Los perros neolíticos: una simbiosis milenaria y única

La cultura neolítica, que se desarrolló entre el 10.000 y el 3.000 antes de nuestra era, supuso una total transformación en la historia humana. Durante este periodo, las sociedades pasaron de un estilo de vida nómada, basado en la caza y la recolección, a un estilo sedentario centrado en la agricultura y la ganadería. Este cambio no solo permitió un aumento en la producción de alimentos, sino que también fomentó el crecimiento poblacional y el establecimiento de asentamientos permanentes.

En el contexto de Atapuerca, específicamente en el yacimiento de El Portalón, los fósiles humanos están datados entre 3.500 y 5.500 años. Esta población procedía de la expansión neolítica de grupos preindoeuropeos que se mezclaron con las poblaciones locales de cazadores-recolectores. Y es aquí donde la relación entre los primeros agricultores de Castilla y León y sus perros puede ayudarnos a entender el papel que estos animales tuvieron en la vida cotidiana de nuestros antepasados.

Según el codirector de las excavaciones de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga, la domesticación de animales como los caballos y los perros ha moldeado significativamente las sociedades humanas. En el caso de los perros, su integración en las comunidades humanas ha sido tan profunda que hoy en día se consideran parte de la familia.

Un reciente estudio liderado por la investigadora predoctoral Raquel Blázquez-Orta y publicado en el Journal of Archaeological Science, ha revelado que, a pesar de la domesticación, los perros de estos antiguos agricultores mantenían características morfológicas propias de los lobos.

El estudio se centró en el análisis de nueve hemimandíbulas de perros, cuatro de ellas completas y cinco fragmentarias, procedentes de dos yacimientos arqueológicos del Holoceno: Barrio del Castillo, en Torrejón de Ardoz, Madrid (meseta sur, Calcolítico) y de El Portalón de Cueva Mayor, en Sierra de Atapuerca, Burgos, (meseta norte, Edad del Bronce).

Utilizando técnicas de morfometría geométrica en tres dimensiones y comparando estos ejemplares con lobos, perros y zorros modernos, el equipo de investigadores pudo determinar que estos perros eran de tamaño pequeño o mediano y desempeñaban roles en actividades de pastoreo, caza y vigilancia de los rebaños. Estos hallazgos demuestran una continuidad en las características morfológicas de los perros a lo largo de milenios, a pesar de los procesos de domesticación.

La domesticación de los antepasados de los lobos actuales en perros es un proceso que ha marcado un antes y un después en la historia de la humanidad, y aunque a estas alturas no se cuestiona el ancestro salvaje de los perros domésticos, el debate sobre el momento y la región del origen de la domesticación del lobo sigue abierto. Los restos más antiguos de perros claramente domesticados se encuentran en Europa, Oriente Próximo y Extremo Oriente.

El origen de los perros se encuentra en dos poblaciones de lobos diferentes: una mayoritaria de Oriente y otra de Occidente

En el caso de la península ibérica, los perros ya estaban presentes durante el Paleolítico superior, como lo demuestra el hallazgo de un húmero de cánido en la cueva de Erralla en el País Vasco, datado en el periodo Magdaleniense hace aproximadamente 17.000 años. Los análisis realizados sobre los fósiles de estos perros paleolíticos hallados en yacimientos de Europa occidental han revelado que casi todos comparten el mismo haplotipo mitocondrial.

Dato que se complementa con el nuevo estudio, donde se recoge la poca diversidad genética de los perros del interior de la península ibérica durante el Calcolítico y la Edad del Bronce, en comparación con los yacimientos costeros. Los expertos atribuyen esta diferencia a la mayor actividad comercial en las zonas costeras, que podría haber facilitado el intercambio y el mestizaje de diferentes tipos de perros.

El siguiente paso de la investigadora Raquel Blázquez-Orta, financiada por la Fundación Atapuerca, será conocer mejor al lobo que competía por los recursos con Homo antecessor en la Sierra de Atapuerca hace 760.000 años.

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