Un convento escondía una huella de dinosaurio
En apenas 30 centímetros de largo por unos 20
centímetros de ancho se puede dejar grabada una historia de entre 130 y 140
millones de años. Es lo que ha ocurrido con el descubrimiento de una huella de
dinosaurio, una icnita, que quedó impresa en una de las losas que sirvieron
para levantar en el siglo XV el convento franciscano de Santa Catalina del
Monte, a poco más de cinco kilómetros de la localidad de Cariñena. Hasta hace
poco más de dos años, muchas partes del complejo eran difícilmente
distinguibles del propio cerro, pero un taller de empleo ha servido para cambiar
su suerte.
Fue durante las arduas labores de consolidación de
las ruinas cuando el equipo del arqueólogo Eduardo Díez de Pinos, entre los que
se contaban 12 alumnos del programa formativo, dio con los restos de la pisada
de manera fortuita. "Salvo la iglesia y algún muro no se veía nada al
haber colapsado casi todas las estructuras. En nuestro trabajo de consolidación
tenemos que utilizar los mismos materiales, por lo que íbamos separando piedra
y ladrillo para luego poder emplearlo", contextualiza el responsable de la
intervención.
"Limpiando el muro que separaría el patio de la
parte conventual de la colegial salió esta losa de caliza, que no tengo muy
claro si era parte del muro o del enlosado. Al separar la piedra, la voltearon
y un chico dijo que parecía que tenía dibujo. Me quedé mirando y le dije que
eso no era un dibujo, sino una icnita", recuerda con humor Díez de Pinos,
que reconoce haber quedado asombrado con el hallazgo. "Es algo muy poco
común", asume.
E
n ella se podían apreciar tres dedos y Díez de
Pinos, sabiendo de la proximidad de yacimientos en las proximidades de la
cercana Villanueva de Huerva decidió consultar a los especialistas del Museo de
Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza.
"De los tres dedos, hay uno más grande y
afilado, el que queda a la derecha es más pequeño y el de la izquierda queda
como roto", describe José Ignacio Canudo, director del centro. La
morfología que quedó impresa se corresponde con un dinosaurio carnívoro, un
terópodo.
"Tendría un tamaño relativamente grande, de
entre 6 y 8 m de longitud, con una cabeza de más de medio metro y unos brazos
más proporcionados que un tiranosaurio rex", detalla. Sobre su origen, se
muestra confiado "al 99%" de que esa piedra proviene de la zona del
Huerva. En el Mesozoico, según explica, la zona era un entramado de ríos que
bajaban hacia el Ebro, que por entonces se podría entender como un mar.
Canudo sostiene que el entorno contaría con amplias
superficies arboladas, con ejemplares similares a las secuoyas, un hábitat
perfecto para los grandes herbívoros. "Si hay carnívoros de esas
dimensiones, tenía que haber presas para alimentarlos. Y en ese trabajo
estamos, en poder encontrar más pistas sobre ellos", anticipa. Por el
momento, la pieza descubierta, después de pasar los pertinentes exámenes en el
museo, ha vuelto al Campo de Cariñena.
"Se ha depositado en el centro de
interpretación de Villanueva, que está muy cerca del lugar en que se encontró y
estará bien acompañada", apostilla el portavoz de la institución que lo
respalda. Para Canudo, la aparición en el convento tiene dos posibilidades:
"Una menos romántica, que es que se usó simplemente para la construcción,
y la que me gustaría que fuera, que alguien se fijó y lo consideró curioso y
digno de conservar", matiza.
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