Arqueólogos internacionales desvelan el enigma de los gigantes bíblicos
Una nueva investigación relaciona las leyendas sobre Rephaim, Anakim y Nephilim con restos arqueológicos y fósiles del Levante
El enigma de los
“gigantes” bíblicos, conocidos como Rephaim,
Anakim y Nephilim, ha alimentado los debates eruditos durante más
de un siglo. El arqueólogo y paleontólogo Philip J. Senter ha sometido
por primera vez esas leyendas a un análisis basado en las pruebas materiales y
empíricas, comparando la distribución geográfica de estos supuestos gigantes
con los restos materiales del Levante meridional. Su artículo “Iron
Age Interpretations of Fossils and Bronze Age Artifacts: A Hypothesis-testing
Approach to the Geography of Biblical Giants” propone rastrear las fosas
fósiles, los dólmenes megalíticos y las murallas de piedras ciclópeas
como posible origen de la idea estas razas humanas descomunales.
La cuestión de
los gigantes en la Biblia
El marco
histórico-geográfico del problema
Los pasajes bíblicos posicionan a los gigantes en regiones muy concretas del
Levante. Así, estas figuras habrían habitado Bashán, Amón, Moab, Hebrón
y las colinas de Israel y Judá. Otras zonas, como Egipto, el litoral
cananeo o Edom, sin embargo, carecen de tales relatos.
Para datar la génesis
de esas tradiciones, Senter distingue dos horizontes temporales. Por un lado,
la Edad del bronce (c. 3600-1200 a.C.) sería el escenario narrativo que
los autores hebreos recrean. Por otro, la Edad del hierro II (a partir de c.
900 a.C.) correspondería con la época en la que esos textos se redactan y
en la que, además, los restos monumentales y fósiles ya habrían sido visibles.
Metodología
del estudio
La investigación mapea
tres tipos de “marcadores de gigante” —los dólmenes, las murallas
ciclópeas y los fósiles de grandes mamíferos—, y los superpone a las
demarcaciones bíblicas. Empleando los datos proporcionados por la base de datos
Paleobiology Database y el inventario arqueológico levantino,
Senter ha elaborado una serie de gráficos que revelan tanto coincidencias como
ausencias significativas.
Dólmenes: la
clave transjordana
En las regiones de Bashán,
Amón y Moab se conservan extensos campos de dólmenes del Bronce temprano,
estructuras construidas a partir de losas de varias toneladas que desafían la
capacidad humana preindustrial. En Bashán, los túmulos y cámaras pétreas se
cuentan por miles; algo similar ocurre al este del Jordán, entre los valles del
Yarmuk y del Arnon.
La tradición local
situaba allí a los Rephaim —“los altos”— y a Og, rey de Bashán y
“último superviviente” de esa estirpe. Senter concluye que la hipótesis
dolménica explicaría de manera satisfactoria la pervivencia de la leyenda de
los gigantes en Transjordania, puesto que esos megalitos eran vestigios
presentes en el contexto geográfico y cultural de los escribas del Hierro II.
Murallas
ciclópeas: la respuesta cananea
En el flanco
occidental, las colinas de Judá, Israel y Manasés albergan ciudades
amuralladas con sillares de varias toneladas. Erigidas entre los siglos XX y
XVI a.C., según la hipótesis de Senter su escala debió provocar asombro
entre los visitantes del primer milenio. Hebrón, Betel, Beth-Zur, Siquem,
Jericó y Jerusalén presentan lienzos donde los bloques sin desbastar
alcanzan hasta dos metros de altura.
El estudio vincula
esos muros con la leyenda de los Anakim. Senter propone que los “hijos
de Anac” fueron, en realidad, los edificadores míticos de fortificaciones
cuyo tamaño dejó huella en los redactores bíblicos.
La proximidad entre el
valle de Rephaim y la muralla ciclópea de Jerusalén refuerza la
hipótesis arquitectónica. El topónimo "Rephaim", traducible por
"gigante", habría reforzado la impresión de que los constructores de
estas murallas fueron seres de proporciones extraordinarias. De este modo, la
geografía mítica se habría alineado con los hitos visibles del paisaje urbano.
Fósiles de
grandes mamíferos: el caso de Judá
Aunque los restos
óseos humanos procedentes del Levante muestran, como es de esperar, estaturas y
proporciones normales, la colina de Judá ofrece sedimentos
pleistocénicos con restos de elefantes, rinocerontes y uros cuya
enormidad pudo alimentar la imaginación popular. En Bet-Lehem y Yeroham,
por ejemplo, se han hallado defensas y diáfisis cuyo diámetro triplica al de un
fémur humano. Senter sugiere así que, en Judá, las murallas y los fósiles
actuaron en tándem para cimentar la figura del gigante en el imaginario
popular.
Filistea y la
necesidad literaria
Gaza, Gat y Asdod carecen tanto de dólmenes como de murallas ciclópeas de la Edad del
bronce. Tampoco presentan yacimientos paleontológicos relevantes y, sin
embargo, la Biblia sitúa allí a los últimos descendientes de los Anakim.
Senter plantea que
este caso obedece a exigencias narrativas: la creación de unos
antagonistas colosales contra los que el joven David bíblico pudiera
definirse como héroe fundacional. En Gat, por ejemplo, se han excavado
muros de gran tamaño, pero datados en la Edad del hierro I, posterior a
los relatos de Josué. Según el estudio, por tanto, no serían el origen, sino el
efecto, de la misma tradición.
Implicaciones
historiográficas
La coexistencia de
tradiciones contradictorias —la presentación de Og como el “último” de
los Rephaim frente a los gigantes filisteos de época davídica, por ejemplo—
revela que los compiladores bíblicos privilegiaron la función teológica
sobre la coherencia cronológica. Según afirma Senter, para los autores de
los textos bíblicos, los gigantes simbolizaban obstáculos al nuevo orden:
el diluvio de Noé, la conquista de Josué o la monarquía unida
de David. La arqueología demuestra que tales obstáculos se materializaron
en la literatura a través de las ruinas y los fósiles que poblaban el paisaje
cotidiano.
El estudio de Senter
demuestra que la “arqueología del asombro”, basada en los dólmenes
transjordanos, las murallas ciclópeas cananeas y los fósiles
pleistocénicos, podría explicar con notable precisión la cartografía
bíblica de los gigantes. El autor concluye que cada territorio se valió de
un estímulo arqueológico distinto para construir la creencia en los gigantes: megalitos
al este del Jordán, arquitectura monumental en las colinas occidentales
y restos paleontológicos en Judá.
El caso de Filistea,
por el contrario, prueba que la literatura también puede modelar la
tradición cuando la realidad física no ofrece el soporte deseado. En
conjunto, la investigación no niega la riqueza simbólica de los relatos, pero
sí subraya que su origen se radica más en la fascinación ante los vestigios
prehistóricos que en la memoria histórica de razas humanas gigantescas.
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