferior que ya, como
animal marino, no tenía. Por la posición en el estrato, los paleontólogos
estiman que este ejemplar de P. colossus vivió y murió hace entre 39,8 y 37,8
millones de años. Pertenecería a la familia de los basilosáuridos, los primeros
cetáceos exclusivamente marinos, mamíferos que cambiaron la tierra por el mar
hace unos 50 millones de años.
Como recuerda Giovanni Bianucci, de la Universidad
de Pisa (Italia) y uno de los autores del trabajo publicado en Nature, el P.
colossus no es el animal más grande de los descubiertos hasta ahora. “Los más
grandes son la ballena azul (Balaenoptera musculus) entre los vertebrados
marinos y algunos saurópodos extremos (como el Argentinosaurus) entre los
vertebrados terrestres”, recuerda. Pero sí debía ser el más masivo. Partiendo
del tamaño y peso de los huesos encontrados, los científicos estiman que el
esqueleto completo debería pesar entre 5,3 y 7,6 toneladas. Y con este rango y
sabiendo la masa esquelética de otros cetáceos, que ronda entre el 2,2% y el 5%
de su masa total, calculan que este coloso pesaría entre 80 toneladas como
mínimo y 340 toneladas como máximo. El valor medio que obtienen en todas las
comparaciones arroja un peso medio de 170 toneladas, superando así a la ballena
azul, que muy rara vez supera las 150.
La clave para todos estos cálculos está en los
huesos. No se trata solo de que con ellos se pueda estimar el peso, la forma y
el volumen del animal. Es que con solo esas pocas vértebras y costillas se
pueden saber detalles claves de la vida de esta enorme ballena. Y es que, como
dice Bianucci, no son unos huesos habituales: “Ningún cetáceo, vivo o extinto,
tiene huesos tan pesados y voluminosos”. Todos los cetáceos existentes,
incluidas las ballenas más grandes, comparten una característica: las apófisis,
esos trozos de hueso que sobresalen de las vértebras, son relativamente
delgadas. Pero las apófisis vertebrales de la P. colossus son comparativamente
enormes, muy gruesas. En medicina, a esto se le llama paquiostosis, pero no es
una patología, en este caso forma parte del diseño evolutivo del animal.
Por dentro, los huesos de esta ballena también son
muy diferentes. Hans Thewissen, de la Universidad Médica del Nordeste de Ohio
(Estados Unidos), es experto en la morfología de las ballenas. No relacionado
con el nuevo descubrimiento, ha escrito en Nature un artículo analizando el hallazgo,
en el que realiza una comparación que ayuda entender la relevancia de la
osamenta del coloso: “El corte transversal de un hueso de mamífero se parece a
una baguette en cuanto que tiene una corteza dura y sólida (el hueso compacto)
que rodea un interior esponjoso (el hueso trabecular)”. La mencionada
paquiostosis se traduce aquí en que la parte compacta ha crecido a costa de la
trabecular, con la consiguiente densificación del hueso. Las vertebras y
costillas de la P. colossus tienen otra particularidad que en otros animales (y
los humanos) es un problema: osteoesclerosis, donde el aumento de densidad de
los huesos se hace a costa de la médula que llevan en el centro.
El resultado final de este desarrollo óseo
particular es un esqueleto muy pesado. En tierra eso sería un problema y solo
lo tienen animales con hábitos acuáticos, como el hipopótamo. En el mar, solo
hay unas pocas especies de mamíferos con huesos tan grandes y pesados. Se trata
de los sirenios, lejanamente emparentados con los elefantes. Solo quedan cuatro
especies vivas, tres manatíes y el dugongo. Su hábitat y forma de nadar sería,
según los autores del estudio, sería muy similar al de estos animales, llamados
popularmente vacas marinas.
“El esqueleto de P. colossus muestra una adaptación
típica de los animales buceadores de aguas costeras poco profundas, como es el
aumento de la masa ósea”, cuenta el investigador del Museo de Historia Natural
de Stuttgart (Alemania) y autor sénior de la investigación, Eli Amson. “Esto
implica que el esqueleto es más pesado en este animal en comparación con sus
parientes cercanos. Tenemos la combinación de un aumento de la compacidad
(todas las cavidades internas de los huesos se llenan con más tejido óseo) y
cada hueso también engrosa, debido a las capas adicionales de tejido óseo
depositadas en la superficie externa de los huesos. Esto le da a los fósiles
esta apariencia increíblemente hinchada”, añade. Así que a diferencia de las
grandes ballenas actuales que viven en mar abierto, “el peso óseo extra debe
haber afectado a la flotabilidad general del animal (como el cinturón de plomo
de los buceadores), dándole la densidad global adecuada para permanecer en
aguas poco profundas”, termina Amson.
El descubrimiento de esta ballena en el desierto
peruano abre también otra vía de investigación. Aunque desde sus inicios en el
mar hubo cetáceos grandes, especialmente alargados, el gigantismo de animales
como el cachalote o la ballena azul es relativamente reciente (hace unos cinco
millones de años). El nuevo coloso, con sus 20 metros y sus posibles 340
toneladas, supone retrasar en casi 35 millones la aparición del gigantismo en
el mar. En cuanto a su dieta, al no haber encontrado aún la cabeza, el misterio
se mantiene. Los autores sugieren que podría ser un carroñero, atrapando todo
lo que caía al fondo. Consultado por email, Thewissen coincide: “Dado que debe
haber pasado mucho tiempo en el fondo del océano, su comida probablemente se
encontraba allí. Tal vez animales enterrados, camarones y peces. Las ballenas
grises excavan en el fondo del océano en busca de alimento”.
Los paleontólogos peruanos han abierto una campaña
de financiación para que Mario Urbina, quien encontró la primera vértebra de la
P. colossus, termine de rastrear en el desierto lo que falta de esta y otras
ballenas, para poder alojar como se merece al animal más pesado del mundo.
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