Piratas oceánicos capturan cada año 80 millones de tiburones
La piratería está acabando con los tiburones. Las
estrictas normativas, la vigilancia y la creciente concienciación no están
siendo suficiente para salvar a estos animales de una cada vez más probable
desaparición. La realidad es que, tras años protegiendo a estas especies en
muchos países del mundo, sus poblaciones en el planeta siguen descendiendo. La
caza indiscriminada y sin control que se ejerce de manera alegal en aguas de
países en desarrollo está detrás de una merma que no parece tener fin y que los
investigadores advierten que puede llevarlos irremediablemente a la extinción.
Así lo pone de relieve un reciente artículo
publicado en la revista Science que advierte de que las poblaciones de
tiburones están cayendo en picado y que una de cada tres especies de estos
animales están amenazadas. Y es que, pese a la concienciación creciente y a que
potencias como Estados Unidos y la Unión Europea estén haciendo esfuerzos por proteger
a estos animales, aún hay millones de personas en el mundo que los consumen
–especialmente en países asiáticos– y miles de empresas se lucran de su carne.
En la actualidad, una de cada tres especies de
tiburón está amenazada
Así, en 2019 el número de tiburones capturados
ascendió a 80 millones, un 5% más que en 2012, cuando la cifra era de 76
millones de tiburones muertos al año. Al menos 25 millones de ejemplares
correspondían a especies amenazadas.
Los investigadores estuvieron tres años recopilando
datos sobre las regulaciones pesqueras y la mortalidad de tiburones y se
sorprendieron al comprobar "lo extendido que está el comercio de carne,
aceite y cartílago de tiburón. “Los tiburones están incluidos en muchos productos
sin que los consumidores se den cuenta", asegura el autor principal del
artículo, Boris Worm del Departamento de Biología de la Universidad de
Dalhousie (Canadá).
No obstante,
los patrones de mortalidad demuestran que es un problema que no se produce
igual en todo el mundo. “La mortalidad depende de la zona del océano en la que
se encuentre el animal”, explica Pedro Pascual, investigador del Instituto
Español de Oceanografía (IEO-CSIC). Según el estudio, la mortalidad ha
aumentado un 4% en aguas costeras, pero ha disminuido un 7% en las pesquerías
pelágicas –en alta mar–, especialmente en el Pacífico y en el Atlántico norte.
Estos datos coinciden con las diferentes formas de
gestión de este recurso pesquero en todo el mundo. Por un lado, se encuentran
aquellos lugares donde la regulación es ínfima, si no inexistente, y donde los
organismos de vigilancia internacional son incapaces de llegar, como algunas
regiones del continente africano (como Mauritania o Ghana) y de Sudamérica
(tales como México) o Filipinas. “A estos lugares llegan flotas que se saltan
la poca legislación existente y se aprovechan de la corrupción imperante en
estos países”, revela Pascual.
Aunque la UE ha adoptado normas que prohíben la
captura de algunas especies, las grandes flotas asiáticas acorralan a los
tiburones en países sin regulación
A la presión que ejerce la pesca se añade el
asentamiento, en algunos puntos del continente africano, de fábricas de harina
de pescado. Países como Mauritania o Marruecos han comprobado que se trata de
un negocio lucrativo que no requiere demasiada inversión y que puede utilizar
el pescado que no se aprovecha. En menos de cinco años se ha pasado de 23 a 30
fábricas. “Esto también ejerce una presión excesiva en las poblaciones de
tiburones”, insiste el investigador. Y es que son los mismos arrastreros
coreanos los que nutren estas fábricas que elaboran piensos de pescado.
Hoy en día, el 70% de los países del mundo han
implementado distintas legislaciones para proteger los tiburones. Pero algunas
de estas reglas, que surgieron por primera vez en la década de 1990, han sido
un arma de doble filo, al generar consecuencias contraproducentes que están
matando a más tiburones todavía.
En concreto,
ha surgido un tipo de piratería entre las flotas asiáticas, que suelen ganarse
el beneplácito de las autoridades pesqueras de algunos países a cambio de
suculentas cantidades de dinero. “Estos pesqueros han inundado las costas de
estos países, solo pagan la licencia y pescan y operan con libertad e
impunidad”, explica el investigador. A esto se une que estos países carecen de
recursos suficientes para controlar estas actividades.
En Europa, la situación es muy diferente. Desde 2009
tanto la flota española como la portuguesa (de los mayores importadores y
exportadores de tiburón en Europa) cumplen una Orden del 28 de septiembre de
ese año que protege al tiburón martillo y al tiburón zorro, prohibiendo en
ambos casos su caza, y que regula los límites de captura en otras especies.
“Antes de 2009 se cogían entre 15 y hasta 50
toneladas de distintas especies, ahora mismo el balance se encuentra en cero
kilogramos”, revela el investigador. Estas restricciones, además, son vigiladas
por “observadores a bordo” que, en ambas flotas, controlan que todas las
especies protegidas sean devueltas al mar sin daños.
Esta limitación ha “repercutido favorablemente” en
estas especies, que empiezan a recuperar las densidades poblacionales de
antaño. “En Canarias, por ejemplo, ya estamos viendo tiburones martillo cerca
de la costa, algo que hace 40 años era impensable”, revela el oceanógrafo.
La de 2009 no es la única normativa vigente. Y es
que, durante un tiempo, para tratar de seguir alimentando el mercado asiático,
los pescadores se centraban en cortar únicamente las aletas del animal (que es
una de las piezas más consumidas) y devolver el cuerpo al mar, lo que provocaba
una larga y dolorosa agonía al tiburón.
Las consecuencias de esta práctica, denominada
aleteo o finning, eran atroces para los animales. Y es que cuando el tiburón
volvía al mar, aún vivo, su vida se convertía en un infierno. Incapaz de
mantener el equilibrio y nadar, caía al fondo mientras se desangraba y ahogaba,
ya que los tiburones inmóviles están condenados a la asfixia.
Las denuncias de muchas ONG y colectivos
animalistas, y vista la crueldad que suponía esta práctica, generaron que en
2012 el Parlamento Europeo aprobara por una abrumadora mayoría prohibirla. No
era la primera vez que se regulaba, pero la norma previa, que databa de 2003,
aún permitía hacerlo en determinadas circunstancias. La nueva norma supuso, por
tanto, un antes y un después para la recuperación de estas especies, al menos
en el Atlántico.
Estos datos demuestran, a juicio del investigador,
que, “si no hubiera tanta pesca ilegal, de arrastre y de palangre
descontrolada, se podría recuperar esta especie”. De hecho, el estudio
publicado en Science incide en que la implementación de santuarios para
tiburones y áreas protegidas de prohibición de captura pueden mantener a raya
la mortalidad de los escualos.
Y es que uno de los problemas que lastra la
recuperación de este animal es su poca capacidad de reproducción. No en vano,
muchas especies de tiburones se reproducen apenas una o dos veces al año y la
especie con mayor fecundidad apenas gesta 30 embriones. A esto se añade que son
especies que tardan “10 años en llegar a la madurez”, como explica el
investigador.
Por esta razón, aunque la pesca de tiburones jóvenes
es un daño grave para las poblaciones, cazar a un espécimen que ha llegado a la
madurez es aún más perjudicial. Hoy en día se cazan más tiburones juveniles o
pequeños, pero ello es debido a la menor demanda del comercio de aletas y a que
años de capturas descontroladas ya han acabado con gran parte de los ejemplares
grandes.
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