Registros de arte rupestre en Puebla revelan una cosmovisión extendida por un gran territorio en América
En el norte de México es común que cuevas y abrigos rocosos contengan manifestaciones rupestres alusivas al peyote, una especie vegetal clave en la cosmogonía de los pueblos indígenas de esa región, los cuales a lo largo de generaciones la han empleado como un medio para contactar con lo divino.
No obstante, el hallazgo de grafismos referentes a esta planta
en la sierra nororiental de Puebla, por expertos del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH), replantea y expande las nociones de los
investigadores.
Así lo informó el coordinador de la Sección de
Arqueología del Centro INAH Puebla, Francisco Mendiola Galván quien, junto con
los arqueólogos Sergio Suárez Cruz y Manuel Melgarejo Pérez, participó en el
reciente registro de cuatro sitios ubicados en el municipio de Hueytamalco.
En atención a una denuncia ciudadana, se acudió a un
primer sitio con arquitectura monumental, en el cual se reconocieron tres
estructuras principales que superficialmente asemejan montículos o teteles
–como se les designa en náhuatl– que, de acuerdo con las prospecciones
visuales, estarían relacionadas con el periodo Posclásico Tardío (1200-1521
d.C.).
Para los expertos ha resultado también importante el
registro de múltiples manifestaciones rupestres en tres puntos más, de diversas
temporalidades, ubicados en Hueytamalco, los cuales han denominado: Cueva de
Belén, el Aguilar y Montecelli.
Si bien no se ha concluido la sistematización del
registro fotográfico hecho en los tres contextos, así como de los
levantamientos con el software de procesamiento de imágenes DStretch, el sitio
de Montecelli es uno de los más llamativos por la presencia de grafismos
asociados al peyote, a una bolsa medicinal y al dios Tláloc.
“Aunque en el sur de Puebla hay representaciones de
peyote en el arte rupestre, esta es la primera ocasión en que encontramos
reunidas alusiones de Tláloc, del peyote y de la bolsa medicinal”, destacó el
arqueólogo al puntualizar que este último elemento es importante para los
chamanes y curanderos, en la medida que les permite dosificar el consumo ritual
del cactus y, por lo mismo, se convierte en un instrumento de protección.
Francisco Mendiola, con experiencia en el estudio
del arte rupestre cora, huichol, rarámuri, tepehuano y de otros pueblos
actuales y pretéritos del norte de México y del sur de Estados Unidos, subrayó
que el consumo de la citada planta no se hace en un sentido místico ni
esotérico sino en uno profundamente espiritual, ya que facilita un estado de
conciencia alta que permite a los chamanes establecer un vínculo directo con lo
sagrado.
“Estos espacios contienen una carga simbólica y
sagrada que permanece a través del tiempo, por eso es importante acercase a
ellos con una conciencia de respeto y de permiso, porque realmente no nos
pertenecen, están imbuidos de una alta ritualidad”.
A reserva de la conclusión de los análisis, una
hipótesis de los arqueólogos refiere que dado que la zona de Hueytamalco es
mesoamericana, y que el peyote es una planta que solo crece en la región
conocida como Aridoamérica, es que llegó a Puebla por medio del contacto
comercial y el intercambio cultural.
Así, además de una clara vocación hacia lo
espiritual y, quizá, también útil para el propiciamiento de los ciclos
agrícolas, a partir de las representaciones de Tláloc, los abrigos rocosos del
sitio Montecelli estarían comprobando una cosmovisión compartida entre los
grupos de Mesoamérica y del norte de México.
“No podemos desligar todo el desarrollo
civilizatorio y cultural de los indios pueblo del norte respecto de los grupos
mesoamericanos, ya que ceñirnos a estos últimos es un gran error, pues así como
Mesoamérica exportó prácticas culturales, también debió incorporar manifestaciones
de otras regiones, lo que habla de la existencia ya no de núcleos culturales
duros y cerrados, sino de sistemas abiertos y dinámicos”, concluyó el
investigador.
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