Presos italianos fabrican violines con la madera de los barcos que naufragan en el Mediterráneo
Violines fabricados con la madera de barcos de
migrantes llegados a la isla italiana de Lampedusa resuenan en el teatro de La
Scala de Milán, en un homenaje para dar voz a quienes murieron ahogados en el
Mediterráneo huyendo de la guerra o el hambre. Confeccionadas por detenidos con
madera recuperada de sus embarcaciones precarias, estos coloridos “violines del
mar” perpetúan la memoria de los desaparecidos que no consiguieron llegar a
este islote italiano frente a las costas africanas.
Rico en emociones, el concierto de la Orquestra del
Mar incluyó obras de Johann Sebastian Bach y Antonio Vivaldi y recibió un largo
aplauso de los espectadores. En un hecho inédito, dos presos de la cárcel de
alta seguridad cercana a Milán, los maestros artesanos de estos “violines del
mar”, siguieron el concierto desde el “palco reale” generalmente reservado para
dignatarios.
“Ser invitado a La Scala para algo que hemos creado
es mágico”, decía uno de ellos, Claudio, impecable con un traje negro y una camisa
blanca. Condenado a cadena perpetua por doble homicidio, este hombre de 42 años
es uno de los cuatro aprendices de lutier de la cárcel.
Con sus manos, la madera fisurada y empapada de
combustible de los buques usados por los migrantes se transforma en violines,
violas y violoncelos a los que la Orquesta del Mar les da una nueva vida.
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“Damos voz a
todo aquello que habitualmente es desechado: la madera despedazada de los
barcos, los migrantes que huyen de la guerra y la miseria y son tratados como
desechos y los presos a quienes no damos una segunda oportunidad”, explica
Arnoldo Mosca Mondadori, instigador del proyecto. Como presidente de la
fundación Casa del Espíritu y de las Artes aspira a que los “violines del mar”
resuenen en otros teatros de Europa “para tocar el alma de la gente ante el
drama de la pobreza”.
El Mediterráneo Central es la ruta migratoria más mortífera
del mundo: en 2023 se registraron 2.498 muertes o desapariciones, un 75% más
que el año anterior. En un cercado de la prisión de Opera, las barcas
destartaladas se amontonan sobre la maleza, en medio de un revoltijo de
tablones de madera.
A bordo de ellas iban recién nacidos como atestiguan
un zapato de bebé blanco y rosa, un biberón, pañales o una diminuta camiseta
verde recuperados de sus bodegas. Prendas de ropa petrificadas por la sal,
botellas de agua vacías, bidones llenos de arena y cámaras de aire usados como
chalecos salvavidas, abandonados antes del desembarco, evocan imágenes de
migrantes hacinados en embarcaciones precarias azotadas por el mar.
“Sentimos el mar aquí, su olor es muy fuerte y te
transporta muy lejos. Incluso en los instrumentos está todavía presente, pero
es más ligera”, explica Andrea, preso de 49 años, ocupado en desguazar los
buques y elegir las maderas que pueden usarse para la confección de violines.
Con cara redonda y ojos risueños, Andrea también
cumple una condena de por vida por doble homicidio. Para él, la profesión de
lutier descubierta en la cárcel es una “redención”. “En prisión, el tiempo no
pasa. Pero aquí te sientes vivo y útil”, asegura.
En el taller, una pequeña sala sombría con barrotes
en las ventanas, Nicolae, un rumano de 41 años encarcelado desde 2013, corta un
trozo de madera con la sierra y toma medidas antes de tallar minuciosamente la
caja de resonancia. “Al construir violines, me siento como otro Nico, me siento
renacer”, dice este hombre barbudo.
Gubias, navajas, cinceles, sierras y cepillos están
alineados en un tablero de herramientas fijado a una pared decorada con una
cruz. Potencialmente pueden ser usadas como armas en el centro penitenciario,
por lo que los guardias de seguridad hacen inventario después de cada jornada.
De pie frente al taller, el maestro luthier Enrico
Allorto explica que ha recurrido a un método ancestral del siglo XVI que
permite “curvar la madera en vez de vaciarla” y así mantener el barniz de los
barcos. No son Stradivarius, reconoce. “Tienen un timbre más apagado, pero
tienen su encanto y reproducen toda la gama de sonidos”, explica.
Además, “generan emociones en los músicos que, a su
vez, las transmiten al público”.
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