El Gran Colisionador de Hadrones puede revelar más partículas, pero no el secreto de la vida

 

El pasado 5 de julio, después de más de tres años de trabajos de actualización y mantenimiento, «los detectores del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) encendieron todos los subsistemas y empezaron a registrar colisiones de alta energía, a la energía sin precedentes de 13.6 billones de electronvoltios», informó el sitio web del CERN. Sólo un día después, Reuters declaraba jovialmente que «Los científicos que trabajan en el LHC descubrieron tres partículas subatómicas nunca vistas». Hace unos años, cuando el LHC observó por primera vez la partícula del Bosón de Higgs, fue aclamado como el descubrimiento de la partícula de «Dios», el vínculo entre energía y masa.

Pero la partícula del Bosón de Higgs no respondió nuestras preguntas y tampoco lo harán estas tres nuevas partículas. Los juguetes caros no responderán nuestras preguntas más fundamentales. Si queremos descubrir los secretos de la creación, tenemos que utilizar un método completamente diferente al de hacer chocar partículas a velocidades fantásticas. Puede que nos ayude a descubrir nuevas partículas, pero no la fuerza que las creó.

La fuerza que crea las partículas y todo en la naturaleza se encuentra en la propia naturaleza. Para descubrirla, necesitamos emplear un principio llamado «equivalencia de forma». Es decir, sólo puedes detectar algo, si tienes ese mismo algo dentro de ti. Puede ser una fuerza, una propiedad o una cualidad, pero si no está en ti, no detectarás su existencia.

Así funcionan nuestros sentidos. La longitud de nuestro canal auditivo, por ejemplo, determina las frecuencias que oímos. Los bebés son más sensibles a los sonidos agudos que los adultos, porque sus canales auditivos son más cortos y detectan longitudes de onda más cortas o frecuencias más altas. Dicho de otro modo, sólo oímos frecuencias que tienen una longitud igual a la de nuestro canal auditivo. Los otros sentidos actúan de forma diferente, pero siguiendo el mismo principio de crear similitud entre los fenómenos exteriores y sus detectores en el cuerpo.

En consecuencia, si queremos descubrir los secretos de la creación, debemos tener «órganos sensoriales» en nuestro interior para detectarlos. Puede parecer complicado, pero entenderlo es muy sencillo. El secreto de la creación es el equilibrio entre los dos extremos de la realidad. Podemos llamarlos positivo y negativo, atracción y rechazo, frío y calor, vida y muerte, invierno y verano, amor y odio, dar y recibir o cualquier otro nombre que describa dos opuestos.

Mantener la vida requiere equilibrio entre dos fuerzas. Sin equilibrio, una de las fuerzas se impone y lo destruye todo. Por ejemplo, la luna se mantiene a una distancia fija de la Tierra porque hay equilibrio entre las fuerzas que la empujan desde la Tierra y la fuerza de gravedad que la atrae. Si ese equilibrio se rompe, la luna se desviará al espacio o se estrellará contra la Tierra.

En la actualidad, no podemos entender la vida tal y como es, porque nos regimos por una sola fuerza: la de recepción. Apenas nos apoyamos y lo poco que lo hacemos, es impotente frente a las fuerzas narcisistas que dominan la humanidad.

Es evidente que la humanidad va hacia la destrucción o hacia una gran calamidad. Menos evidente es que nos comportamos así, por el desequilibrio que hay en nosotros entre lo positivo y lo negativo. Si pudiéramos nivelarlo, no sólo restableceríamos el equilibrio en el sistema planetario, descubriríamos mucho más de lo que podemos ver hoy, mucho más de lo que puede descubrir el LHC, pues nuestra percepción de la realidad cambiaría.

En la actualidad, percibimos que el mundo es estimulado sólo por impulsos egoístas. Pero no es así. Lo estimulan ambos, impulsos egoístas y altruistas o no existiría, como en el ejemplo de la Luna y la Tierra. Aunque los minerales, plantas y animales y también nosotros, lo queremos todo, la naturaleza restringe la intensidad de los impulsos a un nivel que no rompa el equilibrio. En otras palabras, los animales mantienen equilibrio entre lo positivo y lo negativo, gracias a la restricción a la que los lleva la naturaleza.

Los humanos son los únicos cuyo ego es ilimitado. Por eso, somos los únicos que perturbamos el equilibrio de la Tierra. Y peor aún, como no tenemos la fuerza genuina de dar, no podemos detectar que existe fuera de nosotros; no tenemos equivalencia de forma con esa cualidad en la naturaleza. En consecuencia, estamos destruyendo nuestro hábitat y no entendemos el mundo en el que vivimos.

Ni el telescopio más potente ni el microscopio más poderoso, detectarán lo que requiere propiedades diferentes para ser detectado. Para entender la realidad, no necesitamos máquinas más potentes que hagan chocar las partículas. De hecho, no necesitamos aplastar nada. Por el contrario, necesitamos cultivar en nosotros, la cualidad opuesta a la de aplastar, la cualidad de construir, de ser positivos en lugar de negativos. O sea, no necesitamos juguetes gigantescos como el Gran Colisionador de Hadrones, pues descubriremos lo que realmente hace funcionar a nuestro mundo.

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